La Iglesia tiene que despertar conciencia de dignidad.

“La Iglesia no puede ser conformista. La Iglesia tiene que despertar conciencia de dignidad.  A esto lo llaman subversión. Esto no es subversión. La conciencia cristiana que nuestras comunidades van tomando a la luz del Evangelio, ante el pensamiento de que un hombre, aunque sea jornalero, es imagen de Dios, no es comunismo, ni subversión, es palabra de Dios que ilumina al hombre y el hombre tiene que promoverse.   Ya no queremos pueblo masa. Por eso les decía que se distingue el pueblo de lo que no es pueblo.  Aún más allá del pueblo de Dios, hay pueblos promovidos que no son todavía pueblo de Dios; pero todavía más al margen, hay un inmenso pueblo que ni siquiera se puede llamar pueblo y bien se le dice “la masa”.  No queremos masa.  Queremos la educación que personifica, queremos el Evangelio que hace sentir lo que decía Juan Pablo: “el hombre es un prodigio de Dios, irrepetible”.

“Mi llamamiento esta mañana es un llamamiento a cada uno de ustedes, y a mi mismo, que somos los miembros del pueblo de Dios, para no solo vivir nuestro cristianismo, sino irradiarlo, salvar a otros, ser unidad de otros que andan disgregados, ser arrepentimiento de otros que van por caminos de pecado, ser atracción para que aquellos que se han extraviado.  ¡Hay tanto que hacer en nuestra patria!.”

En países de tradición cristiana, en países donde la religión católica ha sido la religión oficial del estado, en países donde hay una estrecha relación entre gobierno y las autoridades de la Iglesia, en países donde los que tienen el poder y la riqueza utilizan la religión para justificarse y cubrirse,  en países cuyo gobierno dice llamarse cristiano,  muy fácilmente la jerarquía de las iglesias se portan como sordos, ciegos y mudos, para mantener esas relaciones de dependencia del estado y de la riqueza, están presentes en tomas de posesión y celebraciones políticas nacionales, hasta con ciertos liturgias especiales (Te Deum y otra).    Sin embargo ahí la voz del Evangelio de Jesús siempre será un problema para quienes manejan la política y la economía.  

En el tiempo de Mons. Romero la Iglesia lo ha vivido.  Por eso tuvo que tomar decisiones firmes.  Después del asesinato de Rutilio Grande en su dos compañeros (marzo 1977) el arzobispo anunció que ya no estaría presente en actos oficiales del estado y que los políticos ya no estarían invitados a lugares de honor en catedral.  En la cita que reflexionamos hoy comenta: “La conciencia cristiana que nuestras comunidades van tomando a la luz del Evangelio, ante el pensamiento de que un hombre, aunque sea jornalero, es imagen de Dios, no es comunismo, ni subversión, es palabra de Dios que ilumina al hombre y el hombre tiene promoverse.”  El anuncio del Evangelio de Jesús incluye la responsabilidad de la Iglesia de despertar en el pueblo la conciencia de dignidad humana.  Es realmente un “despertar” del sueño paralizante de un pueblo “masa” que vive oprimido y explotado, que aguanta, que muere de miedo (o bien por las balas).  La alianza de la riqueza con el poder lo llama subversión y en aquel tiempo también propaganda comunista.  Probablemente hoy lo llamen “terrorismo”, traidores de la patria, …..

En algunos países latinoamericanos estamos ante situaciones donde los gobiernos limitan fuertemente el accionar y la voz de la Iglesia.  Ya no están interesados en aprovecharse de ella, sino en declararla inofensiva.  Se controla lo que se dice en reuniones de catequesis, en las misas, en las homilías, en lo que se publica escrito u otros medios.  Esos gobiernos – hasta los que dicen ser “cristianos – prohíben expresiones públicas de las Iglesias (procesiones, viacrucis, altares, devociones…) y no dudan en capturar, encarcelar, expulsar a sacerdotes, obispos, religiosas/os y quitarles propiedades y cuentas bancarias.   En realidad aplican las políticas de los EEUU – gracias a las declaraciones de Rockefeller a partir de los años 60 del siglo pasado – considerando que el verdadero enemigo del imperio era la Iglesia católica que tenía que ser combatida, dividida, marginalizada.

