Que nuestra predicación sea también con el testimonio de nuestra vida.

13 Domingo ordinario  –A  -    Mt 10,37-42     -      2 de julio  2023

Tras su visita ad limina a Roma, Mons. Romero testimonia en esta homilía sobre el significado del ministerio petrino para la Iglesia, especialmente también para él mismo como arzobispo de una iglesia local. Las tres lecturas de hoy son luz para que hable sobre el papel y el significado del papado. El encuentro de Mons. Romero con el Papa Pablo VI fue muy alentador y fortalecedor para él. Se sintió comprendido y apoyado por Pablo VI. Para la reflexión de este domingo, partimos de lo que dijo del texto del Evangelio. En ese Papa, Mons. Romero ve también un ejemplo de lo que él mismo quiere ser como creyente, como pastor de su pueblo en el camino del Evangelio.

Mons. Romero dice[1]:  “Acabo de ver al Papa y ese hombre de Dios es un santo. En su fragilidad(…) pero con una mente lúcida y, sobre todo un corazón que es todo un volcán de amor para la humanidad. Es un santo, es un discípulo verdadero de Cristo.”  Al referirse a Mt 10,37-39 dice Mons. Romero: “Todas esas frases con que Cristo aconseja a los que han de ser apóstoles en la historia, las he visto realizadas al pie de la letra en Pablo VI, el hombre desprendido de todo. …. Esta es la entrega del Papa. Un hombre que no vive para sí; un hombre que todas las palpitaciones de su amor son para sentirse padre, conductor, guía, pastor  de la humanidad. …. Hablando privadamente conmigo decía (el Papa): “ Prediquemos no solo con la palabra,que nuestra predicación sea también con el testimonio de nuestra vida. Recordaba (…): El mundo de hoy no necesita tanto maestros como testigos, testigos del amor, testigos de la santidad.”

El 14 de octubre de 2018, Papa Pablo VI y monseñor Romero fueron canonizados juntos. Sus grandes fotos (oficiales) colgaron una al lado de la otra en el Vaticano, en el centro del grupo de nuevos santos. Ese acontecimiento también añade una dimensión más profunda a las palabras de la homilía del arzobispo aquel 2 de julio de 1978: "Es un santo". Ahora podemos decir: dos santos se encontraron allí y entonces. Lo que dice monseñor Romero sobre la santidad del Papa tiene que ver también con su propia vida: "un corazón que es un volcán de amor por la humanidad". "Un hombre cuyo latido de amor sirve para sentirse padre, líder, guía, pastor de la humanidad". Así es como Mons. Romero quiso vivir en su propia diócesis, e incluso después de su brutal muerte, siguió siendo una fuente viva de amor para muchos, incluso fuera de El Salvador. Hoy sigue siendo un guía en el camino del Evangelio, un ejemplo de pastor fiel.

Hoy nos parece importante preguntarnos cuán lejos estamos de él nosotros mismos. ¿Qué hay de nuestro "volcán de amor a las personas"? ¿Hasta dónde hemos llegado en el camino de la santidad evangélica? También es necesario tener presente aquella otra llamada de Pablo VI a Romero: "Prediquemos no sólo con palabras, sino también con el testimonio de nuestra vida". Recordó (...): El mundo de hoy no necesita tanto maestros como testigos, testigos de amor, testigos de santidad". Si observamos el testimonio de nuestra vida, de nuestra praxis social, económica y política, de nuestras opciones, de nuestro uso del tiempo,  ¿cómo late nuestro corazón de amor por las personas vulnerables? A menudo, da la impresión de que los cristianos llevamos una doble vida: por un lado, las prácticas religiosas eclesiásticas, una cierta espiritualidad,... y por otro, nuestra vida en el mundo, en los negocios, en las organizaciones, en la familia, en nuestros quehaceres; como si se tratara de dos aspectos de la vida que no tienen nada que ver entre sí. Aparentemente no tenemos ningún problema en tomar decisiones "en el mundo", elegir rumbos, ir por ciertos caminos,... que nada tienen que ver con el evangelio de Jesús o incluso caminos que van en contra de él. Podríamos decir, que si no nos esforzamos por ser testigos de esa santidad evangélica, erosionamos totalmente nuestra fe en Jesús y nuestra pertenencia a la iglesia.

