Fe, iglesia y política

Actualmente, uno de los grandes males que padecemos es la falta de formación y escasa cultura, en especial en materia social y, en nuestro ámbito, teológica. De ahí que, fruto en buena medida de lo anterior- más la lacra del fanatismo-, el fundamentalismo e integrismo o el otro extremo con el que se toca, como es el relativismo, no comprendan ni asuman claves de la realidad y de la fe. Como lo que recientemente afirmará el Papa Francisco, siguiendo la enseñanza del Vaticano II, acerca de la no conveniencia y el mal de un estado confesional. Efectivamente, la enseñanza conciliar y de la iglesia hoy deja claro que, en una sana laicidad, hay que distinguir claramente: la fe del ámbito partidista e ideológico, como son los partidos políticos; la iglesia de los gobiernos o estados.

No podemos volver, como parece que se reclama desde este integrismo, al denominado nacional-catolicismo o a un estado teo(-eclesio)crático. En donde se alían o confunden los poderes políticos y económicos con la religión e iglesia. Lo cual acaba, como nos muestra la historia- por ejemplo, la de España- en una dictadura y poder dominador u opresor que impone la instrumentalización de la religión e iglesia. Para manipular y legitimar estos poderes, los ídolos del poder y de la riqueza, con sus males y desigualdades e injusticias. Como nos enseña la Iglesia y la teología o hasta las mismas ciencias sociales, es vital la distinción del ámbito religioso y ético con respecto al científico y jurídico, al político y la económico. Ya que la fe e iglesia o la moral, por su vocación trascendente y espiritual, debe ser siempre una instancia profética, crítica y ética ante todo poder o sistema: que quiere absolutizarse o dominar, convirtiéndose en idolátrico; que oprime y que causa el mal e injusticia, que niega el bien común y la vida-dignidad de las personas.

Esta distinción de esferas entre la fe y los planos de la realidad social e histórica, por supuesto, no significa separación ni recluir a la fe e iglesia en el ámbito de lo privado e intimista, en la sacristía. Tal como impone el espiritualismo e individualismo burgués o el actual laicismo. Como se ha estudiado, la fe y el cristianismo con su teología tienen un carácter constitutivamente público, social y ético-político. Aunque, a la misma vez como ya apuntamos, rechazan toda teologización o sacralización de un tipo determinado de sociedad y de modelo de autoridad, de gobierno y de estado…

La fe e iglesia con su teología y doctrina (enseñanza) social tiene esta inherente dimensión política, la caridad política, que busca el bien común y la justicia con los pobres. En la transformación y renovación de la sociedad-mundo para ir logrando la civilización del amor. Frente a todo mal, opresión e injusticia, la fe e iglesia defiende la vida y dignidad de las personas, promueve los derechos humanos, el desarrollo liberador e integral de los seres humanos y de los pueblos. En lucha por la paz y por la justicia con los pobres de la tierra. Ya que, como nos enseñan los Papas e Iglesia, todo lo anterior, toda esta doctrina y praxis social en el ámbito político o económico, pertenece de forma constitutiva a la misión evangelizadora de la iglesia.


Además, ahora que, en distintos lugares del mundo (incluido en España), se aproximan elecciones políticas y de gobierno, es muy necesario e imprescindible recordar y exigir lo valores o principios esenciales. Como nos muestra la fe e iglesia, la ética y moral. Para, entre otras acciones, discernir y elegir el voto adecuado a los diferentes candidatos o partidos del arco democrático. Tales como el bien común y la justicia social con los pobres. Los pobres, excluidos y víctimas son siempre el primer criterio espiritual y moral, la clave hermenéutica de discernimiento en cualquier ámbito. Todo aquello que promueva la vida, el protagonismo y promoción liberadora e integral de los pobres, la solidaridad, la justicia social e igualdad en el bien común. Con sus condiciones materiales, humanas y sociales para el desarrollo global.

El principio y derecho (natural) del destino universal de los bienes, la equidad y justicia en la distribución de los recursos o bienes, que tiene la prioridad absoluta sobre la propiedad. Como nos enseña la fe, su tradición e iglesia, la propiedad no es un derecho absoluto e intocable, es un derecho positivo y secundario, que está subordinado al principal-natural derecho del destino universal de los bienes. Para la justicia en el reparto de los recursos y bienes. En este sentido, la primacía del trabajo, la dignidad y derechos del trabajador como es un salario justo para él y su familia, está por encima del capital, del beneficio y del mercado, de la ganancia y de la competitividad o producción. Y la justicia o equidad en los impuestos, en donde paguen y contribuyan más los que más tienen (el capital y los ricos con sus grandes patrimonios), para este justo, universal destino de los bienes. La democratización o socialización de los medios de producción y de la empresa, con una economía cooperativa y social, que haga que los trabajadores sean los gestores y dueños de la vida o marcha de la actividad empresarial. Para una auténtica humanización, de esa comunidad de personas que es la empresa, y responsabilidad social corporativa, en el bien común y la justicia social.

La acogida y desarrollo de políticas sociales con los pobres o excluidos, como son los migrantes y refugiados, con unos servicios públicos universales que aseguren los derechos humanos. Como son la universalidad y calidad de la educación, de la cultura, de la sanidad y de los medicamentos, de la vivienda u otros equipamientos e infraestructuras como el agua y la luz o electricidad.... La promoción del desarrollo sostenible y ecológico; frente al productivismo, al consumismo e insostenible crecimiento económico que destruye el medio ambiente, destroza la naturaleza y el hábitat ecológica sin los que no hay vida. La defensa de la paz y del desarme mundial, frente al negocio e injusticia de las guerras con la perversidad de las armas y demás industria bélica o militar.

Debemos ser coherentes con la fe y la moral, rechazando asimismo cualquier agresión a la vida, como es el aborto o la eutanasia, y promoviendo el matrimonio, la familia, el amor fiel entre un hombre y una mujer abierto a la vida e hijos. Pero sí, al mismo tiempo, no promovemos los principios y valores expuestos anteriormente, como es la justicia social, denunciando toda desigualdad e injusticia social-global, caemos en la hipocresía y fariseísmo; damos testimonio de falta de credibilidad e incoherencia con la fe y toda su moral social, como es la doctrina social de la iglesia que hemos expuesto. Debemos denunciar y luchar coherente, democrática y pacíficamente contra toda injusticia y mal, contra todo ideología o sistema perverso: ya sea el capitalismo o el comunismo; el fascismo e integrismo o el relativismo.

Para ello, es fundamental la vocación y misión de un laicado adulto, formado y maduro. Con su identidad específica en la caridad política que, de forma más directa e inmediata, trasforma el mundo con todas sus realidades sociales e históricas. Como nos enseña el Vaticano II e Iglesia, por el bautismo, el laico tiene igual dignidad e igualdad que el ministerio ordenado o la vida religiosa, está llamado y constituido por la misma santidad en el mundo. Respetado la diversidad de carismas y ministerios que nos transmite la iglesia. Todo lo dicho hasta aquí nos lo enseña el Concilio e Iglesia, con su Doctrina Social, tal como está actualizando y testimoniando nuestro Papa Francisco, Sucesor de Pedro en Cristo.
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