Con su ser testigo y mensaje, Francisco nos regala claves u orientaciones para afrontar estos tiempos de crisis Creer y esperar en tiempos de coronavirus con Francisco

Creer y esperar en tiempos de coronavirus con Francisco
Creer y esperar en tiempos de coronavirus con Francisco

Justo en este tiempo de crisis del coronavirus, se cumplen 7 años del Papa Francisco como sucesor de Pedro en la iglesia católica que nos confirma en la fe, el servidor de los siervos de Dios y el que preside en la caridad (amor). Francisco nos ha regalo una bella, profunda y verdadera enseñanza con su testimonio y magisterio, por ejemplo, con Lumen Fidei, Evangelii gaudium, Laudato si (LS), Amoris laetitia, Christus vivit (CV)o la reciente Querida Amazonia (QA); con su ser testigo y mensaje, Francisco nos regala claves u orientaciones para afrontar estos tiempos de crisis.

Y es que el coronavirus ha puesto de relieve los límites y fragilidad del ser humano que, como suele suceder en dichas crisis, saca a la luz lo mejor y peor del ser humano con sus miedos, pánicos, anhelos y esperanzas. Desata el egoísmo e individualismo donde cada uno va a salvarse como pueda sin contar con el otro, mirando de forma ególatra solo por su bienestar interés. En este sentido, es todo un símbolo de todo este lado oscuro e individualista del ser humano ver a la gente, saltándose las indicaciones sanitarias. Por ejemplo, abarrotando y saqueando los supermercados, grandes superficies, etc., saliendo por la noche de “juerga” (a discotecas u otras salas) y viajando de vacaciones a la costa (playa) u otros lugares; celebrando manifestaciones y marchas masivas e irresponsables, debido a razones ideológicas y de poder, e incluso deseando o alegrándose del contagio de coronavirus de gente u odio, por no coincidir política e ideológicamente con ella.

Todo lo cual va en contra de la ética y de la fe, además de incumplir con estas medidas de salud, en este tiempo decretado de “cuarentena o aislamiento”, para evitar contagios y demás males. El disfrutar o sobrevivir a toda costa, por encima de todo y de todos, el sálvese quien pueda y el miedo (pánico) a perder lo mío (ya sea la salud, la vida...) o el alegrarse del mal y la enfermedad del otro u odiar: hacen que el ser humano se comporte de esta forma irracional, insolidaria e inhumana. Mas también, en estas situaciones límites como las del coronavirus, el ser humano saca lo mejor de sí mismo con la generosidad, solidaridad y entrega por el bien de los otros como están mostrando médicos, enfermeros u otros sanitarios, voluntarios, cooperantes, curas, religiosos y misioneros.

En esta situación del coronavirus, asimismo, se muestra la importancia de las políticas sociales y publicas que aseguren la salud, con una sanidad de calidad que cuente con el suficiente personal y recursos para hacer frente de forma adecuada a estas problemáticas sanitarias. Las políticas neoliberales de precarización, privatización y desmantelamiento de lo público o social, como ha ocurrido en España durante estos años en la crisis- por ejemplo con la sanidad-, visibilizan la importancia de esta conciencia social, moral y espiritual. Y así poder promover la solidaridad, el bien común y la justicia social con todos estos servicios públicos y sociales para asegurar la dignidad, los derechos humanos y deberes de las personas.

En esta dirección, con dicho testimonio y enseñanza, Francisco siempre nos alienta a la alegría y belleza de la fe, a la vida espiritual y moral, que nos lleva a donarnos a los demás para promover la paz, la solidaridad, la ecología integral y la justicia con los pobres de la tierra. El seguimiento de Jesús en el Espíritu, acogiendo y poniendo en práctica su Evangelio (Buena Noticia) del Reino de Dios con su justicia, nos mueve a entregarnos para servir, responsabilizarnos y comprometernos por la civilización del amor, por la vida, la familia, el bien común y el desarrollo humano integral.  

Tal como nos acaba de reiterar en QA profundizando LS, acogiendo lo más valiosos de los pueblos andinos e indígenas, Francisco nos muestra un verdadero buen vivir. Una vida de armonía y comunión con Dios, con los otros en la promoción de la justicia que responde al grito de los pobres y con la naturaleza, impulsando la justicia socio-ambiental (ecológica) ante el clamor de esa casa común que es el planeta tierra. Es la existencia equilibrada y de real felicidad ejercitando la sobriedad, austeridad y el decrecimiento con la pobreza evangélica (espiritual) que comparte solidariamente la vida, los bienes y el compromiso por la justicia con los pobres; liberándonos así del egoísmo, esclavitudes e idolatrías de la riqueza-ser rico, del tener, poder y la violencia.

La espiritualidad de la fe cultiva esta alegría y belleza de la esperanza salvadora con toda esta vida realizada, plena y eterna que se experiencia ya en la oración, los sacramentos y el servicio del amor fraterno, promotor de la justicia y el bien más universal. La Gracia y comunión con el Dios de la vida, revelado en Cristo Crucificado-Resucitado por nuestra salvación, nos ama y libera de todo mal, muerte e injusticia. Esta Gracia y Amor de Dios, en la Pascua de Jesús por el Reino, nos regala la esperanza y nos salva liberadora e íntegramente de todo sufrimiento, maldad y muerte que son vencidas por el Dios de la vida manifestado en Cristo que nos trae todo este sentido, felicidad y realización plena de la existencia.

El dolor, el mal y la muerte no tienen la última palabra ya que, por medio de la fe que espera en el amor, el Dios de la vida en Jesús es el Señor de todo el cosmos e historia, que viene a colmar todo nuestros anhelos, sueños y verdaderas utopías de vida, esperanza y trascendencia aun en medio de dichos límites y fragilidad humana. Por todo ello, ahora es momento (tiempo) para la lectura y oración, la contemplación y meditación sobre el sentido más trascendente de la existencia, de su significado más profundo que afronta las cuestiones vitales. Tales como el origen y finalidad de la vida, el mal, el sufrimiento y la muerte, el amor fraterno y el compromiso por la justicia, la existencia del Dios de la vida y nuestro encuentro personal con Él,la espera y esperanza en la vida eterna, en la belleza de la eternidad con el Divino Amor encarnado en Cristo.

Y, en esta línea, Francisco afirma que nosotros «somos salvados por Jesús, porque nos ama y no puede con su genio. Podemos hacerle las mil y una, pero nos ama, y nos salva. Porque sólo lo que se ama puede ser salvado. Solamente lo que se abraza puede ser transformado. El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, que todas nuestras fragilidades y que todas nuestras pequeñeces. Pero es precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de las negaciones y nos abraza siempre, siempre, siempre después de nuestras caídas ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída –atención a esto– la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar».

Su perdón y su salvación no son algo que hemos comprado, o que tengamos que adquirir con nuestras obras o con nuestros esfuerzos. Él nos perdona y nos libera gratis. Su entrega en la Cruz es algo tan grande que nosotros no podemos ni debemos pagarlo, sólo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud y con la alegría de ser tan amados antes de que pudiéramos imaginarlo: «Él nos amó primero» (1Jn 4,19)” (CV 120-121). Sigamos pues orando, creyendo, esperando, amando y luchando por la justicia desde el Dios de la vida y la paz junto a nuestro querido Francisco, al que felicitamos y damos las gracias de corazón por estos 7 años de ministerio petrino

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