Teología Moral y Pastoral en Amoris Laetitia del Papa Francisco

La Exhortación Apostólica Postsinodal del Papa Francisco, Amoris Laetitia (AL)- La Alegría del Amor, sobre el Amor en la Familia-, está suscitando una infinidad de reacciones, comentarios y posturas ante dicho documento. Y no siempre con una valoración o tratamiento adecuado. Lo cual puedes ser fruto de diversos factores entrelazados. Tales como la falta de formación teológica y pastoral, posturas integristas o relativistas, cerradas y excluyentes, falta de madurez humana y cristiana, afán de poder o privilegios y riqueza, etc. AL es un documento extenso, profundo y complejo que debe ser estudiado e investigado. Evitando dichos factores distorsionadores, con el empleo de un desarrollo-formación humana y teológica cualificada, madura y espiritual.

Como se puede estudiar, una clave esencial y transversal del documento es el ámbito ético, la vida y teología moral en su inter-relación imprescindible con la praxis de la iglesia, con la teología práctica o pastoral. AL continua y profundiza los estudios actuales de teología moral o pastoral, la tradición y enseñanza de la iglesia. Como son, por ejemplo, Santo Tomás de Aquino y el Concilio Vaticano II (GS), el Catecismo de la Iglesia Católica o Juan Pablo II con su enseñanza del matrimonio y la familia en la FC, a las que AL hace continúa referencia..

AL presenta así un adecuado y sano equilibrio teológico-moral con sus ponderadas consideraciones pastorales, que muestran la realidad del matrimonio y la familia de forma bella, verdadera y buena. Superando los escollos o errores y males de la moral o la pastoral. Como son un relativismo e individualismo que no contempla los fines o valores e ideales, firmes y universales u objetivos, que guían el sentido o significado profundo de la realidad del matrimonio y la familia (cf. AL 307). Siguiendo la tradición y el magisterio de la iglesia, el Papa enseña que “el matrimonio cristiano, reflejo de la unión entre Cristo y su Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento que les confiere la gracia para constituirse en iglesia doméstica y en fermento de vida nueva para la sociedad” (AL 291).

Y, de igual forma, rechaza todo fundamentalismo e integrismo, todo legalismo y sectarismo excluyente que niega: el valor y dignidad sagrada e incondicional de las personas; los valores o principios de fondo a los que la norma debe servir; las circunstancias y contextos que afectan o condicionan a las personas, a todo ser humano con su finitud, límites y fragilidad. Esta es la clave de lectura e interpretación adecuada que atraviesa AL. Tal como se puede leer desde su capítulo sexto al noveno, con un principio básico (cap. 8), la contraposición de las “dos lógicas que recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar [...] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración [...] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero [...] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita» Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición»” (AL 296).

Desde estas claves y principios, AL aborda las cuestiones complejas de las rupturas matrimoniales o familiares, las referentes a la vida y a la sexualidad, el acceso a la vida y celebración de la iglesia….Como apuntamos, en AL se manifiesta esta enseñanza de la moral con su índole pastoral, que se encuentra está la más valioso de la tradición de la iglesia con sus Santos y Doctores. Como son Tomás de Aquino o Alfonso María de Ligorio, patrón de los moralistas y confesores. Se rechaza así todo pelagianismo o jansenismo. Con su rigorismo moral que en el fondo, aunque afirme lo contrario, todo lo reduce al mérito y voluntarismo-activismo moral; que cae en el fariseísmo y purismo o sectarismo moralista. En donde unos son los puros e intachables y los otros malos y perversos, que merecen ser declarados herejes, anatemas y condenados. Sin ver lo bueno, bello y verdadero de los otros, en donde habita y se manifiesta el Espíritu de Dios y su Gracia, Espíritu de verdad y de bondad que inhabita a toda la humanidad, a toda la creación (cf. AL 37).

Son los “censores o controladores de la gracia” que tienen su monopolio en exclusiva, dando carnets en exclusiva de quien es iglesia o cristiano-católico y quién no. Con una doctrina y pastoral del miedo, del terror, una obsesión patológica e insana con el castigo o condenación eterna e infierno. Una imagen deformada del Dios Revelado en Jesús, que no deja espacio y rechaza el don de la Gracia, del Amor y Misericordia de Dios que nos regala, con su salvación liberadora de todo pecado, mal e injusticia.

