Espiritualidad, amor y justicia desde San Alberto Hurtado

Este artículo nace de mi último viaje académico y semana inolvidable en el querido Santiago-Chile. Una bella y profunda experiencia de fe, espiritual, humana y docente con mis clases en diversas universidades chilenas y católicas. Una de estas vivencias más hondas y hermosas fue estar en el santuario San Alberto Hurtado, donde está su tumba. Este jesuita chileno es todo un testimonio de santidad, fe y espiritualidad, de fraternidad solidaria y justicia social con los obreros, trabajadores y pobres de la tierra. Un pionero y modelo tan actual, permanente e imprescindible de la mística, del pensamiento y del compromiso social por la justicia. Una experiencia que nos lleva a la oración y petición: Dios, que acojamos tu Gracia para que, como San Alberto, sigamos fielmente a Jesús en la realización de tu Reino de vida, amor, paz y justicia con los pobres; “¿qué haría Cristo en mi lugar?, repite San Alberto como clave.

Nuestro querido santo vive una auténtica espiritualidad católica e ignaciana, buscando y hallando a Dios en todas las cosas, con la contemplación en la acción solidaria por la justicia con los pobres. Es un hombre para los demás, en esa búsqueda del bien “más” (magis) universal y la mayor gloria de Dios. San Alberto vive esa mística real, estando espiritualmente unido a Dios y a la humanidad, en la espiritualidad de la Gracia de Dios que experimenta su Amor y le lleva a amar a los otros con la promoción de la justicia con los pobres. Esa unidad inseparable entre la vida de oración, sacramental con la eucaristía y el servicio a los demás con el compromiso solidario por la justicia. Es la santidad verdadera con la unión indisoluble entre el amor a Dios, al prójimo (todo ser humano) y la lucha por la justicia con el pobre como sujeto que promueve la liberación integral de todo mal, pecado e injusticia. Y es que San Alberto fue un apasionado y enamorado de Jesucristo, donde se revela el rostro del Dios Amor y de la Justicia con los pobres. Él experiencia, de forma profunda, la alegría del Evangelio que nos trae el Reino del Dios Padre, con entrañas Maternas, que nos hace hijos y (por tanto) hermanos, que constituye nuestra sagrada e inviolable vida y dignidad como personas e imagen de Dios. Haciéndonos libres en el servicio del amor y la justicia liberadora.

San Alberto nos muestra que el sentido de la vida real y la felicidad auténtica se va logrando en la santidad, con la entrega de la existencia en el amor y pobreza fraterna. En la comunión de vida, de bienes y acción por la justicia con los pobres, liberándonos del egoísmo e individualismo posesivo con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia. Él es paradigma del ser persona por encima del tener y la codicia, de una mística de los ojos abiertos que vive desde el Dios de la misericordia que, en el corazón, asume el sufrimiento, la miseria e injusticia que padece el otro, donde encontramos a Cristo. Es una espiritualidad de encarnación que encuentra a Dios en el mundo y en el otro, en el pobre y crucificado de la historia que es sacramento (presencia) real de Cristo pobre y en muerto en cruz.

Nuestro santo chileno es ejemplo de ese sentir con la iglesia, tan ignaciano, esa comunión y fidelidad a la iglesia con el sucesor de Pedro, el Papa, que conduce a servirla y amarla de forma entusiasmada. En esa sintonía amorosa con sus diversos carismas y ministerios, como los laicos u ordenados (diáconos, presbíteros y obispos). San Alberto se manifiesta como modelo de la iglesia que, por su misma naturaleza, es misionera, iglesia en salida hacia las periferias. La iglesia pobre con los pobres, que como hospital de campaña cura y libera del dolor, del mal e injusticia. En contra de la globalización de la indiferencia y cultura del descarte. Él promueve un laicado adulto y maduro, en especial entre la juventud, que asume su vocación más específica: la caridad política en la gestión y transformación (más directa e inmediata) del mundo con sus realidades sociales e históricas, para que se vayan ajustando al Reino de Dios y su justicia. En este sentido, San Alberto nos transmite esta constitutiva dimensión social y pública de la fe para todo cristiano bautizado (católico), la caridad política, que promueve la civilización del amor, el bien común más universal y la justicia con los pobres de la tierra. Ese amor afectivo y efectivo que, con la inteligencia de la caridad en la verdad, se encarna en lo real, conoce y transforma la realidad social e histórica con las causas de las problemáticas humanas y sociales: sus males e injusticias, sus relaciones inhumanas; sus estructuras sociales e injustas de pecado, sus sistemas políticos y económicos opresores, sus perversos mecanismos laborales, comerciales y financieros.

