"Vayamos, pues, a predicar el Evangelio por todas partes", afirma el General de la Compañía Arturo Sosa cierra la CG36 invitando a los jesuitas a "ver este mundo con los ojos de los pobres"

(CG36).- Hoy Sábado 12 de noviembre, con una Eucaristía presidida por el P. General Arturo Sosa se celebró, en acción de gracias, la clausura de la Congregación General en la Iglesia de San Ignacio, parroquia de la Compañía de Jesús en Roma.

En su introducción, el P. General quiso solicitar la intercesión de María, invocada tradicionalmente en la Compañía bajo el nombre de Nuestra Señora del Camino, a fin que de ella acompañe a los "amigos en el Señor" que partirán por los diversos caminos del mundo tras su trabajo en la Congregación General. También pidió a María ayudar a todos los jesuitas a ser testigos verdaderamente auténticos del mensaje de Cristo, y que puedan ser también reflejo creíbles de su rostro en el mundo.

Los textos bíblicos de la liturgia de la Palabra fueron escogidos para la ocasión. De la primera carta de san Juan (4,7-16), se destaca la insistencia en el amor mutuo, reflejo del amor de Dios que debe animar el conjunto de las relaciones, no solamente entre jesuitas sino también con todos aquellos y aquellas con los cuales ellos sirven y hacia los cuales son enviados.

El Evangelio fue el de san Marcos, capítulo 16. Se trata del envío de los apóstoles, en el momento de las Ascensión, a proclamar "la buena noticia a toda criatura". El evangelista concluye subrayando que este envío ha dado frutos: "ellos salieron a predicar por todas partes, el Señor los asistía y confirmaba la Palabra acompañándola con señales".

Si los signos evocados por Marcos -serpientes y venenos mortales- pueden ser diferentes según los contextos y las épocas, su carácter de liberación y de salvación permanece siempre pertinente, y hoy puede ciertamente fundar el testimonio evangélico.

En su homilía, el Padre General ha remarcado el vértigo que acompaña siempre el final de toda fuerte experiencia de discernimiento y la importancia de fortalecer la confianza en la elección realizada, fundamentándonos en "la consolación que proviene de estar en sintonía con la voluntad del Padre."

En continuidad con los diálogos tenidos durante la Congregación, el P. Sosa invitó a los asistentes a rezar una vez más el "Tomad Señor y Recibid" en unión de ánimos con los compañeros en situaciones de guerra. Para el Padre General el proceso de discernimiento de la Compañía reunida en Congregación General "nos pone ante el reto de convertirnos en ministros de la reconciliación en un mundo que no se ha detenido durante nuestras deliberaciones."

Haciendo referencia a las complejas situaciones de guerras, personas refugiadas, desigualdad y la creciente debilitación de lo político, el P. General nos invitó a "a ver este mundo con los ojos de los pobres y a colaborar con ellos para hacer crecer la vida verdadera." Es nuestro discernimiento, insistió el P. Sosa, el que "nos invita a ir a las periferias y a intentar comprender cómo afrontar globalmente la integralidad de la crisis que impide las condiciones mínimas de vida a la mayoría de la humanidad y pone en riesgo la vida sobre el planeta Tierra, para abrir espacio a la Buena Nueva."

Para el P. Sosa el apostolado de la Compañía de Jesús es necesariamente intelectual, buscando la comprensión de todo lo que oprime a las personas en este mundo, aprendiendo lenguas nuevas para comprender y compartir la Buena Nueva de la Salvación para todos y todas. "Si abrimos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo y nuestras mentes a la verdad del amor de Dios no beberemos el veneno de las ideologías que justifican la opresión, la violencia entre los seres humanos y la explotación irracional de las reservas naturales."

La predicación terminó invitando a predicar el Evangelio por todas partes, consolados por la experiencia del amor de Dios. "Como a los primeros Padres, el Señor nos ha sido propicio en Roma, y nos envía a todos los lugares del mundo y a todas las culturas humanas. Vayamos confiados porque Él trabaja a nuestro lado y confirma con signos inéditos nuestra vida y misión."

Luego de una plegaria con un carácter muy universal (las intenciones fueron proclamadas en polaco, rumano, japonés, francés, cingalés y árabe), el ofertorio comenzó con una procesión con danzas de tradición congolesa. Esta variante en relación a la tradición estrictamente romana fue para los jesuitas otra manera de subrayar el carácter universal de su servicio, que debe estar siempre en movimiento, en evolución, según las necesidades de épocas y personas.

Al final de la celebración, luego del canto latinoamericano "Santa María del Camino", los coros se unieron en una nueva interpretación del Te Deum. Durante el cántico, el P. General y los miembros de la asamblea -representantes de las Asistencias, de los hermanos, de los estudiantes, des los laicos- se valieron del incienso para representar la oración que emerge de la compañía entera, dispersada por todos los lugares del mundo para "amar y servir".

Finalmente, se entonó este canto tan característico de la espiritualidad de la Compañía: "Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta".

Ésta es la homilía completa:

Al final de una fuerte experiencia de discernimiento suele aparecer en nosotros un sentimiento de vértigo frente a lo que va a venir después. Sentimos la dificultad de hacer vida la elección realizada, de convertirnos al modo de proceder que exprese la decisión que hemos tomado siguiendo el soplo del Espíritu Santo.

