La Iglesia aporta el valor de la esperanza en los hombres.

Preguntan por nuestra contribución. ¿Qué tenemos para ofrecer en medio de las graves y complejas cuestiones de nuestra época?  Muchas veces me lo han preguntado aquí en El Salvador.   ¿Qué podemos hacer? ¿No hay salida para la situación de El Salvador?  Yo, lleno de esperanza y de fe, no sólo de una fe divina, sino de una fe humana, creyendo también en los hombres, digo: Sí, hay salida, pero que no se cierren las salidas. La Iglesia sólo aporta un valor: la esperanza en los hombres.” (18 de febrero de 1979)

Monseñor Romero, consciente de la pésima situación (económica, política, social) de El Salvador de su tiempo, confiesa que es un hombre de esperanza, “Sí, hay salida”.  No descansará de anunciar esa esperanza, esa confianza fundamental que los seres humanos somos capaces de superar las peores situaciones. Pero llama la atención que Monseñor dice con voz profética “que no se cierren las salidas”.  Eso debe haber sido una de sus grandes preocupaciones por el desenlace.  Siempre ha esperado poder aportar para evitar la guerra, que de todos modos se dio.  Sí se cerraron las salidas para soluciones no violentas, civilizadas y democráticas. 

Quizás es para cada país, cada pueblo un grito permanente: “no cierren las salidas”.  Cada pueblo tiene su historia, sus “ups and downs”, sus momentos de esperanza, pero también períodos de frustración, de decepción en la cúpula política, de desacuerdos con decisiones gubernamentales.  Muchas veces se ve tomas de posición bien opuestas que se expresan en enojos, burlas y no pocas veces en lenguaje muy vulgar.  Hay situaciones donde la parte en el poder no quiere escuchar voces desde la oposición, ni desde abajo, y hasta llegando a capturar las voces disidentes, desnacionalizarlas y expatriarlas.  Desde el poder en situaciones de tensión socio económica y política siempre se pretende “cerrar las salidas”, cerrando caminos de diálogo. En Nicaragua se prefiere conformar el ejército de “la policía voluntaria” jurando fidelidad a los gobernantes y comprometiéndose a descubrir las disidentes, posibles críticas,…  Pero desde abajo también se dan situaciones de desesperación que crean espirales de violencia.  Ejemplo claro es la triste historia del surgimiento y el desarrollo de las pandillas en El Salvador como verdaderas estructuras de criminalidad.

Los pueblos centroamericanos nuevamente están en épocas de crisis, de desequilibrios, de cambios constitucionales promovidos por quienes están el poder, de militarización de la sociedad.  Los sistemas de justicia responden a intereses de gobernantes y no a la “justicia”.   La captura y la expulsión de hermanos/as centroamericanos de los EEUU por orden del presidente Trump, está provocando aún más presión sobre los pueblos.  No hay suficiente trabajo, no hay suficientes ingresos, van a disminuir las remesas que sirven para la sobrevivencia en muchas familias.  Tendríamos todas las razones para desanimarnos, para desesperarnos.

El nuevo gobierno belga tiene que resolver el gran problema del déficit, de la deuda gubernamental. Lo piensa hacer realizando muchas restricciones en el panorama de las pensiones, de la migración, del apoyo al desarrollo,  en el subsidio para la sobrevivencia o en caso de perder el trabajo, mientras está comprometido en aumentar los gastos de defensa y la inversión militar.

Monseñor Romero nos dice que “aporta el valor de la esperanza a los pueblos”.   Hoy la Iglesia ha proclamado “el año de la esperanza”.  Aparecen documentos, declaraciones eclesiales sobre la esperanza, pero la pregunta es si a cada nivel las iglesias somos generadoras de esperanza?  No se oye voces proféticas fuertes contra la industria militar ni a favor del desarme, la negociación y el diálogo para resolver conflictos internacionales, la defensa de la tierra.   ¿Y el proceso de la “sinodalidad” de verdad hará nacer esperanza entre las y los creyentes acerca de su vivencia eclesial?   ¿Qué importancia damos a todas las iniciativas en defensa y la protección de personas, familias y sectores más vulnerables? 

A veces tenemos la impresión que se callan para no ser “pelota de juego” en las canchas de los políticos.  ¿Pero no sería que el pueblo (pobre, sobre todo) espera más que ese silencio?  Vale la pena retomar la advertencia de Monseñor “que no se cierren las salidas”. Nos parece que las Iglesias tendrían que hacer más esfuerzos por abrir horizontes de esperanza, indicar posibles alternativas de salidas del conflicto actual, tanto en cada país como a nivel internacional.  Claro nadie pide la opinión a las iglesias, pero esto no nos libera de la responsabilidad evangélica de ser voz de esperanza.  Las iglesias tampoco tenemos soluciones mágicas, pero no podemos no ofrecer esperanza a nuestro pueblo.  ¿No sería posible que las autoridades de las diferentes iglesias se junten para analizar y proponer?  ¿No sería posible que el clero, las y los religiosos, las y los animadores/as de comunidades, y las mismas bases (en movimientos, redes, parroquias, CEBs) reflexionen intensa y constantemente sobre la situación y a la Luz del Espíritu traten de hacer propuestas, alternativas de solución, siendo esperanza para nuestro pueblo? 

El genocidio que Israel está haciendo contra el pueblo palestino y ahora la obligada “salida voluntaria” que quieren imponer,  la guerra de Rusia contra Ucrania (y el occidente) que amenaza con estallar a nivel más amplio,  el desastre humanitario en el oriente de Congo, en Yemen, Sudán, ….  ¿Hasta cuándo los miembros de las Iglesias vamos a levantar voces de protesta, voces de esperanza solidaria, promover otras salidas? 

Cita 4 del capítulo IX (La Esperanza) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”

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