“Y este es mi segundo pensamiento: el enviado, Pablo VI, es aquel de quien ha dicho Cristo en el Evangelio de hoy (y cita Mt 10,40).  Yo encuentro, en estas bellas palabras del Evangelio de hoy, la comunión del hombre con Dios; sobre todo, de aquellos hombres que quieren entrar en la comunión de fe predicar una revelación que no es nuestra”. (…)   Y haciendo referencia a sus propias homilías dice: “ estoy seguro de que el espíritu de Dios en mis pobres palabras está llevando la revelación, el mensaje del Evangelio. Trato de ser fiel al Evangelio que, aun cuando esta palabra molesta a un sector o a otro sector, trato de definirla plenamente como la doctrina auténtica de la Iglesia.”

Hace unos meses, al comienzo del tiempo pascual de 2023, murieron en Europa dos testigos fieles en cuyas palabras el mensaje profético del Evangelio ha sonado muy claramente, pero no fueron comprendidas por las estructuras y poderes eclesiásticos: Huub Oosterhuis (en Holanda) quien explica que fue expulsado de la orden (de los jesuitas), y el obispo Jacques Gaillot (Francia) que fue expulsado de su diócesis (Évreux) por el Papa Juan Pablo II para nombrarle en una diócesis que no existía desde hacía muchos siglos. El Papa Juan Pablo II también tuvo momentos muy difíciles con Monseñor Romero. La verdadera fidelidad al Evangelio provoca a menudo oposición hasta agresiva, tanto dentro de la Iglesia como en la sociedad. Monseñor Romero lo experimentó muy duramente. Sólo Mons. Rivera (entonces obispo en otra diócesis) compartía su opción, su camino. Los demás obispos le contradijeron públicamente e intentaron ejercer su influencia en Roma para que Romero fuera depuesto. El Papa Benedicto XVI dejó el caso de Romero en el cajón. Al principio, la oligarquía y los dirigentes del gobierno militar acogieron con satisfacción su nombramiento, pero muy pronto se convirtieron en sus firmes y violentos opositores, hasta que se tomó la decisión de asesinarlo. El entonces arzobispo argentino Jorge Bergolio dijo: si yo fuera Papa no dudaría en canonizar a monseñor Romero. Así sucedió cuando se convirtió en Papa Francisco. 

Monseñor Romero siempre quiso ser fiel al mensaje del Evangelio, a las enseñanzas de la Iglesia. Tuvo que ir a defenderlo varias veces a Roma. En la comunidad de fe, la Iglesia, no se trata de "nuestra" verdad, "nuestro" mensaje, sino sobre el Evangelio, sobre el mensaje de Dios en la vida, muerte y resurrección de Jesús. Monseñor Romero experimentó muy fuertemente -con toda sencillez- que el Espíritu le hacía decir sus "pobres palabras" como el auténtico Evangelio, la enseñanza de la Iglesia. Mt 10,40: El que los recibe a ustedes, a mi me recibe”. Esta es una responsabilidad importante de los cristianos. Debemos vivir, hablar, actuar de tal manera que quien nos ve y nos oye, vea y oiga al mismo Jesús. Por supuesto, no hay que darle la vuelta y justificarse: Soy cristiano, soy sacerdote, soy religioso, soy obispo, soy diácono, soy agente de pastoral, ... así que haga lo que haga o deje lo que deje, diga lo que diga, "debe" entenderlo como verdad evangélica sobre Jesús y la Iglesia. Punto y final. La comunidad de cristianos tiene la responsabilidad de asegurarse de que siempre somos guiados de nuevo por el Espíritu de Jesús y no por nuestra mente (mundana y egoísta). Debemos asegurarnos de estar dinámicamente presentes como testigos de su Espíritu en todos los esfuerzos por hacer este mundo más justo y humano.

Algunas preguntas para nuestra reflexión y acción personal y comunitaria.

- ¿Qué significa para mí, para nosotros, "ser testigos de la santidad evangélica"? ¿Hasta dónde hemos llegado en ese testimonio?

- ¿Hasta qué punto sigue existiendo una dicotomía entre nuestra práctica religiosa cristiana y nuestra espiritualidad, y lo que hacemos y realizamos en la vida cotidiana, el trabajo, la familia, la política, la economía, ...? ¿Cómo podemos ayudarnos a reducir esta dicotomía?

- ¿A quién le molesta hoy nuestro testimonio sobre Jesús, sobre nuestro camino con Jesús? (Si a nadie le molesta nuestra vida de cristianos, ¿no deberíamos preguntarnos si vamos realmente por el camino de Jesús, por el camino de Monseñor Romero).

[1] Homilías de Monseñor Oscar A. Romero.  Tomo III – Ciclo A,  UCA editores, San Salvador, primera edición 2006, p.62,63,65

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