Los Ejercicios Espirituales de san Ignacio presentan como transición a la vida cotidiana la "contemplación para alcanzar amor". Una contemplación en la que resuena con fuerza la primera carta del apóstol san Juan que acabamos de escuchar. Dios quiere darse a conocer como Aquel que es Amor. Por eso se hace presente en la humanidad enviando a su Hijo, gesto de amor que nos da vida, la única vida verdadera a la que nosotros aspiramos. Dios Padre pone en práctica las dos observaciones que nos hace san Ignacio al comienzo de la contemplación: "el amor se debe poner más en las obras que en las palabras" y "el amor consiste en comunicación de las dos partes", en la que cada uno da todo lo que tiene y es. El Señor se ha entregado totalmente, hasta la muerte en cruz, y está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, porque nos ha dado su Espíritu. San Ignacio nos invita a pedir el reconocimiento de tanto bien recibido como motor para que también nosotros nos entreguemos enteramente para en todo amar y servir a su divina Majestad.

Esta es la frase que ha guiado nuestras sesiones en el aula de la Congregación. Cristo en cruz ha estado presente en nuestras tareas para llevar nuestro discernimiento más allá de nuestros razonamientos, de nuestros gustos o malestares, para llegar a la consolación que proviene de estar en sintonía con la voluntad del Padre. Jesús, en la víspera de su pasión, se acercó al monte los Olivos y luchaba en su oración incluso hasta sudar "como gotas espesas de sangre" para aceptar las consecuencias de su misión, bastante alejadas de lo que le gustaba o con las que pudiera estar de acuerdo. Nosotros también nos quedamos impactados por los testimonios de nuestros hermanos en situaciones de guerra y así, nos sentimos empujados por el amor para decir juntos: "Tomad, Señor, y recibid, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta".

También en esta Congregación General hemos vivido de nuevo esta experiencia del amor de Dios que se hace presente de modos tan distintos en nuestra vida personal y en nuestro cuerpo de compañeros de Jesús. Una vez más nos ha sorprendido la abundancia, la variedad y la profundidad de sus dones. Todo lo que hemos experimentado ha sido gracia, don gratuito y sorprendente.

El proceso de discernimiento de la Compañía reunida en Congregación General nos pone ante el reto de convertirnos en ministros de la reconciliación en un mundo que no se ha detenido durante nuestras deliberaciones. Las heridas de las guerras siguen ahondándose, los flujos de refugiados crecen, los sufrimientos de los migrantes nos golpean cada vez más, el Mediterráneo se ha tragado decenas de personas en estos dos meses que nosotros hemos pasado juntos. Las desigualdades entre los pueblos y dentro de las naciones son el signo del mundo que desprecia a la humanidad. La política, ese "arte" de negociar para poner el bien común por encima de los intereses particulares sigue debilitándose ante nuestros ojos. Los intereses particulares, de hecho, enmascarados bajo capa de nacionalismos, eligen gobernantes y toman decisiones que detienen los procesos de integración y el actuar como ciudadanos del mundo. La política no consigue convertirse en el modo humano de tomar decisiones razonables cuando renuncia a invocar la imposición de los poderosos. El deseo profundo de las madres y de los niños de todos los rincones del mundo de poder vivir una vida en paz, con relaciones fundadas en la justicia, parece alejarse en medio de conflictos y guerras por motivos opuestos al amor que nos puede hacer vivir.

Nuestro discernimiento nos lleva a ver este mundo con los ojos de los pobres y a colaborar con ellos para hacer crecer la vida verdadera. Nos invita a ir a las periferias y a intentar comprender cómo afrontar globalmente la integralidad de la crisis que impide las condiciones mínimas de vida a la mayoría de la humanidad y pone en riesgo la vida sobre el planeta Tierra, para abrir espacio a la Buena Nueva. Nuestro apostolado es, por lo tanto, necesariamente intelectual. Los ojos misericordiosos que hemos adquirido al identificarnos con Cristo en cruz nos permiten afrontar la comprensión de todo lo que oprime a los hombres y mujeres de nuestro mundo. Los signos que acompañan nuestro anuncio del Evangelio son los que corresponden a expulsar los demonios de las falsas comprensiones de la realidad. Por eso aprendemos lenguas nuevas para comprender la vida de los distintos pueblos y a compartir la Buena Nueva de la salvación para todos. Si abrimos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo y nuestras mentes a la verdad del amor de Dios no beberemos el veneno de las ideologías que justifican la opresión, la violencia entre los seres humanos y la explotación irracional de las reservas naturales. Nuestra fe en Cristo muerto y resucitado nos permitirá contribuir, con tantos otros hombres y mujeres de buena voluntad, a imponer las manos sobre este mundo enfermo y colaborar en su curación.

Vayamos, pues, a predicar el Evangelio por todas partes, consolados por la experiencia del amor de Dios que nos ha puesto juntos como compañeros de Jesús. Como a los primeros Padres, el Señor nos ha sido propicio en Roma, y nos envía a todos los lugares del mundo y a todas las culturas humanas. Vayamos confiados porque Él trabaja a nuestro lado y confirma con signos inéditos nuestra vida y misión.

Arturo Sosa, S.I.
12 de noviembre de 2016

Congregación General 36 - ROMA.

Volver arriba