Dios viene y abrirá caminos de luz

A pesar de que el horizonte de la vida y de la historia se siente  como cerrado, Dios viene y abrirá caminos de luz; solamente nos pide corresponder con fe, confianza en El.  …. Tenemos que ser un pueblo luz, un pueblo fuerza, un pueblo que, como el mismo Cristo lo definió, sea levadura en la masa, luz del mundo, sal de la tierra.    Construyamos todos los que nos sentimos responsables, bautizados en Cristo, formando, por tanto, este pueblo redentor del mundo, construyamos un reino de Dios que sea sólido, íntimo, santo, en el seno de una comunidad para que desde allí irradie la belleza, la esperanza, la luz que nuestra patria espera.

Monseñor inició su homilía haciendo referencia al horizonte oscuro y la historia cerrada que el pueblo salvadoreño vivía en ese tiempo.  En muchas oportunidades ha señalado las graves injusticias, las cruces puestas sobre los hombros del pueblo, sus heridas y sus lágrimas.   El Salvador vivía una historia muy triste de injusticia estructural y violencia institucionalizada.  Hacía lo imposible para que se parara esa espiral de violencia y no se desencadenara la guerra.  No  tuvo éxito.  12 años de guerra, tantos miles de muertos y desaparecidos, tanta destrucción de viviendas y de infraestructura, un país desgastado por la violencia.  Luego de los Acuerdos de fin de guerra se implementó (casi al pie de la letra) las leyes del neo liberalismo.  El faltante de esos acuerdos (la dimensión económica del país), en vez de resolverse resultó aun más elitista, más excluyente.  No tardó mucho para que las pandillas nacieran y crecieran destruyendo vidas, asesinando, desapareciendo, imponiendo rentas a familias pobres, controlando barrios.   Desde el estado y los gobiernos no se logró controlar esos huracanes de muerte.  Algunos subsidios y paquetes de apoyo disminuyeron un poco el impacto durante un tiempito. Y aún hoy, aunque la cantidad de homicidios ha bajado drásticamente, así como las extorsiones, aun no se ve claro que va a pasar con tantos miles de mareros presos, ni como puede funcionar el sistema judicial para que no se deshumanice más a los detenidos y no se tenga en prisión a personas que no tienen que ver con la violencia social. En medio de la pandemia de covid y de la nueva crisis energética, se observa pasos para renovar parte importante de la infraestructura vial, pero aun no hay horizontes de nuevas oportunidades económicas para las mayorías del pueblo.  En varios países nuestros apareció el mesianismo político del gobernante que no tiene oídos para aportes desde otros sectores aun menos desde las y los pobres.   Se puede decir mucho más, pero aun hoy vemos como el horizonte sigue siendo oscuro y la historia cerrada para muchos.   En la mayoría de nuestros pueblos latinoamericanos podemos hacer el mismo repaso histórico.

Luego pronuncia un resumen de su credo: “Dios viene y abrirá caminos de luz.”   Para Monseñor Romero no es un grito piadoso, ni un eslogan religioso para consolar con vistas a la eternidad.  Porque junto con su credo nos dice con claridad que Dios “nos pide corresponder con fe, confianza en El”.   Y esa respuesta no se da en los templos, sino en primer lugar en la historia.   La misión de quienes confían en Dios y quieren corresponder con fe es ser: “un pueblo luz, un pueblo fuerza, un pueblo que, como el mismo Cristo lo definió, sea levadura en la masa, luz del mundo, sal de la tierra.”  Esa es la misión de la Iglesia concretando su respuesta a su fe en “Dios que viene a abrir caminos de luz”.

Recordemos lo que Monseñor Romero ha dicho[1] el día siguiente (19 de diciembre 1977) dando seguimiento a su homilía en catedral:  “No contemos la Iglesia por la cantidad de gente, ni contemos la iglesia por sus edificios materiales. La Iglesia ha construido muchos templos, muchos seminarios, muchos edificios… Las paredes materiales aquí se quedarán, en la historia. Lo que importa son ustedes, los hombres, los corazones, la gracia de Dios dándoles la verdad y la vida de Dios.  No se cuenten por muchedumbres, cuéntense por la sinceridad del corazón con que siguen esta verdad y esta gracia de nuestro Divino Redentor!”    No es la cantidad de gente que va a misa o que asiste a las procesiones anuales. No son los edificios construidos en el pasado.   La misión de la Iglesia se vive en la gente, en hombres y mujeres que creen de verdad que Dios está viniendo a abrir caminos de luz.  Por eso Monseñor nos sigue llamando a formar comunidad fraterna, comunidad de fe que irradia  “la belleza, la esperanza, la luz que nuestra patria espera”.   La misión de la comunidad creyente, a veces muy pequeña como células, es ser verdaderamente luz en medio de la oscuridad de la historia, sal que da sabor a la vida y que a la vez señala las heridas,  fermento de transformación real de las estructuras de la sociedad, arrancando de raíz las injusticias. La comunidad creyente debe irradiar ese horizonte de la luz del Reino.  La misma comunidad eclesial debe ser un adelanto al Reino, una experiencia de referencia cuando se habla del Reino en la historia.   Se puede objetar que la Iglesia también es humana, débil, con sus aciertos y fracasos, llevando el tesoro divino en cantaros de barro.  Sin embargo esto no nos justifica.  Nuestra primera palabra es el testimonio real e histórico. 

Quizás ahí mismo descubrimos una de las mayores debilidades u omisiones de la Iglesia en sus diferentes niveles.   ¿Qué irradiamos hacia nuestro entorno?  ¿Qué mensaje captan otros/as que nos ven y nos escuchan?  ¿Por qué tanta gente, buena e inspirada por el Evangelio, comprometida en las causas sociales, se ha alejado de la Iglesia? 

Probablemente ya estamos aburridos de la llamada de Jesús, y hoy nuevamente repetida por Monseñor Romero, que como comunidad eclesial tenemos que ser fermento, sal, luz en la transformación constante de la historia. Sí, lo sabemos muy bien.  Es de suma importancia rescatar el testimonio cristiano en los diferentes espacios que Jesús mismo nos ha indicado.  En la lucha mundial contra el hambre (la – extrema – pobreza), en los ambientes del cuido (salud, atención a niños/a, cuido de ancianos/as, a personas en crisis,…), en la lucha por la acogida digna de personas que - huyendo de la miseria y la violencia de su país – buscan asilo y oportunidades de vida, en el acompañamiento sincero a personas en detención,  en apoyo a las familias en búsqueda de vivienda, en el servicio a la educación escolar,  en la educación por el diálogo y  la paz, ….  Podemos añadir: en los espacios de la lucha por salvar el planeta, en los compromisos a todos los niveles políticos y económicos., en la lucha contra la industria militar, … Junto con no – creyentes, y creyentes en otras iglesias o religiones, nos toca ser testimonio cristiano de ese Dios que “viene y abre caminos de luz”.   Ese testimonio de entrega y servicio es la muestra de la verdad de nuestro credo. De esa manera estaremos “correspondiendo” a ese Dios de la vida.  No podemos estar en todas partes, pero ser cristiano/a significa ser excelente (es decir “radical”) en por lo menos un camino hacia un horizonte de paz y vida, el horizonte del Reino. En la diversidad de nuestros compromisos podemos animarnos y fortalecernos. No tengamos miedo.

Reflexión para el domingo 18 de diciembre de 2022.    Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  durante la eucaristía del cuarto Domingo de Adviento - Ciclo A , del 18  de diciembre de 1977.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo II,  Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p 109-110

[1] Homilía del 19 de diciembre 1977

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