Y es que en esta línea, con su honda formación y cultura, San Alberto es maestro y testigo de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), indispensable en la misión de la iglesia con la difusión y puesta en práctica de esta DSI que, conjuntamente (de forma sustancial) con la pastoral obrera, pretende el bien común y la opción por la justicia con los pobres. Esto es, los obreros, trabajadores y pobres como protagonistas de su promoción liberadora e integral, en sus luchas pacíficas y sociales e históricas por la justicia. Frente a todo asistencialismo paternalista y burgués. San Alberto es maestro de la educación y la formación integral que facilita la conciencia crítica, social, moral y espiritual. Él confía e impulsa las capacidades y madurez de las personas, los trabajadores y los pobres como autores de la gestión transformadora de sus vidas y realidad social, ciudadana, política, económica e histórica; con la responsabilidad ética, ciudadana y el compromiso social por la implantación de una ley u orden más justo, que vaya terminando con las desigualdades sociales e injusticias globales, e ir consiguiendo así la paz.

De esta forma, San Alberto impulsa y pone en práctica los principios de la DSI como es el destino universal de los bienes, la justa distribución de los recursos, que tiene la prioridad sobre la propiedad. Ejerciendo pues una denuncia y acción profética sobre los ídolos de la propiedad, de la riqueza-ser rico y el tener que impiden esta equidad en el reparto y uso común de los bienes. Ya que Dios ha destinado los recursos para toda la familia humana, sin privilegios ni exclusiones. La propiedad y los bienes tienen este destino común, a la vez, una finalidad personal y social para que se vaya realizando la auténtica caridad que es inseparable de la justicia social. Otro principio esencial de la DSI, que nuestro querido santo enseña y lleva a la praxis, es que el trabajo, la dignidad de la persona trabajadora con sus derechos como es un salario justo, está antes que el capital, que el beneficio y la ganancia. San Alberto va a las causas de toda esta desigualdad e injusticia de la pobreza, con la inequidad en el reparto de los recursos, como son unas condiciones laborales inhumanas e indecentes con un salario injusto.

De ahí que en toda esta acción social y profética, de la mano de la DSI, San Alberto hace una crítica y deslegitimación moral de los sistemas injustos e ideologías perversas como el liberalismo económico o neoliberalismo con el capitalismo; y de esa mala respuesta que fue el comunismo colectivista (colectivismo). Como tantos otros y junto a la DSI, él ve que la nefasta reacción del totalitarismo comunista colectivista iría desapareciendo en la medida, y sólo en la medida, en que se fuera erradicando el sistema injusto del capitalismo, con su ideología perversa del liberalismo económico. La raíz economicista e individualista del materialismo capitalista es causa del engendro comunista, que en realidad es un capitalismo de estado, con el que comparte de forma inhumana esta matriz materialista del economicismo, que rechaza la ética y la espiritualidad. Frente al fundamentalismo e idolatría capitalista, San Alberto nos enseña que el mercado y la economía deben estar controlados (regulados) por la ética y la comunidad humana, la sociedad civil y moral. La economía y política se orientan por el bien común y la justicia, al servicio de las necesidades y capacidades de las personas, de los pueblos y los pobres para ir alcanzando un desarrollo humano, liberador e integral.

Por todo lo anterior, como Jesús y signo distintivo de su discipulado, San Alberto es calumniado, perseguido y crucificado por el pecado del mundo y sus poderes e ideologías dominantes, que rechazan al Evangelio del Reino y su justicia. Más él acoge esta cruz con santidad, alegría, valentía y fidelidad al Señor Jesús. Y ninguno de estos poderes e ideologías impiden que él continúe, con audacia y honradez, llevando a cabo la esperanza del Plan de Dios. Lejos pues de la tibieza, mediocridad y conformismo, San Alberto visibiliza toda esta radicalidad (ir a la raíz profunda), revolución y trascendencia que nos trae el Evangelio de Jesús, con su seguimiento y toda esta vida de santidad que culmina en la belleza de la eternidad. Concluimos con estas palabras del Papa Francisco que, continuando con su legado, afirma que nuestro santo con “su vida se convierte en un claro testimonio de cómo la inteligencia, la excelencia académica y el profesionalismo en el trabajo, armonizados con la fe, la justicia y la caridad, lejos de verse disminuidos, adquieren una fuerza que es la profecía. Capaz de abrir horizontes e iluminar el camino, especialmente para aquellos descartados por la sociedad, particularmente hoy, cuando esta cultura de residuos está en boga”.
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