La bandera rota del diálogo en Cataluña

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“Vencer a un ser humano es tan

amargo como ser vencido por él”

Simone Weil

Democracia y no violencia son dos de las palabras más repetidas en esto que se ha dado en llamar el conflicto catalán. Es normal, son las palabras que apuntan a las aspiraciones más profundas de cualquier persona de bien. Los dos relatos dominantes desean legitimarse y por ello entienden la importancia de dotarse a si mismos de tan loables atribuciones y como consecuencia negarlas a la otra parte. A tal efecto nos bombardean por las redes y los medios hasta la desesperación . Como suele suceder en todo conflicto, la dificultad radica fundamentalmente en descubrir lo que se calla más que en entender lo que se afirma. Las fotos,los vídeos y muchos de los artículos de opinión muestran el conflicto en un momento determinado. A continuación se pretende convertir ese momento en un paradigma desde el que sentenciar sobre el fondo del conflicto. De esta forma, el que está posicionado en uno de los dos relatos dominantes, dispone de ingentes cantidades de argumentario. Por contra el que quiera mantener una distancia analítica frente a esos dos relatos, podrá descubrir fácilmente que esta guerra se juega en el terreno de las medias verdades.

Quizás la única verdad absoluta en la que pueden coincidir, no solo las dos posturas sino también el que mantiene la distancia crítica, es la necesidad de diálogo. Es lógico, y una buena señal, porque precisamente la base de la democracia y de la cultura de la noviolencia es el diálogo. El problema radica en que para dialogar hay que ser demócrata como mínimo y a ser posible noviolento y no parece ser el caso que nos ocupa. Me explico brevemente.

La noviolencia es una corriente de liberación protagonizada por personas y comunidades, la mayoría oprimidos, que demostraron que se podía acabar con regímenes dictatoriales, con leyes injustas o con situaciones políticas y culturales enquistadas. Muchas de las cuales suponían la infravaloración objetiva del otro, sea este mujer, pobre, negro, homosexual,... Es una historia creativa, con momentos brillantes y notable en sus hallazgos. La noviolencia supuso un avance en la gestión de los conflictos porque introdujo un elemento fundamental para cualquier ser humano: El amor. Partiendo de que todos tenemos una valoración positiva del amor en nuestra vida particular, la noviolencia se plantea ¿Por qué no ensayarlo en nuestra vida política, especialmente en los conflictos políticos? Esa es la base de lo que Gandhi llamó “el experimento de la noviolencia”. Hablar de noviolencia sin remitirnos a ese esfuerzo por concretar una dinámica de amor en medio del conflicto, supone una declaración tan bienintencionada como vacía. La noviolencia no se define por lo que no hacemos (No pegamos, no lanzamos adoquines,…) sino por lo que hacemos (Estrategias y tácticas que abran posibilidades de amor) El diálogo es la herramienta primera de la noviolencia, se fundamenta en el amor y por ello, necesariamente busca la verdad, no se conforma con las medias verdades.

El conflicto que nos ocupa tiene una larga historia y ha sido gestionado siempre por las élites de Barcelona y de Madrid. Lógicamente a estas alturas está viciado. Las élites negocian, pactan o se enfrentan para defender sus intereses, pero no acostumbran a dialogar. Resulta patética la acusación mutua de no querer dialogar. Nunca lo hicieron, ninguno quiere hacerlo, no es lo propio del poder. Pero hay que parecer demócrata. En este sentido la postura de los líderes del procés ha sido eficaz políticamente y se ha visto reforzada moralmente por haber ido a la cárcel, pero no parece una postura honesta con el pueblo que dicen representar. No podemos olvidar el marco en el que se realiza el 1-O. En ese momento más de la mitad de los catalanes seguían sin querer la independencia, a pesar de haber padecido la presión de todo el engranaje institucional organizado desde hace años para promover el independentismo desde arriba. ¿Cuál era, entonces. el objetivo del referéndum? ¿Mostrar la fuerza de la parte que quiere la independencia de Cataluña? ¿Provocar la reacción desproporcionada del gobierno español y así ganar adeptos desde el victimismo?, ¿Convertir Cataluña en centro de atención mundial? Los que han provocado esa situación sabían perfectamente cual iba a ser la reacción del gobierno español, no tenían un plan para la independencia por que sabían que no se daban las condiciones, sabían que era un salto pero lo hicieron. Tacticismo político organizado por las élites para que el pueblo se movilice. Nada que ver con el diálogo.

Por otro lado si las personas que quieren la independencia creen en el diálogo ¿Qué les impide dialogar con los que no la quieren?, ¿Por qué no se dedican a eso las grandes organizaciones sociales del independentismo en vez de aliarse con el poder? La Iglesia podría encontrar en esta tarea la posibilidad de desarrollar su misión de fraternidad universal. Hay que resolver el diálogo en los pueblos y las ciudades. La sociedad creativamente puede impulsar plataformas de encuentro y diálogo. El primer conflicto es entre catalanes. Unos desean la independencia y otros no. ¿Pueden dialogar o la maquinaria y los tiempos de los de arriba lo impiden? Es evidente que una idea como la independencia necesitaría del máximo acuerdo posible ¿Cómo se pretende conseguir? ¿Las personas tiene un plan de diálogo o van a remolque de lo que plantean las élites?. El diálogo organizado por las personas, nacionalistas y no nacionalistas, facilitará y condicionará sin duda el diálogo entre las estructuras del poder. A ese nivel se valoran las posibilidades de convivencia mejor que desde arriba.

Por último, es necesario recordar que el diálogo noviolento pretende avanzar en el descubrimiento de la verdad. Entiende que la verdad nunca perjudica a una causa justa. Por eso los grupos noviolentos más significativos de la historia combatían las mentiras del oponente pero sobre todo la mentira en las propias filas. No podemos reproducir los “diálogos” a los que nos tienen acostumbrados los parlamentos (En Madrid y en Barcelona) en los que el “y tú más” justifica la mentira propia. Hay que explicar por qué se quiere la independencia, sin mitos y sin falsos enemigos, hay que valorar cuál es el camino y cuáles los obstáculos, pero sobre todo hay que sopesar si la independencia es justa. Y para ello la opinión del no independentista es fundamental. No vale con manifestar el deseo. El deseo no es criterio de verdad ni de justicia. El no independentista también tiene un deseo. Por tanto hay dos deseos contrapuestos. Se trata de salir de esto sin vencedores ni vencidos. Por eso hace falta el diálogo. Una independencia contra la mitad de los catalanes nunca será justa y desde luego no será un avance en la democracia y en la noviolencia. En una supuesta república independiente ellos también tendrán justificada la revuelta. Sin diálogo real no es posible frenar la espiral de la violencia.

La noviolencia no es levantar las manos delante de un antidisturbios, la noviolencia es abrir caminos de diálogo desde la impronta del amor. Eso supone desligarse lo más posible de las dinámicas del poder, supone ir al encuentro del que no piensa como yo y valorar el daño que le puede hacer, supone no mentir, supone plantearse si es justo, si es lo correcto, si es el momento. El diálogo honesto tiende a poner el bien común por delante. Lo demás es otra cosa. Si no se quiere hacer eso, por favor, dejen de apelar hipocritamente al diálogo. Al menos no estropeemos la palabra. Quizás después de nuestro fracaso, nuestros hijos quieran intentarlo de verdad. Quizás ellos, a la vista del estropicio, quieran levantar la bandera del diálogo por encima de cualquier otra bandera. Entonces podrán hablar de democracia, noviolencia y de lo que les de la gana.

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