La Fe de Mons. Romero, el Papa Francisco y la Teología de la Liberación

Como ha trascendido en los medios de comunicación, parece que el Papa Francisco proclamará próximamente beato al arzobispo salvadoreño Óscar Romero, asesinado en 1980, cuyo proceso de beatificación abrió Juan Pablo II. El Papa Juan Pablo II, que visitó la Catedral Metropolitana de San Salvador y se postró ante la Tumba de Mons. Romero, decía de él: "Celoso pastor a quien el amor de Dios y el servicio a los hermanos condujeron hasta la entrega misma de la vida de manera violenta". Y el Papa Benedicto XVI manifestó que el pueblo salvadoreño se caracteriza por tener una fe viva y un profundo sentimiento religioso, gracias a los primeros misioneros y al fervor de "pastores llenos de amor de Dios, como Monseñor Öscar Romero". Ahora, El Papa Francisco reconoce que Mons. Romero es mártir, ya que fue asesinado "in odium fidei" (en odio por su fe) mientras oficiaba una misa en San Salvador.

Según ha informado el Vaticano en una nota de prensa, Francisco ha autorizado a la Congregación de la Causa de los Santos del Vaticano, tras una reunión con el Prefecto cardenal Angelo Amato, la promulgación del decreto de martirio de Romero. Ya la comisión de teólogos de dicha Congregación acababa de aprobar, por unanimidad, la declaración de mártir. Efectivamente, la Teología Latinoamericana de la Liberación (TL) ha reflexionado sobre este martirio de Mons. Romero por motivo de su fe en la entrega, servicio y compromiso por la justicia liberadora con los pobres. Al igual que lo ha hecho con otros. Como los conocidos como mártires de la UCA, I. Ellacuría, I. Martín-Baró y 4 compañeros jesuitas que colaboraron muy estrechamente con Mons. Romero y que, como él, fueron asesinados junto a una trabajadora y su hija. Y es que, como nos enseña la misma iglesia, la fe se falsifica si no se realiza desde el amor en la lucha por la paz, la liberación integral y la justicia con los pobres.

No hay fe sin amor desde los pobres que es inseparable del compromiso por la justicia que nos salva y libera integralmente de todo pecado y mal, de toda opresión e injusticia. Aquí está el corazón del Evangelio, que es lo que nos muestra la misma entraña de la TL que ha actualizado y profundizado este sentido verdadero de la fe cristiana. Así lo ha estudiado y expuesto el Cardenal G. L. Müller, actual Prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, que ha publicado recientemente dos libros muy cualificados e importantes. El primero, Del lado de los pobres, Teología de la liberación, que ha sido galardonado con el Premio Capri San Michele, uno de los premios de ensayo más importantes de Italia. Y el segundo, Iglesia pobre para los pobres, La misión liberadora de la Iglesia, con prologo-presentación del mismo Papa Francisco. Ambas publicaciones están escritas en colaboración con Fr. G. Gutiérrez OP, presbítero y religioso dominico, galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (2003). G. Gutiérrez es considerado el padre de la teología de la Liberación (TL) y uno de los teólogos más significativos de la época contemporánea.

Todo lo valioso y bueno de esta TL, con sus comunidades eclesiales de base que es desde donde surge, ya lo había reconocido el magisterio de la Iglesia y de los Papas. Pablo VI en la EN, Juan Pablo II en su enseñanza social (LE, SRS y CA) junto al entonces Cardenal Ratzinger y la CDF (LC) o los Obispos Españoles (IP) que reconocen todo lo verdadero e importante de la TL a la vez que, como hace la iglesia con toda reflexión teológica, señala sus límites y matices. Como dijo en 1986 el Papa Juan Pablo II, "estamos convencidos nosotros y ustedes de que la Teología de la Liberación es no sólo oportuna sino útil y necesaria" (Carta a la Conferencia Episcopal de Brasil). Tal como se ha estudiado y se observa, el Papa Francisco está mostrando, testimoniando y ahondando con su enseñanza y ministerio toda esta Teología y Espiritualidad Latinoamericana de la Liberación. El Papa Francisco, en especial, se inserta en una de estas corrientes de la TL, la conocida como escuela argentina o teología del pueblo, que tiene al jesuita, filósofo y teólogo J.C. Scannone SJ como uno de sus referentes. Scannone, que es uno de los pensadores más significativos de nuestra época, y dicha corriente se inserta en la Filosofía y TL, asume lo más cualificado y autentico de dicha TL. Acentuando asimismo una serie de aspectos que se testimoniaron en la vida y fe de Mons. Romero, y que el Papa Francisco está manifestando en la actualidad. Como es entender que la reflexión creyente y teológica, vital para una vida cristiana formada y madura, expresa la inteligencia de la fe que busca amar y se compromete por la justicia liberadora con los pobres en el mundo e historia.

