Hay dos mundos, hermanos, que lo componemos los hombres.

Sexto Domingo de Pascua  –A  -    Jn 14,15-21     -      14 de mayo  2023

En el Evangelio de Juan, Jesús habla del mundo que no ve y no conoce al Espíritu de la verdad y del mundo que "ustedes" (ese otro mundo) conocen, "porque Él permanece con ustedes y estará en ustedes". (Jn 14,17). Monseñor Romero describe en pocas frases esos dos mundos opuestos.  La pregunta es: ¿en qué mundo vivo?

Mons. Romero dice[1]:  “Hay dos mundos, hermanos, que lo componemos los hombres.  El mundo sincero de quienes tratamos de seguir a Cristo e inspirar en Él nuestra acción y el mundo que vive de espaldas a Cristo; aquel que, en el Evangelio de hoy, dice Cristo: no ha conocido al Espíritu y por eso no os conocen tampoco a vosotros.  El mundo de los que sufren por hacer el bien y el mundo de los que sufren por hacer el mal.  El mundo de los que son torturados e injustamente calumniados y perseguidos, el mundo de los que persiguen, tal vez pensando hacer un bien, atormentando y acribillando a los demás.  Pero vale la pena – dice Cristo -poner la esperanza en el corazón y dar razón de esa esperanza.”

Si abrimos los ojos y los oídos, no es tan difícil ver estos dos "mundos" a nuestro alrededor plenamente comprometidos y activos. Por curioso que parezca, existe un mundo en el que la gente sufre "porque hace el bien", y otro en el que la gente sufre "porque hace el mal". Monseñor cree que las personas que hacen daño a los demás también sufren ellas mismas. El mundo de los que son torturados y el mundo de los que torturan. El mundo de los que son perseguidos y el mundo de los que persiguen a otros. Y así podemos continuar la lista: el mundo de los que defienden el poder y la riqueza, el mundo de los que son víctimas de ello; el mundo de los que difunden mentiras y el mundo de los que creen en ellas; el mundo de los poderosos que deciden la guerra y el mundo de los pequeños que tienen que bombardear y bombardear a otros, el mundo de las víctimas de la guerra. Y así sucesivamente...

Monseñor Romero parte de la distinción entre "los que buscamos seguir a Cristo y nos inspiramos en Él para nuestras acciones" y los que "viven de espaldas a Cristo". Entendemos que aquí no se refiere a los que nunca han oído hablar de Jesús, sino a los que fueron "bautizados", son miembros de su iglesia cristiana, pero cuyas acciones contradicen el mensaje y la vida de Jesús. Lo mismo ocurre con el mundo cristiano global. Es particularmente curioso que América Latina, continente cristiano, soporta las más crudas contradicciones,  y que África, con un cristianismo en fuerte crecimiento, tiene que vivir en gran parte en la pobreza; una cultura o una historia cristianas globales no son, evidentemente, garantía de una elección consciente de vivir una vida evangélica a imitación de Jesús. 

Pero, a pesar de eso, ¿quizá no debemos separar los dos mundos y ponerlos muy lejos. ¿No sería que  esos dos mundos impregnan nuestras propias vidas en mayor o menor medida? ¿Que la mentira y la verdad, la guerra y la paz, la injusticia y la justicia , .... desgarren en realidad nuestros propios corazones? ¿No hay muchos espacios grises (más oscuros y más claros), incluso en nuestras propias vidas? Seguir a Jesús y actuar en consecuencia no está en total oposición con vivir de espaldas a Jesús, blanco contra negro. ¿No fue Pablo quien nos recordó que no siempre hacemos el bien que queremos hacer, mientras que de vez en cuando hacemos el mal que en realidad no queremos hacer?

Me pregunto si esa no es una de las grandes razones de las dificultades en la "evangelización" hacia la siguiente generación o a pueblos que nunca han oído hablar de Jesús. Si nuestras acciones no son realmente claras y coherentemente transparentes para Jesús, para el Reino de Dios, ¿quién podrá creernos cuando queramos proclamarlo como Buena Noticia de parte de Dios?

“Por eso, Cristo pone, como señal de permanecer a esa vida de Dios, una condición indispensable: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”.  Y al final del Evangelio dice: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama”:  Aquí está el secreto de la verdadera dinámica.  Aquí está la verdadera fuerza del cristianismo: el amor.”  “Tomemos el Espíritu que Cristo nos ha dado; que cada cristiano trate de ser cada vez más un depositario del Espíritu que Cristo trajo cuando dijo a sus apóstoles: no os dejaré  huérfanos, os daré  mi Espíritu, mi dinamismo, mi verdad,  mi unidad, mi amor.  Y en esto os reconocerán, en que me amáis y el amor a Cristo se conocerá en que guardáis mis mandamientos. “

Monseñor Romero nos lleva al corazón del Evangelio en este sexto domingo de Pascua. Se trata, en definitiva, de cumplir "los mandamientos", resumidos en el amor servidor sin el "sí, pero". En el año litúrgico nos acercamos de nuevo a Pentecostés. El último "acto" -si podemos llamarlo así- de Jesús en la Cruz fue un fuerte grito y la entrega del Espíritu. En Juan leemos: "Y dijo: Todo está cumplido. Inclinó la cabeza y entregó el Espíritu". (Jn 19:30). Lo había prometido. Pronto volveremos a recordarlo y celebrarlo en Pentecostés. Por nuestra parte, esto requiere la voluntad de "acoger", de "recibir" ese Espíritu: estar abiertos a ese Espíritu de Jesús, a su dinamismo, a su verdad, a su amor. Quizá ahí radique una gran tarea para la comunidad cristiana creyente: ayudarse mutuamente a estar siempre abiertos de nuevo al Espíritu de Jesús.

Esto, por supuesto, requiere una opción permanente. No debemos dejarnos llevar por nuestras costumbres, por nuestro que hacer conocido. A la luz del Evangelio, es necesario preguntarse dónde estamos realmente en el seguimiento de Jesús y en qué nos inspiramos para nuestras opciones y acciones. Una y otra vez, tendremos que volver a esa apertura fundamental al Espíritu y dejarnos llevar por Él. Incluso en nuestra Iglesia, ¿no estamos demasiado preocupados por conservar tradiciones eclesiales centenarias y demasiado poco por estar abiertos al Espíritu de Jesús que quiere conducirnos por el camino de Jesús también hoy a lo largo de la historia?

Algunas preguntas para nuestra reflexión y acción personal y comunitaria.

  1. Cómo podemos hoy distinguir claramente estos dos mundos en nuestro entorno y en nuestra historia cercana y mundial?
  2. 2. Cómo reconocemos también estos dos mundos en nuestra propia vida, en la familia, en la comunidad, en nuestra Iglesia?
  3. 3. ¿Cómo podemos ayudarnos hoy unos aotros a no estar tan preocupados por lo antiguo, sino a estar abiertos al Espíritu una y otra vez, a ser receptivos y a dejarle entrar en nuestras vidas, a recibirle?

[1] Homilías de Monseñor Oscar A. Romero.  Tomo II – Ciclo A,  Uca editores, San Salvador, primera edición 2005, p. 457, 459 y 462

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