El seguimiento de Cristo en el espíritu de una Iglesia auténticamente evangélica.

 “En el año litúrgico, esta temporada que se inicia ya desde el miércoles de ceniza es la más importante. Yo les quiero suplicar que, con ese deseo de seguimiento de Cristo en el espíritu de una Iglesia auténticamente evangélica, vivamos esta temporada.   Lo esencial de la Cuaresma es una preparación para celebrar la Pascua.  El misterio pascual es la muerte y la resurrección de Cristo. (…)  Para hacernos partícipes de esos méritos de las cruz y de la esa vida de la resurrección, es necesario prepara las disposiciones humanas, convertirse, como ha dicho Cristo en el Evangelio de Hoy: “ Conviértanse y crean el Evangelio”.  

De ahí que la Cuaresma es una temporada de conversión y de fe en el Evangelio.  La fiesta de la Pascua no es una fiesta de Cristo, sino de Cristo como cabeza de todos nosotros que formamos la humanidad.  En la próxima Pascua de 1979, tenemos que ser nosotros el cuerpo de Cristo: mi carne, mi vida, mi situación concreta.  El pueblo de El Salvador bautizado tiene que ser como la encarnación de ese Cristo que aparece vivo y glorioso. Hagámosle honor a ese Redentor nuestro, en el cual creemos y esperamos.  Preparémonos para no ser una célula muerta en el organismo viviente de Cristo, sino de hacer honor a todas las células revestidas de una nueva primavera, de una gran esperanza, de una vida divina.”

El título de esta reflexión ya expresa con claridad un eje fundamental de la vida de quien opta por ser cristiano/a.  Quizás una primera pregunta a hacernos en esta cuaresma es: ¿cómo nos va con el deseo de seguir a Jesús?  ¿Qué deseamos de verdad?  ¿cómo se expresa ese deseo?   Después de anotar algo al respecto, estamos ante el reto de seguir a Jesús “en el espíritu de una Iglesia auténticamente evangélica”.   ¿Sería que Monseñor Romero se da cuenta que caemos a veces en una “Iglesia light”, una “Iglesia zero”,  una Iglesia sobre todo de prácticas, tradiciones y devociones religioso – culturales, sin el espíritu verdadero del Evangelio de Jesús?

El arzobispo brasileño, Helder Camara, habló de minorías Abrahamíticas.  Se trata de una Iglesia de pequeñas comunidades de personas que reconocen que las cosas no pueden o no deben seguir así, que se atreven a emprender el camino hacia un nuevo horizonte, que tienen los ojos puestos en Jesús y que, individualmente, en familia y en comunidad, quieren ser sacramento (signo e instrumento) del Reino de Dios, tal como Jesús lo anunció y lo vivió.  Sin esas comunidades vivas en la base la Iglesia (en sus diferentes niveles) no se puede vivir “auténticamente evangélica”.  Mayores estructuras (eclesiales) dan más importancia al derecho (legalidad), a la autoridad (el poder), a lo exterior (la riqueza), ….  El teólogo Víctor Godina escribió un libro con el título “El Espíritu del Señor trabaja desde abajo”.  

Creemos que para vivir el seguimiento a Jesús es necesario escuchar al Espíritu en la voz de los pueblos, en los pobres, en las comunidades cristianas (que siempre serán Abrahamíticas).  Desde abajo seremos capaces de entender el actuar de Dios en la historia.  Desde abajo – donde sopla el Espíritu del Señor – seremos capaces de ser una Iglesia atenta a los clamores de los vulnerables en la historia.  Quienes tenemos la vocación y misión de ser voz del Espíritu de Jesús debemos vivir una real presencia cercana a las y los pobres en los pueblos y en la Iglesia.  Quienes más suben en la jerarquía y en las estructuras de la Iglesia, más esfuerzo tendrán que hacer para bajar constantemente más hacia el fondo, hacia la base, hacia “las heridas”.  Solo ahí captarán ese soplo del Espíritu del Señor.

