La propiedad privada no es un derecho incondicional y absoluto

Monseñor Romero informó ese domingo que no se lograba arreglar los conflictos laborales en varias empresas.  También sabía de “quejas de campesinos buscando terrenos y quienes puedan facilitarles para subsistir, con la angustia de que ya llegan las lluvias y no tienen dónde sembrar para sus familias.” Frente a esos problemas cita la encíclica de Pablo VI “Populorum progressio 23”.

“Yo quiero recordar esta palabra de PP 23: “Si alguno – cita aquí las palabras de la carta de San Juan – tiene bienes de este mundo y viendo a su hermano en necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo es posible que resida en el amor de Dios?”  Y el Papa Pablo VI comenta: “La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario.  El derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse con detrimento de la utilidad común, según la doctrina tradicional de los padres de la Iglesia y de los grandes teólogos.  Si se llegase al conflicto entre los derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias primordiales, toca a los poderes públicos procurar una solución con la activa participación de las personas y de los grupos sociales.”

Muchas veces en situaciones de conflicto se observa con mayor claridad las desviaciones, las heridas, las contradicciones que ya han estado presente desde hace mucho tiempo.  En medio de conflictos laborales en empresas y ante el grito de familias campesinas sin tierra, Monseñor pretende orientar la historia a la luz de la encíclica papal. 

Para propietarios de empresas, de dinero (inversionistas, banqueros,..), de tierras (terratenientes) que dicen ser creyentes cristianos se recuerda una cita de la primera carta de Juan (3,17).   Es imposible ”residir en el amor de Dios”, es imposible vivir como hijo/a de Dios, si cierran sus entrañas ante las graves necesidades de tantas familias.  Por mucho que participen en ritos religiosos, bendiciones de instalaciones, fiestas patronales en la finca u oraciones al inicio de la jornada, no participan del plan de Dios y se están excluyendo de la familia de Dios.  La riqueza de unos pocos frente a las necesidades y la miseria de las mayorías es un grito al cielo exigiendo justicia.

El sistema capitalista nos ha metido en la cabeza y el corazón que la propiedad privada es lo más sagrado de la vida.  Por supuesto es un derecho fundamental que cada familia tenga su vivienda, su espacio necesario para poder vivir digna y saludablemente, también como propiedad familiar.  A ese nivel aun falta mucho que cambiar en el mundo.   La denuncia aquí vigente se refiere a quienes tienen mucho más de lo que necesitan para vivir dignamente, quienes se han instalado en el lujo, quienes acumulan casas, propiedades, vehículos, yates, ….  Esas riquezas exageradas son ofensa a los pobres y por eso, ofensa a Dios mismo que quiere vernos como hermanos/as en la familia humana.   Algunos podrían argumentar que se trata de dinero ganado a través de trabajos especiales (en el deporte, en el cine, ..), através de la ganancia de sus empresas, o gracias a herencias familiares.  Otros no dirán nada porque saben que han logrado juntar propiedades y dinero gracias a la corrupción política,  pago de servicios a “amigos”, …  En algunos países la distancia entre los más ricos y los más pobres es mayor que en otros, pero es una distorsión social estructural gravísima por todos partes.  Y lo más lamentable es que nos hemos acostumbrado a aceptarlo como normal. 

Aunque aun no sea suficiente en algunos países se ha logrado legislaciones que garantizan un salario y una pensión mínima, y también un aporte solidario básico para la sobrevivencia en momentos de crisis.  En la mayoría de los países se está muy lejos de esto, mientras también ahí unos sectores logran acaparar enormes riquezas.   Citando la encíclica Monseñor Romero recuerda que “Si se llegase al conflicto entre los derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias primordiales, toca a los poderes públicos procurar una solución con la activa participación de las personas y de los grupos sociales”.   No es fácil, porque en la realidad de los países, quienes están en el poder público son representantes de los grupos de poder económico.   Las leyes benefician generalmente el capital sobre lo humano. El estado tendría que garantizar la participación activa y plena de los grupos sociales más vulnerables y más afectados en los procesos de reordenamiento de la sociedad.  ¡cuán lejos estamos de esto!

