Pasión de Jesus-Crucificado, reconciliación de la humanidad

Ya estamos en la Semana Santa, la Semana más importante para la fe cristiana. Y, en relación a ello, hemos visto en las redes sociales y de comunicación ciertos debates teológicos sobre el sentido de la pasión y muerte de Jesús, en el que los cristianos, desde nuestra fe, creemos como Revelación de Dios, la Encarnación de Dios. Dios mismo Encarnado en la Vida y Pascua de Jesús. Como en tantas realidades de la fe y de la iglesia, y esta es esencial, parece que hay posturas encontradas e irreconciliables de un lado u otro; por ejemplo, entre teólogos que intentan actualizar y profundizar los Misterios (Símbolos, Realidades Trascendentes…) de la fe y otros creyentes o grupos que reclaman fidelidad a la tradición y magisterio de la iglesia. Pues, como nos enseña la misma iglesia, la teología y el mensaje de la iglesia no tienen que ser incompatibles, opuestos y estar enfrentados. Sino que, en un dialogo y sintonía cordial (serena, amable, con rigor y cualificación, etc.), pueden y deben complementarse, fecundarse desde su lugar y misión eclesial específica. Eso es lo que intentaremos en estas líneas, con temor y temblor como dice la fe (con humildad y a la vez de forma cualificada), recogiendo lo más valioso y consolidado en la reflexión y estudios teológicos, desde el sentir eclesial (afectividad con la iglesia y su tradición-enseñanza, como nos enseñara S. Ignacio).



Lo primeo que hay que decir es que no se puede separar la vida de Jesús, su acción y mensaje del Reino de Dios, y su muerte. Muchas veces hemos tenido la tentación de olvidar y minusvalorar la humanidad de Jesús, cayendo en uno de los peores errores de la fe como es el docetismo. Por ejemplo, no darle la relevancia debida a lo que fue su causa y proyecto: el Reino de Dios. El centro, entraña de la existencia y muerte de Jesús, al que entrega su vida, fue el anuncio y realización del Reino de Dios. Esto es, el sueño y plan o proyecto que tiene el Dios Padre con entrañas Maternas para la humanidad, que en Jesús, el Hijo, interviene y actúa en la historia, para regalarnos su salvación desde el amor fraterno y el perdón; desde la reconciliación, la paz y la justicia liberadora con los pobres (empobrecidos y oprimidos, excluidos y víctimas de la historia) que es lo que nos da vida y vida en abundancia, vida digna, plena, eterna. A este Reino, que nos salva en el amor y la justicia con los pobres, Jesús entrega su vida, en fidelidad coherente (testimonial) a su Padre Dios. Y por todo ello el pecado y el mal, los poderes de este mundo (los poderosos y ricos, Herodes y el templo-sanedrín, Pilatos e imperio romano) con sus cómplices (todos nosotros en mayor o menor medida) lo crucifican. La entrega de su vida a este Reino, fiel al Padre Dios, y la persecución-conflicto por el Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres: son inseparables, son la cara y cruz de una misma moneda, de la vida de Jesús. De lo contrario, espiritualizamos a Jesús, caemos en el docetismo espiritual y teológico, que niega u olvida la humanidad de Jesús, su vida y acción, su mensaje y dinámica del Reino de Dios en la historia que es entraña de la fe, es el corazón del cristianismo.

