El camino del misterio de la salvación

14 Domingo ordinario  –A  -    Mt 11,25-30     -      9 de julio de  2023

Bajo el título “el camino del misterio de la salvación” Monseñor Romero desarrolla su homilía[1] en tres ideas: “la iniciativa de la salvación es de Dios; segunda idea, en qué consiste esa salvación, una salvación integral; y la tercera idea, dispongámonos, porque no todos reciben esa salvación de Dios.”

La iniciativa de la salvación es de Dios.“Dios ha querido hablar cómo de amigo a amigo, les ha dicho a los hombres que es posible entrar en contacto con Él y participar de su felicidad divina y hacer renacer en el corazón del hombre la esperanza de otra vida, que ya se hace presente también como Reino de Dios en esta tierra. (…)  La palabra de Dios no está amarrada a ninguna esclavitud cuando se lleva amor y se lleva el sentido de esperanza y de libertad en el corazón. “    (p. 83)

Quizá sea éste un aspecto (demasiado) olvidado en la vida (cotidiana) de los cristianos, de la Iglesia. Sin embargo, Mons. Romero (afortunadamente) nos lo recuerda de nuevo: es Dios mismo quien toma la iniciativa de dirigirse a nosotros (los hombres y las mujeres) y de ofrecernos su salvación. Nosotros no inventamos esa Palabra, ni podemos apoderarnos de ella. Lo que sucedió en la vida, muerte y resurrección de Jesús es también la Palabra divina que se dirige (y repite) a cada uno de nosotros y reaviva así en el corazón de cada uno/a la esperanza que la vida será más fuerte que la muerte, que su Reino irrumpirá también en esta historia. Podemos tomar conciencia de ello una y otra vez, incluso en circunstancias difíciles de nuestra propia vida y de la historia de nuestro pueblo (del mundo).

En 2 Tim 2,9 leemos "La palabra de Dios no está atada" - "La palabra de Dios no se deja aprisionar" o "La palabra de Dios no está encadenada" (Biblia Latinoamericana). Monseñor Romero también nos lo recuerda hoy. Seguramente esto es muy importante. Ninguna iglesia, institución religiosa tiene la última palabra sobre la Palabra de Dios; ningún partido político o líder[2] gubernamental puede apoderarse de esa palabra salvífica de Dios y no tiene ninguna autoridad para hablar en Su nombre. Su Palabra, dirigida a nosotros como oferta de salvación y llamada a participar en ella, no puede ser atada. En el párrafo siguiente, Mons. Romero se refiere a la conciencia de cada uno.

En qué consiste esa oferta de Dios.  “En esto consiste también: en sentir su contacto.  Sentir que Cristo no es un ser teórico, lejano, sino que es un ser tan presente que me está invitando en todas las circunstancias de mi vida. (…)  Ojalá la guarden en todo su vida: el que se siente cansado, oprimido, venga a mí y yo lo libraré, yo le daré descanso.  Hagan la prueba de entrar en ese santuario íntimo de tu propia conciencia, donde Dios te espera para dialogar contigo, y cuéntale todas tus preocupaciones y problemas, y verás cómo Él te ayuda, respetando tu libertad, a que seas el artífice de tu propio destino.”  (p. 85)

En la oferta de salvación de Dios, podemos contar con la presencia viva de Cristo (el crucificado resucitado) "en todas las circunstancias de nuestra vida". Dios, Padre y Madre de todos los hombres, está siempre cerca de nosotros en ese Cristo. Durante su vida, Él vivió y enseñó el camino hacia el Padre/Madre, es decir, el camino hacia los "pobres", hacia todos los que están heridos y tienen que pasar por la vida vulnerables. Y Mons. Romero se refiere a Su Voz en nuestra conciencia, nuestro "santuario interior", donde Dios nos espera, nos escucha, con quien podemos compartir todas nuestras preocupaciones y esperanzas, y, que allí nos habla. Por eso es tan necesario que aprendamos a escuchar en nuestra conciencia y a dirijirnos al plan de salvación de Dios. Dios siempre tomará en serio nuestra libertad y nos llamará a "ser artífices de nuestro propio futuro". En eso, podemos elegir a favor o en contra de ese plan de salvación. Si optamos por arriesgarnos a los caminos de Dios, entonces "veremos cómo Él está cerca de nosotros", incluso en los momentos oscuros, incluso ante las grandes dificultades. Aprender a escuchar a ese Dios que nos habla y nos llama muy personalmente significa que podemos confiar en su fidelidad, hacia nosotros y hacia el gran plan de salvación de los hombres.