La crisis provocada por la pandemia de covid nos ha ilustrado que los estados son incapaces de controlar las inmensas olas de ganancias extraordinarias de las empresas farmacéuticas.  Algo semejante vemos en las empresas de energía en la situación de crisis energética provocada entre otras por la guerra de Rusia contra Ucrania (y el occidente).   Mientras más familias ni pueden pagar su factura de energía, esas empresas hacen ganancias jamás soñadas.  En el mundo del deporte se juega miles de millones de dólares en la venta de jugadores, en el pago de salarios, premios y bonos.  Acumulan riquezas astronómicas.   El reparto de millones de dólares después del campeonato mundial de Qatar es un nuevo ejemplo muy actual.   Muchos de los jugadores vienen de familias pobres y al tener éxito se integran en la cúpula de los grandes ricos, viviendo en islas de lujo.  Y… tristemente, hasta los pueblos se animan tanto al ver los partidos jugados por estrellas futbolísticas que viven en extrema riqueza.

Toca a los poderes públicos procurar una solución”, cita Mons. Romero la encíclica.   Ya durante varias décadas sufrimos procesos de reducción del estado, impuestos por los grandes del neoliberalismo.   Solo el mercado va a solucionar nuestros problemas económicos y animará los procesos de desarrollo.  Sin embargo la crisis actual enseña nuevamente con claridad que no habrá solución si el estado no retoma su plena responsabilidad[1] de auténtico liderazgo priorizando la redistribución de la riqueza y la vigilancia de los derechos humanos fundamentales.

 Los poderes públicos deben garantizar que la sociedad mantenga el equilibrio entre la libertad empresarial y la corrección de repartición de la riqueza.   De ahí urge un sistema progresivo de impuestos de tal manera que quien gana más aporta más en impuestos.   Podría ser que un sistema impositivo progresivo sea como un “año jubilar bíblico permanente”.   Al mismo tiempo urge que se ponga un límite superior a los ingresos y propiedades individuales, de la misma manera como hay que garantizar también lo mínimo como un derecho humano fundamental para todos y  todas en todo el mundo.    Otro aspecto importante en ese equilibrio es la intervención en cuanto al derecho de herencia.  Los autores de esta Declaración ven que una tercera parte de lo que la sociedad produce se traslada anualmente de propietario vía el derecho de herencia.  Parece aun un sistema feudal.  Podría ser que la combinación de un techo límite para ingresos y propiedad, con rediseñar el derecho de herencia, ayuden a detener la acumulación sin fin de riqueza. 

La otra tarea del poder estatal es garantizar los derechos humanos de todos y todas.  Aunque la mayoría de la gente es “buena” ( a favor de DDHH), pero al actuar en masa puede justificar la violación de una gran cantidad de derechos fundamentales.  La concreción y la vivencia de la Declaración Universal de los DDHH (Naciones Unidas) es tarea importante de los gobiernos.    Los conceptos “trabajo, productividad, progreso” necesitan un nueva definición, un nuevo contenido,  tomando en cuenta el impacto en la naturaleza y en la vida humana.   Estos tres conceptos son hoy instrumentos para crecimiento material y virtual., y a la vez para la destrucción de la naturaleza y de la vida como humanos.   Mientras tanto nos urge redefinirlos como instrumentos para decrecimiento, armonía (entre la naturaleza y nosotros, y entre los humanos) y de valores espirituales que nos humanizen.  “Trabajo, productividad y progreso” deben garantizar que nos cuidemos, que podamos celebrar nuestra interdependencia y nuestro lugar en el planeta, que nos den tiempo para reflexionar, para compartir, para irradiar amor y construir estructuras justas. 

No tengamos miedo para arriesgarnos a caminos nuevos, a reducir nuestro consumismo, a estar contentos con “menos” frente a las ofertas del mercado para adquirir siempre más y cosas nuevas (mientras lo anterior aún sirve), a compartir en lugar de competir, a multiplicar (humanidad) dividiendo (repartiendo, compartiendo) lo material, el tiempo, el cuido, la alegría fraterna,…

Reflexión para el domingo 12 de marzo de 2023.    Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  durante la eucaristía en el tercer domingo de cuaresma, ciclo A , del 26 de febrero de 1978.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo II,  Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p.291

[1] Traducción libre a partir de “Declaración del 30 de noviembre.  Borrador para un mundo vivible”  (Verklaring van 30 november.  Krijtlijnen voor een leefbare wereld).   Retomamos varios elementos de la propuesta formulada en esta declaración.

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