Solamente el que tiene espíritu de pobreza
| Luis Van de Velde
“Solamente el que tiene espíritu de pobreza sabrá poner por encima de todo a Dios y al hombre que es la clave de toda civilización. No el tener grandes edificios, el tener grandes campos de aviación, grandes carreteras, si por ellas no ha de pasar más que una minoría privilegiada y no el pueblo con cuya sangre se hacen todas esas cosas.” (11 de noviembre de 1979)
Por supuesto que Monseñor Romero no está en contra de las obras de desarrollo en el país, pero sí pone el dedo en las llagas de una sociedad que produce “desarrollo” para unos pocos gracias al esfuerzos de las mayorías.
Monseñor da tres ejemplos: grandes edificios, aeropuertos y grandes carreteras. Estas cosas sirven para “una minoría privilegiada” y no son un beneficio para “el pueblo con cuya sangre se hacen todas esas cosas”. En realidad la gran mayoría de las y los trabajadores que aportan con su trabajo la construcción de los grandes edificios (lujosos), en la ampliación del aeropuerto (y el futuro (¿) puerto de La Unión), las grandes y nuevas carreteras y puentes, no se benefician y no gozan de esos “frutos de desarrollo”. Y nos dice Monseñor que ese tipo de frutos de ese modelo de desarrollo no pone “a Dios y al hombre que es la clave”, como fundamento de la civilización.
Nuevas y mejores carreteras, redondeles, desniveles pueden ser muy importantes para la economía, pero sin un verdadero servicio de primera calidad y accesible en precio, y con suficiente frecuencia, en el transporte público. Solamente así las mayorías del pueblo podrá gozar también de esas grandes obras. La legislación sobre el transporte público y las exigencias de calidad, precio, seguridad, controles mecánicos y de gases, …es tremendamente débil. El sector transporte tiene grandes defensores en la Asamblea Legislativa. El pueblo que viaja “en bus” tiene todo el derecho de poder trasladarse en las mejores condiciones. Al otro lado es de preguntarse si realmente el país necesita esos grandes edificios de lujo (como varios de los nuevos edificios de los poderes del estado), ese otro aeropuerto en La Unión mientras somos un país tan pequeño.
“Solamente el que tiene espíritu de pobreza sabrá poner por encima de todo a Dios y al hombre que es la clave de toda civilización.” El ser humano, especialmente las mujeres y los hombres del pueblo (la gran mayoría) es la clave del éxito de una civilización, de los modelos de desarrollo. De nada sirve estar defendiendo algún proceso de desarrollo si el país sigue siendo de los más pobres en América Latina.
Monseñor Romero hace una llamada fuerte y clara que nos arriesguemos a cultivar ese “espíritu de pobreza”. Con esta expresión se dirige tanto a los más ricos, a la clase media y a las mayorías pobres. En cuanto a los primeros, Monseñor los llama a abandonar a los dios falsos, a los ídolos del poder y de la riqueza que exigen sacrificios (de otros/as) para saciar el hambre insaciable por tener más, de gozar más, de más lujo, de más extravagancia,… En cuanto a la clase media Monseñor está pidiendo que no se comparen con los de arriba, sino con las mayorías del pueblo, donde pueden servir y apoyar en los procesos de transformación. Y “el espíritu de pobreza” para el pueblo no es la justificación de la pobreza, no es “el consuelo de la religión” (como dice la Oración a la Bandera salvadoreña), sino la llamada a dignificar la vida a partir de la sencillez, mientras se lucha por la auténtica transformación de la sociedad. Que las y los pobres no se dejen engañar por los espejos de un modelo de desarrollo que solo es posible gracias al “sangre del pueblo que hace esas cosas”. Nuevas formas de solidaridad, de cooperación, de iniciativas amigables al medio ambiente son importantes. Que las y los pobres puedan mirar hacia sus lados y recordar lo que Santiago Portillo (animador de nuestras CEBs en El Salvador, que falleció víctima de covid) siempre repetía “siempre hay familias más pobres que la nuestra, y por ellas me comprometo y lucho”. Eso es el auténtico “Espíritu de pobreza”. No tengamos miedo.
Cita del capítulo VI (Idolatría de la riqueza ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”