Dios quiere nuestra felicidad.

El cristianismo no es un masoquismo[1].  Esa filosofía de sufrir por sufrir. Ese estoicismo[2] de los griegos de sufrir por sufrir.  ¡No! Dios no nos ha hecho para el sufrimiento. Dios ha querido hacernos para la felicidad.”  (3 de septiembre de 1978)

No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada.  No puede ser de Dios.  De Dios es la voluntad de que todos sus hijos sean felices. “(10 de septiembre de 1978)

Nuestra vida siempre será un caminar, un hacer, un nacer, crecer, asumir responsabilidades por y para la vida, enfermarnos y, al final, cruzar el umbral de la muerte para llegar al otro lado del río de la vida. Para la mayoría de la gente en nuestro pueblo y en el mundo entero, y a lo largo de la historia humana, la vida ha sido y es un verdadero calvario provocado por el sistema económico-político vigente, al servicio de unos pocos que consolidan el poder y acaparan enormes cantidades de riquezas.

Durante la pandemia, se oía a pastores decir que Dios había enviado la prueba del coronavirus para purificarnos.  En una carta pastoral se leía: «En estos días de prueba, causada por el coronavirus».  ¿Quién habría enviado esa «prueba» de tanto dolor y muerte?  Una prueba es algo que se exige para saber si lo estamos pasando bien o mal.  Con mucha frecuencia, por costumbre, entendemos como «pruebas» las cosas que nos afectan negativamente y nos hacen sufrir.  ¿Acaso Dios nos pone trampas?

Creo que es importante recordar que ningún buen padre o buena madre de familia pondría una prueba a sus hijos para ver si les quiere más o menos.   Muchas veces, las pruebas están hechas de trabas, obstáculos y confusiones.  Nuestro Dios no es así.  Por tanto, no podemos seguir diciendo que la pandemia del coronavirus, un terremoto o un gobierno autoritario son una «prueba» para nuestra vida.  Otra cosa es comprender la angustia y el sufrimiento como desafíos para alimentar la esperanza y discernir la presencia del Espíritu, y convertirnos hacia la dinámica del Reino de Dios.

Por eso es tan necesario escuchar a Monseñor Romero, que nos dice con claridad que Dios nos ha creado para la felicidad y no para sufrir como camino a andar.   En la segunda cita, Monseñor pone un ejemplo para que lo entendamos mejor.   «No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada.  Eso no puede ser de Dios.  La voluntad de Dios es que todos sus hijos sean felices».  Dios no quiere que haya gente pobre, empobrecida, explotada o excluida. La voluntad de Dios (así como la expresamos en el Padre Nuestro) es que seamos felices todos y todas, que todos tengamos lo necesario para poder construir una vida de calidad, de bienestar y «bienser» para todos y todas.  Los «ay de ustedes, los ricos» del evangelio de Lucas desenmascaran esas falsedades que no llevan a la felicidad.

Y esta felicidad la podemos construir entre todos.  Es nuestra misión como seres humanos: hacer hasta lo imposible, tanto a nivel personal como colectivo, para que haya igualdad, libertad, fraternidad, solidaridad, misericordia, justicia..., y avanzar juntos hacia la felicidad. Para eso hemos sido creados.  Es nuestro «destino»: ser felices, pero no solo yo, sino juntos y abarcando a cada vez más personas.   No se trata de una felicidad ligera que se puede sentir en algún culto religioso emocional, sino de la felicidad muy concreta en la vida diaria, en la historia de nuestros pueblos. ¿Qué estoy haciendo yo para que mi familia, mi vecindad, mis compañeros y compañeras de trabajo, mi comunidad (CEB), mi pueblo sea más feliz? ¿Qué haré hoy para que sean más felices?   Eso será creer y colaborar con el Dios de la Vida.

Cita 5del capítulo I (Dios) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”

[1] Masoquismo: Se define como la necesidad, el deseo de sufrir dolor físico o moral, humillación o sumisión para poder conseguir “sentirse feliz”

[2]Estoicismo:     los estoicos consideran que el ideal del sabio es conseguir no necesitar nada ni a nadie para alcanzar la felicidad en la vida. ¿Y cómo se alcanza esa felicidad? Viviendo conforme a nuestra naturaleza racional, es decir, viviendo virtuosamente.  Monseñor Romero lo relaciona con el “sufrir” para lograr la felicidad.

Volver arriba