Injertar la vida de Dios en el corazón de los hombres

2do domingo ordinario.  El bautismo del Señor  –A  -    Jn 1,29-34    15 de enero de 2023

En su homilía, Monseñor Romero llama al Evangelio del Bautismo de Jesús, una nueva revelación. Tras comentar algunos acontecimientos del país y la vida de la Iglesia en la archidiócesis, desarrolla su homilía en tres pasos. (1) Dios quiere salvar a todas las personas. (2) Dios quiere salvar a un pueblo que ya está aquí en esta tierra y (3) Dios salva en un pueblo quitando los pecados del mundo.   La cita que puede iluminarnos hoy proviene de esta tercera y última parte de su sermón.

"Cristo presentado en el Jordán, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. “Existía antes que yo”, dice Juan. Yo lo voy anunciando  porque la salvación de los hombres consiste en recibir este bautismo del Espíritu que ´Él trae. Vida de Dios que quiere injertar en el corazón de los hombres; renovación interior del hombre; quitarle los pecados al hombre, a la familia, a la sociedad. Esta es su misión encargada a la Iglesia.  Misión difícil: arranca de la historia los pecados, arrancar de la política los pecados, arrancar los pecados de la economía, arrancar los pecados allí donde estén. ¡Qué dura tarea! Tiene  que encontrar conflictos en medio de tantos egoísmos, de tantos orgullos, de tantas vanidades, de tantos que han entronizado el reino del pecado entre nosotros.  Tiene que sufrir la Iglesia por decir la verdad, por denunciar el pecado, por arrancar el pecado. A nadie le gusta que le toquen una llaga y por eso salta, una sociedad que tiene tantas llagas, cuando hay quien le  toque con valor: tienes que curar, tienes que arrancar eso.“

La misión vital de Jesús es "Injertar la vida de Dios en el corazón de los hombres; la renovación interior del hombre; la eliminación del pecado del hombre, de la familia, de la sociedad". Esa es la salvación de Dios en Jesús. Esa es, pues, al mismo tiempo la misión de la Iglesia. "Una misión difícil", dice Monseñor Romero.

Quien fue bautizado de niño/a y creció en una tradición eclesiástica, en un ambiente en el que era evidente ser cristiano/a, le cuesta entender que ser cristiano es precisamente una misión difícil.   Hay muchos reglamentos y normas eclesiásticas (legales y administrativas).  Mucho está escrito de antemano, incluidas las oraciones y los textos y gestos litúrgicos.  Otros se distanciaron de la iglesia, no porque fuera demasiado difícil, sino porque ya no se reconocían en ella.   El arzobispo belga J. De Kesel escribió en su última carta pastoral sobre el camino sinodal: "Anhelamos una Iglesia que, sin abandonar el ideal y conociendo la radicalidad del Evangelio, sea al mismo tiempo generosa y misericordiosa y no excluya a nadie".  Toda una tarea.   Pero, incluso en los márgenes de la Iglesia, se siente y se experimenta plenamente que, efectivamente, es difícil seguir el camino de Jesús, intentar ser coherente y elegir radicalmente los valores del Reino de Dios en esta tierra. 

La vida de Dios sólo se injertará en la vida de las personas en la medida en que logremos renovar nuestro interior, y eso pasa también por la permanente "eliminación de los pecados del hombre, de la familia, de la sociedad". 

¿De qué hablamos cuando decimos  "pecado"? ¿No se trataría de todo lo que va en contra de los valores fundamentales del Reino de Dios (el sueño de Dios para el mundo y la humanidad)?  Todo lo que contribuye a la injusticia, a la violencia, al odio, a la falta de libertad, a la guerra, a la exclusión, a la pobreza, a la soledad, a la humillación, a la manipulación y a la mentira, a la adicción, a la explotación y al robo, a la idolatría, ... es una expresión de pecado en nuestro propio corazón, en la familia, en nuestro entorno cercano, en nuestra propia sociedad, y también a escala mundial.   La presencia de Dios en el mundo, en la naturaleza, en la historia, en la vida de las personas, queda muchas veces oscurecida y se hace invisible para nosotros. Esto es el resultado del pecado heredado de la sociedad, que consideramos normal y así lo reforzamos. 

Renovar nuestro interior desde la Fuente de Vida exige tomar conciencia de esa "normalidad" pecaminosa en las relaciones entre las personas y con la naturaleza, y en las estructuras y procesos.  Monseñor Romero dice que el mensaje del Bautista es que "la salvación del ser humano consiste en recibir este bautismo del Espíritu que 'Él trae'". Esto implica entonces una doble elección.

