Descansará sobre ustedes mi paz

Comentario al Evangelio de Lc 10,1-12

Discípulos
Discípulos

¿Qué significa ser enviado por Jesús? Con esta pregunta quisiera invitarles a reflexionar el texto que hemos leído. Después de la radicalidad del capítulo 9, donde Jesús deja claro que el Reino de Dios no puede esperar ni siquiera a la familia, nos encontramos con otro texto no menos radical. Para ir a predicar a otros pueblos, Jesús envía delante de sí a un grupo enorme de setenta y dos, el número de las naciones fijadas por Israel (Bovon, 2002, p. 71), y los envía de dos en dos. Posiblemente algunos de ellos eran parejas que compartían su proyecto, tal como Priscilla y Áquila en Hechos de los Apóstoles (2,10). El envío de Jesús es colectivo, nunca individual, y cada uno de estos enviados “preparan el camino del Señor, allanan sus senderos” (cf. Lc 3,4; citando Is 40,3-5), no sin antes recibir instrucciones.

La tarea es ardua, les dice Jesús, porque el trabajo es mucho, la mies es abundante. Por ello deben ponerse en camino ya. El Reino de Dios, su proyecto de inclusión y de justicia por una sociedad nueva, no puede esperar. Jesús no está pensando aquí en edificar una iglesia, ni en poner los cimientos de una institución, sino en que la iglesia sea un camino previo hacia el Reino. Precisamente olvidamos muy seguido que la iglesia es eso, un camino. Dicho de otro modo y de forma más directa: la iglesia es misión, la iglesia nace de la misión, nace fuera, en las calles, en las plazas públicas y su finalidad no está centrada en sí misma, sino en algo mayor, es decir, en el anuncio de las Buenas Nuevas que no discriminan a nadie, que no hacen distinciones y que no buscan conversiones de credos, sino de corazones. Para permanecer en ese caminar, en esa iglesia móvil, no necesitamos nada más que la astucia ante los lobos que nos tientan con quedarnos quietos, con sentarnos en doctrinas fosilizadas y, así, olvidarnos del Evangelio que es dinamicidad y alegría permanentes. También podemos inferir, como lo hizo Efrén de Nisibi, que Jesús previene a sus discípulos del dinero y de los elogios “para que no piensen que son mercaderes en lugar de predicadores” (Comentario al Diatessaron 8,1). El Evangelio no es compatible con la religión institucional, con la religión de preceptos y culpas, sino con la religación que busca la felicidad de las personas.

Al entrar en contacto con la gente, estando en su espacio social íntimo, es decir, su casa, se reflejará el deseo de los corazones de las ovejas de Jesús: “Paz a ustedes”. Hablamos de una paz que no debe ser entendida como ausencia de guerra solamente, sino como plenitud de vida. Se trata de una paz que elimina el mal, porque el dolor y la muerte no son compatibles con el Evangelio de Jesús. Este mensaje nos recuerda que Dios está cerca para hacer más humana nuestra vida, siempre y cuando, quienes se dicen sus seguidores, evidencien esa presencia a través de su cercanía y su ternura, en particular para con quienes se sienten más lejos de Dios. “El Reino de Dios está cerca de ustedes” dice Jesús. Está cerca de quienes han sido curados porque la enfermedad, concebida en la antigüedad, era signo de ausencia de vida o, peor aún, de una posesión sobrenatural, pero la llegada del Reino es tan potente que el mal no puede coexistir donde la vida plena ha llegado para quedarse.

No obstante, el mensaje ofrecido es eso: una oferta, una opción, nunca una imposición. Siempre ha habido personas que no quieren entrar en esta lógica de justicia distributiva propuesta por Jesús. El hecho de no recibir a quien es extranjero, camina errante y busca apoyo, además de todas las connotaciones que el valor de la hospitalidad tiene en el Cercano Oriente Antiguo, solamente refleja el egoísmo de aquel que vive cerrado en sí mismo, de aquel que cierra sus puertas a nuevas posibilidades, de aquel que no puede pensar en el hermano/a que está en necesidad. Curiosamente, el día del Juicio le será más llevadero a Sodoma que a quienes así actúen. Si pueden notar, tenemos acá un intertexto, es decir, una citación de un pasaje recordado por la tradición de Israel (Gn 19) y que Jesús está aplicando: el pecado de Sodoma es la falta de acogida, la violencia de quienes cierran sus brazos a los que buscan techo. Ni una pizca de los “pecados de la carne”, ni un resto de ideas acerca de la sexualidad como impura, ni una referencia a la homosexualidad. El verdadero sodomita ha sido, y será siempre, toda persona incapaz de acoger con ternura, toda persona imposibilitada para recibir con brazos abiertos, toda persona que no es capaz de salir de sí y su propio egoísmo.

La iglesia nace de la misión, hemos dicho al comienzo, la iglesia es misión. Pero, ¿cómo comprender este concepto y otros análogos como “evangelización”, “predicación”, etc.? El mismo texto nos da la clave: la paz deseada por los discípulos de Jesús nunca es impuesta, es una noticia amistosa y fraterna que sólo puede encontrar respuesta gracias a que, quienes vamos por delante de Jesús, lo transparentamos con nuestra vida desinteresada, que clama ante las injusticias y que reconoce la presencia de Dios en todos, hasta en aquellos que dicen no conocerle. No podemos saber quiénes promoverán o no la paz, no debemos seleccionar a quiénes dirigirle el mensaje, eso no es lo importante; sino enmarcar esta acción en un mensaje plural. En palabras de Agustín: “A nosotros, pues, que ignoramos quien es o no hijo de la paz, no nos toca excluir ni distinguir a nadie, sino querer que todos se salven, todos a quienes predicamos esta paz” (Sobre la corrección y la gracia 15,46).

Bibliografía citada

Agustín de Hipona, “Sobre la corrección y la gracia” 15,46: Just, A. A., La Biblia Comentada por los Padres de la Iglesia. Evangelio según san Lucas, tomo III: Nuevo Testamento, Ciudad Nueva: Madrid, 2006. 

Bovon, F., El evangelio según san Lucas, tomo II, Sígueme: Salamanca, 2002.

Efrén de Nisibi, “Comentario al Diatessaron” 8,1: Just, A. A., La Biblia Comentada por los Padres de la Iglesia. Evangelio según san Lucas, tomo III: Nuevo Testamento, Ciudad Nueva: Madrid, 2006.

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