La voz de Mons. Romero que escuchamos en su homilía de hoy, nos recuerda que la misión de la Iglesia es “despertar conciencia de dignidad”, tomar conciencia histórica a la luz del evangelio que lleva siempre a la promoción humana, al reconocimiento de cada ser humano como “hijo/a de Dios”, irrepetible, con el derecho a todo respeto y a promoverse, a crecer en calidad de vida. “La Iglesia no puede ser conformista” en su predicación y en sus actuaciones.   Más bien, así dice el arzobispo, la iglesia debe ser fermento de toma de conciencia del pueblo para que deje de ser “masa”. “No queremos masa”.  La iglesia quiere promover a su pueblo a abrir los ojos, a reflexionar a la luz del Evangelio la realidad que se vive y a actuar en búsqueda de la verdadera promoción humana, liberación de dominaciones (ideológicas, económicas, políticas, militares).

La Iglesia, guiada por el Espíritu, debe descubrir, realmente des-cubrir, quitar la cubierta que esconde las heridas en la sociedad.  Debe señalar donde se viola los derechos humanos, donde se presentan las personas y familias más débiles, ahí donde haya exclusión.  Pero no basta denunciar, la Iglesia debe comprometerse – así como lo hizo el mismo Jesús – en crear un pueblo nuevo, a curar heridas, a dar de comer al hambriento/a, a animar al pueblo a tomar su vida en sus manos, para unirse hacia un futuro de dignidad económica y social.   Muchas veces tendrá que contradecir la propagando oficial de los gobiernos y presentar la realidad desde abajo, desde los problemas que la gente vive.

En la misma homilía Mons. Romero recuerda que no basta vivir el cristianismo personalmente o al interior de los templos.  Debe “ irradiarlo, salvar a otros, ser unidad de otros que andan disgregados, ser arrepentimiento de otros que van por caminos de pecado, ser atracción para que aquellos que se han extraviado”.  La Iglesia debe irradiar su experiencia de salvación que vive gracias al Evangelio. En su palabra y en sus hechos debe ser una atracción para otros/as quienes andan “extraviados”, “en pecado”, “disgregados”, es decir para el pueblo que ha perdido la esperanza, que vive bajo el yugo de la dominación de un partido y su ideología, que no es escuchado para la implementación de los planes de gobierno, que vive con miedo de ser denunciado ante autoridades, que no cree en sus propias capacidades para desarrollarse y cambiar su vida.  La misión de la Iglesia es “salvación”, que no es solamente algo espiritual, ni para después de la muerte, sino para el ahora y el aquí en la realidad histórica que vivimos.  Salvación de toda forma de opresión y control, de toda forma de explotación económica, de toda forma de discriminación social.  Salvación tiene que ver con el pleno respeto por el ser humano como imagen de Dios. No hay nada más sagrado. “Hay tanto que hacer en nuestra patria!”.  En todos los países, en lo que tienen en común y en sus historias particulares, la Iglesia no puede fallar en esa misión de ser fermento de una nueva conciencia crítica de dignidad.   En cada país la comunidad eclesial tendría que concentrarse en lo particular de su misión.  Con la participación “sinodal” de todos y todas, a todo nivel, la Iglesia debe concretar su misión profética irradiante y atractiva. 

Es evidente que este mensaje evangélico no cae bien a los que están en el poder.  No faltarán las acusaciones y sus consecuencias para quienes asumen de verdad esa misión evangelizadora.  La fe en el Dios de la vida se enfrenta con las idolatrías de la ideología, del poder, de la riqueza.  Esto pasó con el mismo Jesús de Nazareth.   Leamos por ejemplo Jn 15,18-20.    No es grave si la Iglesia pierde privilegios sociales, económicos y políticos.  La Iglesia según el corazón del evangelio, siempre será pobre, como los pobres de su pueblo.  Tendrá que ser “pobre de espíritu” y “limpia de corazón”.  Ahí está su lugar: desde las cruces que cargan las personas y el pueblo en su conjunto.   Pero alianzas con el poder o callarse por miedo al poder siempre empujará hacia la traición de su propia misión evangélica.

Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  de Mons. Romero durante la eucaristía del 2° domingo de cuaresma  11 de marzo de 1979.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo IV,  Ciclo B, UCA editores, San Salvador, p 275.277

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