Jesús Crucificado-Resucitado y la razón crítica de la laicidad

Los cristianos estamos celebrando la Semana Santa y su culminación como es la Pascua de Resurrección, la Pascua de Jesús Crucificado-Resucitado. La fe y la teología nos muestran al Dios que, en la historia, se revela en Jesús de Nazaret y que entrega su vida por el Reino de Dios. El Reino del Dios Padre con Entrañas Maternas, Reino de amor compasivo-misericordioso y perdón, de reconciliación y de fraternidad solidaria, de paz y justicia liberadora con los pobres de la tierra. Jesús entregó su vida por este Reino del Dios Padre y su fraternidad solidaria con los pobres de la tierra, para regalarnos la salvación en el amor y justicia que nos libera de todo mal, pecado e injusticia, del mismo sufrimiento y de la muerte. Por eso los ídolos del poder y la riqueza, el pecado del mundo que es el egoísmo e indiferencia y complicidad ante el mal e injusticia, crucificó a Jesús. Los falsos dioses de los imperios o sistemas dominadores e injustos, con la idolatría del poder y la riqueza, llevaron a Jesús a la cruz ya que rechazaron su amor y entrega por el Reino que nos libera del mal, que trae la fraternidad, la paz y justicia con los pobres.

De esta forma, Jesús Crucificado-Resucitado es símbolo real de este camino de amor entregado y solidario en el compromiso por la paz, por la dignidad y la justicia con los pobres: que realiza y consuma la Resurrección. Jesús Crucificado-Resucitado, en esta donación de su vida por amor y en la justicia liberadora con los pobres para regalarnos la salvación, es el símbolo real de la esperanza. La resurrección de Jesús-Crucificado significa que el amor, la paz y la justicia triunfan sobre el mal, la muerte e injusticia. Es la esperanza, en la justicia liberadora, para con los pobres y víctimas de la historia, que la muerte, el mal e injusticia no tienen la última palabra y que es posible el perdón-reconciliación entre la humanidad.

Como se observa, respetando las creencias y libertad religiosa de cada uno, todo este Evangelio (Buena Noticia) del Reino que se manifiesta en Jesús Crucificado es todo un símbolo y paradigma de la plenitud de lo humano, de la ética y de la espiritualidad. Jesús, que como sabemos y hemos expuesto es para la fe el mismo Dios Encarnado, igualmente es todo un ejemplo y modelo de ser humano, para toda la humanidad, con su testimonio de amor, paz y justicia con los pobres. Sin dejar este respeto a las creencias y convicciones personales, Jesús es fuente de humanización, de honradez moral y de fidelidad a todos estos valores e ideales del Evangelio que nos constituyen como personas; que nos realizan y nos van dando sentido a la existencia, que nos van posibilitando la felicidad y una vida en plenitud. De forma similar a como, para toda la humanidad, puede ser Buda, Moisés o Mahoma, Gandhi, Luther King o Mons. Romero. A este respecto, nos viene a la memoria aquel hecho que sucedió cuando un célebre y reconocido alcalde de Madrid, socialista y agnóstico, se negó a quitar un crucifijo de su despacho, cuando se lo requirieron, por reconocer en Jesús Crucificado este símbolo universal de la justicia y de la paz.

Todos estos maestros y testimonios espirituales, morales y de lo humano, como Jesús que para la fe cristiana es el Dios Encarnado, deben ser guía u orientación para la humanidad, para la búsqueda de un mundo más justo y fraterno. Y debemos respetar y promover sus figuras, las tradiciones religiosas, espirituales y morales que nos han traído, el dialogo y encuentro entre ellas con el mundo e historia, con toda la humanidad. Jesús, el cristianismo y las otras tradiciones religiosas y espirituales deben ser conocidas y valoradas en todo el bien, la belleza y la verdad que han traído. Como han sido un caudal imprescindible para la cultura y el pensamiento, para la ciencia y el arte, para la acción social y solidaria en el compromiso por la justicia, para la dignidad y los derechos humanos. La fe y la espiritualidad, como las de todas estas tradiciones religiosas y espirituales, se expresan constitutivamente en símbolos, celebraciones, fiestas…, como es la Semana Santa. Al igual que otras tradiciones religiosas, espirituales o morales, el cristianismo con la Semana Santa hace memoria y celebra la vida de Jesús Crucificado-Resucitado, su entrega y pascua por el Reino de Dios con su amor, paz y justicia con los pobres.

