Id por todo el mundo y predicad el Evangelio

La Ascensión del Señor   – B  -    Mc16,15-20    12 de mayo de 2024.

Mons. Romero titula esta homilía "La Ascensión del Señor, proclamación de la trascendencia humana”.  Para los aportes para la homilía de este día, elegimos una cita[1] vinculada al texto evangélico de hoy.  

“Por eso, hagamos ahora un recuento de nuestra historia concreta, de esta Iglesia, pero no olvidemos este sentido trascendente y esta misión trascendente y esa fuente de trascendencia que es Cristo resucitado. Yo quisiera que lo principal de mi mensaje, los domingos en catedral – o en otra iglesia cuando la catedral esté ocupada – el mensaje de la Iglesia no tiene que ser otra más que este que le mandó a decir Cristo en el Evangelio de hoy: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”. ¡Qué no se nos distorsione por favor!  Que si hemos de tocar las tristes realidades de nuestro ambiente – y arde que se toque esas realidades-, no es porque nosotros los queramos ni las provoquemos, sino que las iluminemos con la intención de que se vean y se curen. Un sentido de conversión, de reino, de vida eterna.”

En la fiesta litúrgica de Ascensión recordamos y celebramos la misión fundamental que el Resucitado nos da hoy también a nosotros: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”. El anuncio del Evangelio exige siempre y en todas partes que testigos y anunciadores “toquen” las heridas de la realidad histórica, las heridas de la vida de las personas. Monseñor Romero dice: “Cuando tocamoslas tristes realidades de nuestro ambiente”. Mencionar por su nombre el miedo, el hambre, el sufrimiento, la opresión, la desesperanza, la pobreza, etc. es parte del núcleo del anuncio del Evangelio. Sabemos muy bien por experiencia que quienes están en el poder (en los poderes políticos, económicos, sociales e ideológicos) no toleran que alguien señale las heridas actuales. Son los dueños de la verdad de la historia y determinan qué es verdad y qué es mentira. Basadas en el Evangelio, las iglesias, los proclamadores del Evangelio, no deben caer en esa trampa, no deben dejarse engañar, no deben dejarse silenciar. Y eso… ¡sea cual sea el precio!

Monseñor Romero nos pide “hacer balance de nuestra misión”, evaluar nuestro testimonio a la luz del Evangelio y sacar conclusiones de él. A lo largo de la historia de la Iglesia, en todas las épocas, encontramos testimonios de cristianos que arriesgaron todo para tocar las heridas de las personas, para curar las heridas, para trabajar en la curación, para ser núcleos de salvación y de liberación. Para ello, también tuvieron que denunciar  públicamente la injusticia y el sufrimiento provocado por quienes están en el poder. No podían permanecer en silencio, como los grandes profetas bíblicos. La misión de la Iglesia no es otra cosa que la misión del mismo Jesús en nuestra historia humana. A veces los poderes también consiguen amordazar a la Iglesia, silenciarla, encarcelar a obispos, sacerdotes, religiosos y laicos activos, despojarlos de la nacionalidad y de sus bienes, confiscarles sus centros pastorales y educativos, etc. Todo esto pasó y está pasando en Nicaragua en los últimos años. Y …. ahora tenemos la impresión de que obispos, sacerdotes y religiosos han sido completamente silenciados. Se limitan a la liturgia oficial y a las prácticas devocionales en los templos, sin la encarnación de la misión evangélica. Las iglesias de todos los países deben hacer un balance de su testimonio y su predicación.

Las Iglesias tienen la misión absoluta, la misión trascendente de anunciar el Evangelio y tocar así las heridas de las personas, de las comunidades y de los pueblos. Monseñor Romero lo ha experimentado personalmente: tocar las heridas de la realidad histórica provoca una sensación de ardor en quienes están en el poder. Luego acusan a la Iglesia de complicidad, de ser en parte responsable de lo que está sucediendo. “Cuando tocamos las tristes realidades de nuestro entorno -y arde tocar esas realidades- no es porque las queramos o las provoquemos, sino porque las estamos examinando con la intención de ser vistas y curadas. “Quienes están en el poder hacen todo lo posible para ocultar los problemas de su pueblo en la oscuridad, guardar silencio sobre ellos y proclamar su narrativa sobre ellos como la única verdad sagrada. La Iglesia tiene la misión trascendente - en nombre de Jesús - de examinar la realidad para hacerla visible, audible y tangible, para poder trabajar en la curación, la liberación y la redención. Para ello, la Iglesia llamará a todos a la conversión, a elegir otros caminos, orientados hacia el horizonte del Reino de Dios. En cada continente, en cada país, la Iglesia – si quiere ser fiel al Evangelio – tendrá que tomar decisiones muy claras para estar al lado de los “pobres”.

Ascensión, sí, es una palabra extraña. Pero se trata de esa trascendente tarea misionera que Jesús encomienda a sus discípulos, incluidos nosotros, de anunciar el Evangelio a todas las personas y a todos los pueblos, tanto cercanos como lejanos. Sin la dimensión profética (señalar y tocar las llagas), la Iglesia no puede ser Buena Noticia, Evangelio. La catequesis, la predicación, la formación cristiana, la teología, la espiritualidad, etc. deben partir siempre de las “heridas” de las personas y de los pueblos heridos y vulnerables. Allí brillará la Luz del Evangelio y se convertirá en buena noticia para aquellas personas. No debemos fallar en esto. No debemos permitir que nos silencien. Y nuestra “praxis” solidaria será fuente y testimonio de nuestro anuncio.

Sugerencias de preguntas para la reflexión y praxis, personal y comunitariamente..

  1. ¿Qué significa para nosotros el Mensaje de la Ascensión? Recorrer el mundo y proclamar la buena nueva a todas las criaturas”. ?
  2. ¿Cuál es nuestra praxis solidaria con las personas vulnerables y sufrientes? ¿Cómo tocamos sus heridas?
  3. ¿Cómo expresamos nuestra voz profética que hace visible y audible a esas personas y que denuncia el sufrimiento que se les impone?

[1] Homilías de Monseñor Oscar A. Romero.  Tomo IV – Ciclo B,  UCA editores, San Salvador, primera edición 2007, p 488

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