Desde este marco bíblico y cristológico, podemos situar y comprender otras categorías o realidades que se emplean en la tradición de la fe e iglesia para intentar aproximarse al sentido de la muerte en cruz de Jesús. Tales como sustitución, expiación, satisfacción o sacrificio. Y, de esta forma, primeramente descartar esa deformación de la fe que nos presenta a un Dios vengativo, terrible y airado que quiere revancha, que dictamina la tortura de Jesús en la cruz para saciar su sed de venganza y pago por nuestros pecados. No, no es ese el Dios que nos presenta el Nuevo Testamento, los Evangelios y Pablo. La fe y la iglesia nos muestran al Dios gratuito, compasivo y misericordioso que en la entrega de Jesús, Crucificado por el Reino, nos regala su amor, perdón y justicia liberadora de nuestro mal, pecado e injusticia. No es la humanidad pecadora, en la cruz de Jesús, la que tiene que aplacar la ira justiciera de Dios para saldar las cuentas pendientes con Dios. No, esto no es así, hay que comprenderlo bien. Es Dios mismo, Amor en sí y gratuito (Gratuidad primera) que no necesita de nosotros- y que en este sentido no le debemos nada ya que Dios es en sí Amor pleno y Vida infinita-, el que en Cristo Crucificado por el Reino: nos ha aplacado (liberado) a nosotros de nuestro mal, pecado e injusticia. Dios nos perdona y ama siempre primero, gratuitamente. Sin que nosotros hayamos merecido nada previamente, sin que Él necesite algo de nosotros, Dios que es Amor y Vida en sí. Sin que nosotros tengamos que pagarle o deberle algo para que nos salve y libere, frente a todo legalismo fariseo o autosuficiencia individualista pelagiana.

Dios en Cristo Crucificado, efectivamente, en Amor y Comunión Solidaria se ha encarnado y puesto en nuestro lugar para asumir nuestro dolor, sufrimiento e injusticia, nuestro mal y pecado. Ya que lo no ha sido asumido no ha sido sanado, liberado, salvado y este es el sentido de la sustitución (solidaridad) de Cristo por nosotros. Él que es la Gratuidad y Amor fundante, que nos regala la vida. De esta forma, el Crucificado ha expiado (nos ha liberado) de nuestro mal y pecado con su Encarnación de Amor y Solidaria, hasta entregar la vida, con la familia humana, que nos libera y salva de toda realidad opresora, injusta y maligna que impida la vida espiritual y humana, digna y plena-eterna. La muerte de Jesús, Crucificado por el Reino, es el verdadero sacrificio ya que se ha implicado, comprometido y entregado toda su vida, en fidelidad al Padre Dios, por su Reino de amor y vida, de paz y justicia con los pobres que nos salva y libera. Este es el real y autentico sacerdocio de Cristo, el amor y la entrega por el Reino que de forma compasiva y solidaria acoge, hace suyo todo el sufrimiento, injusticia y mal que padece humanidad para liberarnos y salvarnos en la vida fraterna, paz y justicia con los pobres. Dios en Cristo se nos ha entregado por y para el amor de forma gratuita, total, y así ha dado satisfacción a lo humano y a lo Divino, le ha dado el regalo fraterno de su justicia liberadora. Y ahora, sí, en acogida y repuesta a ese amor, el ser humano no tiene otra deuda con Dios que la del amor y la justicia con los pobres, que es lo que a Dios le satisface. Dios que está, por así decir, apenado- no furioso o enojado-, sufriendo y dolorido, compasivo y misericordioso ante tanto dolor e injusticia que la humanidad se causa entre sí, sobre todo el mal, la opresión e injusticia con los pobres.

La pasión de Cristo Crucificado sigue manifestándose y actualizándose en todos los sufrimientos e injusticias que padecen los pobres de la tierra, los pueblos crucificados por la injusticia, sacramento (presencia real) de Cristo Pobre y Crucificado. Tal como nos enseña la Iglesia. El nuevo Herodes y el Templo-Sanedrín, el nuevo Pilatos e imperio romano (los ricos y poderosos) que sobre todo crucificaron a Jesús y hoy matan a los pobres de la tierra: son las empresas multinacionales y, en especial, las corporaciones financieras-bancarias, la banca; que a través de su ideología y estructura-sistema mundial, el neoliberalismo/capitalismo que por esencia es injusto e inmoral, sigue especulando, expoliando y crucificando a los pobres en forma de hambre, miseria y exclusión social, de paro y explotación laboral, de guerras, violencia y destrucción ecológica. Seguir hoy a Jesús Crucificado por el Reino es, pues, promover la fe y la justicia con los pobres en este mundo global, luchando pacíficamente con los pobres del planeta contra todos estos males, injusticias y opresiones. Lo que nos da la felicidad, la vida plena, eterna. Porque en Cristo Crucificado ya hemos vencido al mal y a la muerte, ya hemos iniciado el camino de Pascua (Paso) hacia la Resurrección con Jesús Crucificado-Resucitado por el Reino.
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