(1). Arriesgarnos a ese Espíritu de Jesús y vivir como bautizados en "minorías abrahámicas[1]", como comunidades de fe que irradian su Espíritu en su vivir y compartir juntos, en su hablar y actuar, en sus opciones.  Los valores básicos del Reino de Dios, el camino y la vida de Jesús, su brutal muerte y su esperanzadora resurrección pueden entonces hacerse visibles en la vida de esa comunidad.  La presencia liberadora y misericordiosa de Dios puede entonces ser también celebrada, cantada y expresada con gratitud.   Así, los cristianos pueden arriesgarse a ser verdaderamente "el Cuerpo y la Sangre de Jesús" en un mundo dominado y empujado por opciones "pecaminosas".    La Iglesia puede entonces convertirse en un ejemplo testimonial y alentador.  Sin la autenticidad evangélica, su testimonio no significa nada.  

Afortunadamente, la Iglesia no está sola en esto, porque incluso fuera de las iglesias hay bastantes personas y dinámicas sociales que están convencidas de que otro mundo es posible y necesario: en el movimiento social, en los grupos de solidaridad, en la atención a los migrantes y a las personas en detención, en la batalla por el clima,... Dios mismo está activamente presente en todas partes, incluso el viejo catecismo nos lo enseñó.

(2). Esta segunda gran misión es entonces ser un instrumento del Cordero que quita el pecado del mundo.  Arrancando la injusticia hasta sus raíces, lo llamó Monseñor Romero.  Hoy nos dice: "Una misión difícil: eliminar los pecados de la historia, eliminar los pecados de la política, eliminar los pecados de la economía, eliminar los pecados dondequiera que estén. Qué tarea tan dura!".  La semana pasada hablamos del giro tecnológico absolutamente urgente que se necesita para evitar que el calentamiento global dañe en menos de 100 años fatalmente nuestro planeta.  La historia de la humanidad (así la aprendimos también en la escuela) es una sucesión de guerras, ocupaciones, destrucción, masacres, esclavitud,... al servicio de la élite de los vencedores.  ¡Nunca más la guerra!  Sin embargo, seguimos invirtiendo muchísima energía, dinero, investigación científica... invertido en la industria armamentística, en la preparación de nuevas guerras.  Con motivo de la última Jornada Mundial de los Pobres, leí el llamamiento[2]: ¿no sería el momento de asegurar la atención a los pobres como responsabilidad directa del Estado (atendiendo con los impuestos de todos), al tiempo que podríamos, si fuera necesario, hacer campañas anuales de radio y Tv para los gastos militares?  El mundo al revés. Vivimos en un sistema económico que permite, por ejemplo, que en tiempos de fuerte crisis energética las grandes empresas energéticas y en tiempos de repentina pandemia las empresas farmacéuticas obtengan beneficios astronómicos.    "Eliminar los pecados allí donde estén", dice Mons. Romero, en todas las dimensiones y sectores de la sociedad.  Es una tarea enorme.

Finalmente, el arzobispo también dice que esa elección de ser bautizado en el Espíritu de Jesús para quitar los pecados del mundo, para señalarlos, para cooperar para que la vida triunfe sobre la muerte, eso para la iglesia también significará sufrimiento, persecución.  No puede ser de otra manera.  "La Iglesia entrará en conflicto en medio de tanto egoísmo, de tanto orgullo, de tanta vanidad, de tanta gente que ha entronizado el imperio del pecado entre nosotros".   En el centro de nuestras iglesias está la cruz: el arma homicida con la que fue martirizado y ejecutado Jesús, el hijo de Dios y nuestro hermano, Camino a la Vida.  Cuando la gente elige seguirle y se toma realmente en serio esa misión, personal y colectivamente, dispuesta a darlo todo, el sufrimiento no está lejos.  En esto, Jesús mismo nos ha precedido.  La Iglesia salvadoreña, en tiempos de Monseñor Romero, lo vivió en primera persona.  Pero ese no es el fin.... Por eso vale la pena.

Algunas preguntas para nuestra reflexión y acción personal y comunitaria.

  1. ¿En qué situaciones, estructuras y procesos pecaminosos estamos atrapados y absorbidos? ¿Podemos identificarlos y nombrarlos?
  2. ¿En qué áreas estamos, personalmente y en comunidad, haciendo una contribución real para eliminar el pecado?
  3. ¿Cómo podemos apoyarnos y animarnos mutuamente en tiempos de sufrimiento (persecución en todas sus formas) debido a nuestro compromiso como bautizados al servicio del Reino de Dios?

[1] Concepto de Dom Helder Camara, Brasil.

[2] Actualmente en Bélgica es al revés: con el presupuesto del estado (es decir con los impuestos de todos) se garantiza la inversión (creciente) militar, mientras para la atención a los pobres se hace acciones privadas y colectivas de caridad, de solidaridad.  

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