La Semana Santa trata de reflejar ese acontecimiento de fe e histórico que fue la vida y pascua de Jesús-Crucificado, legado e historia para toda la humanidad e iglesia. Y lo hace de forma pública, social y civil. Ya que es inherente a la fe y la cultura, a lo espiritual y humano: esta esfera o dimensión pública y social que es constitutiva de toda persona con sus símbolos, expresiones, celebraciones, etc. Tal como, ya indicamos, lo hacen otras tradiciones y corrientes religiosas o espirituales, morales y sociales, culturales y públicas, etc. La libertad religiosa y de creencias de cada persona o grupo social, con sus inherentes expresiones públicas y sociales, son un derecho más que consagrado y hay que respetarlas, tanto de los creyentes religiosos, agnósticos o ateos. Y no se puede, pues, impedir o negar dicho derecho a la libertad religiosa y su expresión pública, social o civil ni insultar o atacar dichas creencias o convicciones, del tipo que sean. La ética y las leyes deben proteger toda esta libertad verdadera para que haya una auténtica democracia, un estado social de derecho-s.

Por todo ello, estamos convencidos de que todas estas claves, valores e ideales del Evangelio de Jesús Crucificado/Resucitado, de la fe e iglesias- junto a la diversidad de dichas tradiciones espirituales o religiosas-, pueden fecundar una adecuada e imprescindible laicidad. La colaboración entre toda la sociedad civil e iglesias o comunidades religiosas, en este respeto y libertad religiosa, para la búsqueda compartida de un mundo más justo y fraterno. En donde se respete la vida y dignidad de las personas, la paz, el bien común y la justicia con los pobres de la tierra, los derechos humanos y un desarrollo social, sostenible-ecológico e integral. En esta sana y adecuada laicidad de la sociedad, del estado e iglesias hay que evitar, por tanto, dos males perversos que corrompen a la democracia real. Hay que rechazar todo confesionalismo político-religioso, al estilo del funesto nacional-catolicismo. Distinguiendo claramente lo que son las esferas o ámbitos propios de cada realidad, como es la religión e iglesia que nunca se puede confundir ni identificar con ninguna ideología, partido y estado o régimen de gobierno. Y de la misma forma, hay que negar el laicismo excluyente. Para que todas las personas y grupos, de cualquier creencia o condición, puedan expresar su fe en público, sin separar esta fe de su imprescindible dimensión social y civil, con su colaboración cívica al bien común. Ejercer la libertad religiosa y los derechos básicos como el de educación, gestión social-civil y pública o financiación en sus diferentes modalidades.

El estado lo componen las diversas creencias y confesiones religiosas, los distintos grupos espirituales y sociales. Y una auténtica democracia garantiza el que las personas y ciudadanos, como los cristianos o católicos, tengan los derechos/deberes de protagonizar y gestionar su vida pública, política y social, educativa, económica, fiscal o financiera. En una convivencia y colaboración sincera de toda la sociedad civil, en los valores e ideales como el bien común y la justicia con los pobres. Es deseable, posible e imprescindible esta laicidad, esta ética civil y global para la promoción de la mundialización de la paz, de la solidaridad y de la justicia ecológica e internacional, para la civilización del amor. Un dialogo y encuentro inter-cultural e inter-religioso para la convivencia fraterna, la libertad e igualdad. Ese otro mundo posible y necesario en una globalización más justa, pacífica y ecológica frente a la del capital, la guerra y la destrucción ecológica. Tal como nos enseña en este sentido, todo lo dicho hasta aquí, la Iglesia, el Concilio Vaticano II y la Doctrina Social de la Iglesia, la razón crítica, ética y social que se fecunda con la fe, como la testimonia actualmente el Papa Francisco.

Toda persona siempre debe anteponer esta razón y la fe si es creyente religioso, la ética-social en el bien común y la justicia con los pobres que es esencial, a cualquier ideología e ideologización, a todo prejuicio e interés, partidismo e individualismo. Es la inteligencia espiritual, crítica-ética y social que valora todo lo bueno, bello y verdadero. Y que rechaza todo lo perverso e injusto, todo aquello que va en contra de la libertad y de la justicia con los pobres, de la vida y dignidad de las personas.
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