Quiénes (no) pueden recibir esta ofrenda que Dios nos trae por iniciativa suya.  “Cómo quisiera yo que (…) nos formáramos el propósito de no dejar, en nuestro corazón, que reine el orgullo, la soberbia, la autosuficiencia; de sentir con agradecimiento que la salvación viene de Dios y solamente la aceptan los que con sus brazos tendidos, como el mendigo, sienten la pobreza.  En este sentido, decimos que somos la Iglesia de los pobres. No la de los que no tienen fortuna pero son ambiciosos; no la de los que no tienen bienes materiales, pero secuestran para robar dinero; (…) Solo se les pide alma de pobres, alma de desprendimiento, alma de brazos tendidos para esperar todo de Dios y no confiar, cómo en ídolos falsos, en las cosas de la tierra “  (p. 88-89)

Monseñor Romero también es consciente de que no todos estarán dispuestos a responder a la iniciativa de salvación de Dios para el mundo, la historia y la naturaleza. Enumera aquí unos obstáculos: el orgullo, la arrogancia, la complacencia, la ambición de siempre más (poder y riqueza) también por la fuerza. Estos obstáculos (como diferentes expresiones del egoísmo) pertenecen a los ídolos y, por tanto, bloquean el acceso a la voluntad salvífica de Dios. Por eso dice el arzobispo que debemos ser necesariamente "la Iglesia de los pobres", caracterizada por el "alma de desprendimiento" que permite a los pobres tender la mano para confiar en ese Dios que se ha hecho conocido y se deja encontrar en Jesús. La autenticidad del "pobre con los brazos extendidos", es una actitud básica para todos los que en la Iglesia quieren seguir el camino de Jesús. Sólo “ese pobre" podrá escuchar a Dios en su conciencia. Sólo ese pobre estará dispuesto a dar testimonio del Reino de Dios y a arriesgar su vida por él. Es bueno entender la referencia de Mt 11,28 a "los que están cargados y agobiados" (Biblia Latinoamericna) de manera más activa[3], como "los que se afanan, los que se esfuerzan por escucharle". Arriesgarse por la salvación de Dios significa muy a menudo ir contracorriente, sobre todo cuando se violan los derechos humanos. Por eso es agotador perseverar, pero en ello podemos contar con Su Fuerza y Su Espíritu.

Algunas preguntas para nuestra reflexión y acción personal y comunitaria.

1.¿Cómo has experimentado que Dios mismo toma la iniciativa y te habla primero, a pesar de tus propias limitaciones y a pesar de las estructuras y poderes que quieren encadenar Su Palabra? ¿Qué has hecho con ello? 2.¿Cuál es tu experiencia de escucha de tu conciencia, de ese "santuario" donde Dios te habla claramente, respetando tu libertad, quiere dirigirse a ti, llamarte e interpelarte?

3.¿Hasta qué punto eres "un pobre que mira a Dios y a los hombres con los brazos extendidos"? ¿Dónde están los obstáculos para que entres en Su plan de salvación? ¿Qué has podido o querido hacer al respecto hasta ahora?

[1] Homilías de Monseñor Oscar A. Romero.  Tomo III – Ciclo A,  UCA editores, San Salvador, primera edición 2006, p . 73 - 98. 

[2] En el continente americano la mayoría de las y los presidentes juran con la mano sobre la Biblia. Pero ellos no son los intérpretes.  En Nicaragua el gobierno se considera la máxima autoridad para interpretar la Palabra de Dios.

[3] La palabra griega kopiáo (afanarse) no tiene el sentido pasivo que le otorgan la mayoría de los traductores (cansados, fatigados), sino el activo de “esforzarse”, como se echa de ver por el cotejo con los pasaje de la literatura sapiencial a los que evidentemente remite: “La sabiduría resplandece y no se enturbia su fulgor, gustosa se deja contemplar por sus amantes y se deja hallar por los que la buscan. Ella se adelanta dándose a conocer a los que la desean, Que si la buscas desde temprano, no tendrás que afanarte, la encontrarás sentada en su puerta”.  Los libros del nuevo testamento.  Traducción y comentario.  Editorial Trotta,  Edición de Antonio Piñero.  P.657

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