Monseñor Romero observa que hay focos eclesiales que son más “célula muerta en el organismo viviente de Cristo” y mucho menos “células revestidas de una nueva primavera, de una gran esperanza, de una vida divina.”  Nos advierte que revisemos nuestro papel en la Iglesia.  Es una expresión muy fuerte: urge convertirnos para “no ser una célula muerta”.  Estamos escuchando a un obispo que habla a la comunidad de creyentes presentes en la catedral y a quienes lo escucha por radio.    Este tiempo de conversión nos invita, nos obliga a preguntarnos de que vive nuestra célula eclesial, de qué se alimenta y cómo son sus resultados, qué cosecha.  

El arzobispo menciona tres imágenes de esa cosecha que expresan una tremenda misión. (1) Ser una célula eclesial revestida de una nueva primavera.   Después de lo que muchos teólogos han llamado “el invierno eclesial” con el estancamiento y el retroceso, hay nuevos aires de primavera en la Iglesia. Los 10 años del pontificado de Francisco y su impacto en el conjunto de la Iglesia abren nuevas perspectivas.  Pero serán las pequeñas células eclesiales, la base comunitaria de la Iglesia – ahí donde sopla el Espíritu del Señor – que son llamados a vivir esa primavera, ese despertar, ese renacer.  (2)  Ser una célula eclesial revestida de una gran esperanza.  El mundo como lo vivimos hoy está en varios procesos de autodestrucción.  El capitalismo neoliberal se ha mundializado y miles de millones de personas son expulsadas hacia la marginalidad y la miseria.  Los ídolos del poder y de la riqueza parecen estar triunfando en muchos países.  La naturaleza está llegando a niveles críticos de “no retorno” por causa de nuestra manera de tratarla.  ¿Cómo seremos células, comunidades eclesiales que irradien esperanza, a pesar de todo, y contra toda desesperanza?  Significar esperanza real para migrantes, para los que no son acogidos por las redes solidarios, para los sin techo, para las y los niños/as y jóvenes, para ….  ¿Qué significa irradiar esperanza en otros/as? (3) Ser una célula eclesial revestida de una vida divina.  Esto tiene que ver con una vida como hijos/as de Dios, como su imagen.  Es ser  transparente para que en nuestro hablar y actuar el Dios de Jesús, Madre – Padre de la humanidad, sea visible y palpable.  El “cuido” de la vida en todos sus aspectos y para todos y todas, es fundamental para que actuemos y hablemos como Jesús lo ha enseñado con sus hechos.  En Él vemos a Dios hecho humano.  Viviendo así, nos revestimos de una vida divina.

El llamado fuerte a la conversión nos pide como primer paso ser miembro de una comunidad eclesial, una célula eclesial, una comunidad Abrahamítica.   Creer en Jesús no es un asunto individual.  Solo puede ser auténticamente evangélica si es vivida en comunidad.  Pueden haber muchas formas y expresiones comunitarias, cada una con su acento, su mística particular.  Sin estar dentro de alguna de esas células eclesiales estamos perdidos.    Y luego las mismas comunidades tienen muchas tareas.   En esta reflexión hemos retomado tres.

Esta conversión nos llevará a  “ser nosotros el cuerpo de Cristo” en la historia, en nuestro entorno, en el ambiente donde nos movemos.  Si en la eucaristía nos alimentamos con su vida, “su cuerpo y su sangre” asumimos la responsabilidad de ser su Cuerpo, de ser su Palabra.   En la comunión podemos decir: “tome, coma y sea el Cuerpo de Cristo”.  Seamos comunidades dignas de nuestro nombre “cristiana”.   ¿La gente puede ver en nosotros el rostro de Cristo?     No tengamos miedo.

Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  de Mons. Romero durante la eucaristía del 1° domingo de cuaresma  4 de marzo de 1979.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo IV,  Ciclo B, UCA editores, San Salvador, p 243-244.

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