El mal es muy profundo en El Salvador.

“El mal es muy profundo en El Salvador, y si no se toma de lleno su curación, siempre estaremos cambiando de nombre, pero siempre el mismo mal.”  (23 de octubre de 1977)

¿Sería que Monseñor Romero tenía una visión muy pesimista de nuestro pueblo? ¿No creía en los «cambios de nombre», como de partidos políticos,  que se estaban produciendo?

«El mal está muy profundo en El Salvador».  Es decir, la maldad está enraizada en El Salvador (y en muchos países latinoamericanos), ha echado raíces profundas en nuestro pueblo y se ha convertido en un sistema de maldad.  A nivel económico, político, social y cultural, las fuerzas del mal han logrado construir paso a paso ese mal tan profundo.  La propiedad de los medios de producción está en manos de unos pocos.  Se han privatizado muchas empresas e instituciones estatales para obtener ganancias para los propietarios.  Nos han impuesto una economía de mercado en la que el Estado todavía tiene que intervenir solo para «salvar» a los grandes propietarios cuando hay peligro de quiebra.  La producción cafetalera en El Salvador es un buen ejemplo de esto.  Todo empezó con la apropiación ilegal de tierras pertenecientes a poblaciones indígenas y propiedades comunitarias. El Estado ha facilitado préstamos baratos para el desarrollo de los cafetales y para la cosecha del café.  El Estado ha tenido que intervenir en cada crisis del café, financiando, condonando, invirtiendo, etc.  La propiedad privada y la producción siempre han sido subsidiadas por el Estado para que los ricos nunca puedan perder.  La corrupción en el Estado. Los medios de comunicación al servicio de los poderes económicos.  El ejército siempre al servicio del poder dominante.  «El mal está muy profundo en El Salvador».  Se observan las consecuencias en la pobreza de la mayoría, la exclusión en sistemas deficientes de salud y educación pública, y que solamente un porcentaje bajo está inscrito en el seguro social o aporta para las pensiones (lo que por la privatización, también es un robo en sí mismo). Las leyes en El Salvador han sido promulgadas por mayorías legislativas de derechas en beneficio de las minorías ricas y poderosas.  Se está destruyendo el medioambiente en todos los frentes.  Los derechos más fundamentales de la mayoría se ven violentados constantemente.

Lo que vemos en El Salvador se da en mayor o menor medida en los demás países latinoamericanos.  En Europa, a pesar de los grandes avances en temas de combate a la pobreza, inclusión y bienestar generalizado, se sigue con la misma estructura de «el mal que es muy profundo».  “A nivel internacional, somos testigos del menoscabo del derecho internacional (humanitario), una diplomacia impotente, las divisiones en Occidente (EE. UU. frente a la UE), la reducción de la cooperación al desarrollo y el fomento de la narrativa bélica, con un fuerte aumento de la industria de defensa, la promoción de una cultura de la guerra con una cultura del miedo como consecuencia (el miedo nuclear nunca trae la paz) y el vaciamiento de la sociedad civil, tachada de ingenua e idiota.  Estamos evolucionando hacia un nuevo orden mundial aún desconocido. El código de conducta subyacente parece ser: yo o nosotros primero, la ley del más fuerte. La dignidad humana y los derechos humanos están en juego». (Paul Lansu. Pax Christi)

 Monseñor Romero nos recuerda que no bastan retoques superficiales ni medidas temporales o coyunturales. Impulsar fuertemente la industria militar y asignar más fondos estatales para medios militares, más armas sofisticadas y brutales nunca nos llevarán a la paz, fruto de la justicia y la fraternidad.   De verdad, el mal estructural es muy profundo en nuestro mundo.

Pero hay algo aún más profundo que permite que las estructuras de maldad se mantengan.  J. Comblin[1] escribió: «El mayor problema de América Latina es la indiferencia ante el sufrimiento de los pobres y, a la vez, la falta de confianza de los pobres en sí mismos y en su capacidad de transformación social».    Ante esta situación trágica, cada persona, cada cristiano, tendrá que posicionarse.  Seguir a Jesús nos exige dejarnos conmover por el sufrimiento de los pobres y tomar partido con ellos.   Solo cuando «el pobre crea en el pobre», cuando empiece a tomar conciencia de su situación y a organizarse para luchar por su propia vida, se logrará «tomar en serio la curación» de esa maldad. Habrá que acabar con el sistema injusto de raíz.   Cada cristiano y cristiana tiene la obligación ética de integrarse en una de las dinámicas organizativas del pueblo para ser sal, luz y fermento de transformación integral.

Cita 6 del capítulo V (Pecado y conversión ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”

[1] José Comblin. De profeten van morgen.   En el libro: Profeten zwijgen niet.  Garant, Antwerpen/Apeldoom, 2013.

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