Este es el corazón del método teológico latinoamericano, la espiritualidad cristiana encarnada en la realidad y en la vida, en la cultura y acción-praxis de los pueblos, de los pobres y oprimidos, que es desde donde se realiza el Evangelio del Reino de Jesus. La primacía no la tiene la idea, sino el don la realidad y de los otros, de la fraternidad y amor liberador con los pobres, que es donde hay que encarnarse, como hizo Jesús el Verbo de Dios. Es la inculturación del Evangelio que se hace cultura y fe de los pueblos humildes y pobres, de su sabiduría y religiosidad popular que refleja la fe en la entrega, solidaridad y lucha pacífica por la justicia. La fe no se puede separar de la cultura, se fecunda con la diversidad inter-cultural de los pueblos y de los pobres. Y, en esta línea, la fe busca las mediaciones sociales, políticas y económicas para ir anticipando y realizando el Reino de Dios y su justicia liberadora que da vida; lo cual culmina en la vida plena, eterna. Se trata de la inteligencia de la fe y del amor que en dialogo cultural e interdisciplinar con la razón y sus expresiones, como pueden ser las ciencias sociales o humanas y la filosofía, busca transforma y renovar la realidad, la sociedad-mundo con sus relaciones, estructuras sociales y sistemas políticos-económicos. Para ir consiguiendo así la vida espiritual, ética y liberadora en unas instituciones justas, humanizadoras y que se vayan ajustando al bien común e internacional.

Es asumir por tanto el constitutivo carácter púbico, social y ético-político la fe que se encarna y asume el conflicto (humano-social y teologal). Esto es, la lucha entre la gracia y el pecado, el bien y el mal, las estructuras sociales de pecado que causan la injusticia y desigualdad de la pobreza. Pero teniendo claro siempre que la unidad es superior al conflicto. La lucha por la justicia con los pobres, desde el Evangelio, se hace de forma activa y no violenta, sin odio ni venganzas hacia los ricos y poderosos que oprimen a los pobres. Hay que buscar el perdón, la fraternidad y la reconciliación entre los ricos y pobres. Lo que significa que haya justicia e igualdad, que los ricos dejen de ser ricos y que se liberen del pecado del egoísmo de la riqueza y el poder, que es lo que causa la pobreza y oprime a los pobres. La dialéctica entre el don de la realidad y de los otros, del amor liberador y la justicia con los pobres con lo conflictivo-negativo de la injusticia y opresión, con el mal y pecado: se resuelve en la ana (dia-)léctica o eminencia de la alteridad y fraternidad solidaria; del amor y justicia que libera del pecado del egoísmo y sus ídolos del poder y la riqueza (ser rico), de la dominación.

En la actualidad, hay que promover la globalización de esta solidaridad fraterna y de la justicia con los pobres, de la paz y dignidad del trabajo, de las personas y la ecología integral; frente a la globalización neoliberal de la indiferencia, del capital y del ídolo del mercado-beneficio, de la violencia y de las guerras. La totalidad siempre es más que la parte y sin dejar de de considerar lo local, más en esta era de la globalización en la que vivimos, hay que abrirse a lo global de la realidad, a la realidad mundial e internacional. Ya que es lo propio del amor cristiano y la justicia teologal: que es universal, cosmopolita; que no conoce ni barrera ni fronteras en la defensa de la vida y dignidad de todo ser humano, de los pobres de la tierra y de las víctimas de la historia.

El tiempo es superior al espacio, y de lo que se trata es de que los pueblos con sus culturas y tradiciones espirituales, éticas etc. sean protagonistas de la vida y realidad en su proceso o devenir socio-histórico. Los pueblos y los pobres son los sujetos activos, principales de la historia, de la fe y de la misión-salvación y protagonizan sus proyectos de promoción y liberación integral; frente a la tiranía del cortoplacismo y del elitismo, de los espacios cerrados y excluyentes que solo buscan el ansia de poder y riqueza. Es el tiempo histórico, trascedente y mesiánico o profético-evangélico de la fe en la esperanza desde el don de la fraternidad, la gran olvidada, que cimenta la libertad y la igualdad. Es la ética, cultura y espiritualidad de la vida, del amor y justicia con los pobres, que culmina en la comunión con el Dios de la vida en Jesús, en la plenitud y eternidad de la existencia. Vemos pues toda la actualidad y fecundidad, trascendencia, de la TL, tal como nos enseña la tradición y enseñanza de la iglesia manifestada ahora en testimonios como Mons. Romero o el Papa Francisco.
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