De esta forma, se nos presenta una serie de criterios y valores con las que afrontar y discernir dichas cuestiones u otras, tan diversas o complejas que se dan el ámbito matrimonial-familiar. En la mejor tradición espiritual y teológico-pastoral, como la ignaciana, un elemento clave es el discernimiento de la realidad y de los signos de los tiempos, de las circunstancias y contextos o realidades sociales e históricas (cf. AL 31, 37)). Y en esta lectura creyente o revisión de la vida y de la realidad, estos criterios o valores de la tradición y enseñanza de la iglesia nos relevan que existen una jerarquía u ordenamiento, orgánico y armónico, de verdades o criterios de la fe. Con la prioridad y el corazón de la fe que está siempre en el amor, en la caridad y misericordia, que es el rostro e imagen más profunda del Dios revelado en Cristo y su Espíritu. Es la raíz y plenitud de la ley nueva, la gracia del Espíritu, que nos habita y nos condensa en el amor, nos densifica en la hondura o trascendencia de la caridad liberadora y la misericordia; frente a todo fariseísmo o multiplicación legalista, el legalismo asfixiante y que esclaviza. Está verdad más honda de la fe y de la ley moral, como es el amor compasivo, la caridad misericordiosa informa a la conciencia que es el sagrario de la persona. En la conciencia se manifiesta la ley natural y moral. Y rectamente formada en los valores o principios del Evangelio e Iglesia, esta conciencia discierne y decide finalmente en las circunstancias propias, en las condiciones y realidades concretas, Enseña muy bien el Papa que “estamos llamado a formar las conciencias, no a pretender sustituirlas” (AL 37).

Estas circunstancias o condiciones que afectan a la persona. Como es la denominada “ignorancia invencible”, que no conoce o no comprende los valores y normas de la ley moral, su fragilidad e incapacidad por dichas circunstancias, etc. hace que se ponderen o atenúen la responsabilidad personal de la acción moral. Sin que esto, evidentemente, suponga no reconocer el mal objetivo de la acción moral. En este sentido, hay que respetar el mandato del Evangelio de “no juzgar ni condenar” al otro, acogiendo o valorando el bien y la verdad que habita en lo más profundo de su persona o de sus otras acciones. “Hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y es necesario estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición” (AL 296). Y ello a pesar de que, efectivamente, se valore y rechace asimismo el mal moral que con su acción, al tiempo, la misma persona comete. Lo anterior nos lleva a la conocida como ley de la gradualidad, que no la gradualidad de la ley, por la que la persona en su proceso y desarrollo moral se va aproximando al valor e ideal ético. Un proceso paciente en el que, desde la gracia y misericordia, vamos madurando y siendo fieles a los valores e ideales morales, a la santidad. Aunque en la actualidad, en algunas circunstancias no hayamos alcanzado todos y cada uno de estos valores e ideales morales.

De esta forma, frente a toda concepción burguesa e individualista. Y por el mismo sacramento de la eucarístia con su mística social (cf. AL 186), la verdadera espiritualidad de familia se realiza en el servicio y compromiso solidario, en la promoción de la justicia liberadora con los pobres de la tierra. “El amor social, reflejo de la Trinidad, es en realidad lo que unifica el sentido espiritual de la familia y su misión fuera de sí, porque hace presente el kerygma con todas sus exigencias comunitarias. La familia vive su espiritualidad propia siendo al mismo tiempo una iglesia doméstica y una célula vital para transformar el mundo” (AL 324). La familia, con la educación de los hijos y su dimensión ética-social (cf. AL 263-267), está llamada a ser responsable y protagonista de la gestión transformadora de la sociedad-mundo.

La familia es promotora de la justicia con las familias empobrecidas y con los pobres de la tierra. Con esta lucha por la paz, el bien común y la justicia, la familia irá logrando promover unas condiciones humanas, culturales y sociales que están de fondo en tantas problemáticas que afectan a innumerables familias. Como suelen hacer los sectores burgueses e integristas cristianos, se cae en el cinismo y en la hipocresía, no es cristiano ni moral: centrarse en una supuesta "ortodoxia" para la familia o en cuestiones bioéticas; y, a la vez, no realizar una orto-praxis por la transformación de las relaciones, estructuras y sistemas que causan desigualdad e injusticia en forma de deshumanización, pobreza y exclusión que dañan tanto la realidad de la familia. Esa familia burguesa, individualista e integrista no entusiasma ni enamora, no es la familia real y militante del amor solidario, del compromiso por la la justicia con los pobres. Tal como nos enseña el Evangelio de Jesús y su Iglesia. Demos pues gracias a Dios y al Papa Francisco, sucesor de Pedro, por esta bella, verdadera y espiritual enseñanza sobre la familia que es AL.
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