El Dios de la Trinidad como entraña y modelo de la fe e iglesia, fuente y paradigma de la familia, la sociedad y el mundo. La Trinidad, paradigma de la vida comunitaria y social en el mundo

La Trinidad, paradigma de la vida comunitaria y social en el mund
La Trinidad, paradigma de la vida comunitaria y social en el mund

La Trinidad nos manifiesta al Dios del amor y la comunión fraterna, revelado plenamente por su Encarnación en Jesucristo, que es fuente fecunda u horizonte para unas adecuadas y buenas relaciones humanas, sociales e históricas.

"Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (Francisco, LS 238).

En este día que celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, recojo, comento y estudio algunos de los textos más significativos del magisterio de la iglesia que, junto a la teología contemporánea, nos muestran el Misterio del Dios Trinitario. El Dios de la Trinidad como entraña y modelo de la fe e iglesia, fuente y paradigma de la familia, la sociedad y el mundo. Tal como se aclama en la iglesia, “la Trinidad es la mejor comunidad”. En este sentido, nos enseña el Concilio Vaticano II:

“Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos. Todos han sido creados a imagen y semejanza de Dios, quien hizo de uno todo el linaje humano y para poblar toda la haz de la tierra (Act 17,26), y todos son llamados a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo.

Por lo cual, el amor de Dios y del prójimo es el primero y el mayor mandamiento. La Sagrada Escritura nos enseña que el amor de Dios no puede separarse del amor del prójimo: ... cualquier otro precepto en esta sentencia se resume: Amarás al prójimo como a ti mismo ... El amor es el cumplimiento de la ley (Rom 13,9-10; cf. 1 Io 4,20). Esta doctrina posee hoy extraordinaria importancia a causa de dos hechos: la creciente interdependencia mutua de los hombres y la unificación asimismo creciente del mundo.

Más aún, el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Io 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (GS24).

La Trinidad nos manifiesta al Dios del amor y la comunión fraterna, revelado plenamente por su Encarnación en Jesucristo, que es fuente fecunda u horizonte para unas adecuadas y buenas relaciones humanas, sociales e históricas. En las relaciones "perijoréticas" de este amor e inter-comunión eterna entre el Padre, el Hijo y Espíritu se asientan una sociedad y mundo conformados por el bien común, la solidaridad y la justicia con los pobres de la tierra. El Misterio Trinitario nos comunica al Dios salvador y su Gracia liberadora de todo mal, pecado, injusticia, esclavitud, e idolatrías de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia. A este respecto, nos muestra San Juan Pablo II:

“A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuestos al sacrificio, incluso extremo: «dar la vida por los hermanos» (cf. 1 Jn 3, 16).

Entonces la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres en Cristo, «hijos en el Hijo», de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo, conferirá a nuestra mirada sobre el mundo un nuevo criterio para interpretarlo. Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra «comunión». Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser «sacramento», en el sentido ya indicado” (SRS 40).

Por tanto, el Dios Trinitario nos habita e impulsa a la responsabilidad y el compromiso por una sociedad-mundo global más justo, fraterno y solidario. En esta humanidad e historia debe ser respetada la sagrada e inviolable vida y dignidad de toda persona que, con sus derechos o deberes, tiene su base más trascendente en toda esta semejanza, presencia y comunión con las Personas Divinas del Padre, el Hijo y el Espíritu. La Gracia de Dios y los dones de sus virtudes como el amor fraterno y la solidaridad nos llevan, pues, a esta lucha por la paz, la justicia e igualdad en la realidad y estructuras de pecado. Esto es, esas relaciones, instituciones y sistemas, ya sean políticos o económicos, que impiden esta fraternidad solidaria. En esta misma dirección, Benedicto XVI nos transmite:

“La criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal. El hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios. Por tanto, la importancia de dichas relaciones es fundamental. Esto vale también para los pueblos. Consiguientemente, resulta muy útil para su desarrollo una visión metafísica de la relación entre las personas. A este respecto, la razón encuentra inspiración y orientación en la revelación cristiana, según la cual la comunidad de los hombres no absorbe en sí a la persona anulando su autonomía, como ocurre en las diversas formas del totalitarismo, sino que la valoriza más aún porque la relación entre persona y comunidad es la de un todo hacia otro todo. De la misma manera que la comunidad familiar no anula en su seno a las personas que la componen, y la Iglesia misma valora plenamente la «criatura nueva»(Ga 6,15; 2 Co 5,17), que por el bautismo se inserta en su Cuerpo vivo, así también la unidad de la familia humana no anula de por sí a las personas, los pueblos o las culturas, sino que los hace más transparentes los unos con los otros, más unidos en su legítima diversidad.

El tema del desarrollo coincide con el de la inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la única comunidad de la familia humana, que se construye en la solidaridad sobre la base de los valores fundamentales de la justicia y la paz. Esta perspectiva se ve iluminada de manera decisiva por la relación entre las Personas de la Trinidad en la única Sustancia divina. La Trinidad es absoluta unidad, en cuanto las tres Personas divinas son relacionalidad pura. La transparencia recíproca entre las Personas divinas es plena y el vínculo de una con otra total, porque constituyen una absoluta unidad y unicidad. Dios nos quiere también asociar a esa realidad de comunión: «para que sean uno, como nosotros somos uno» (Jn 17,22). La Iglesia es signo e instrumento de esta unidad. También las relaciones entre los hombres a lo largo de la historia se han beneficiado de la referencia a este Modelo divino. En particular, a la luz del misterio revelado de la Trinidad, se comprende que la verdadera apertura no significa dispersión centrífuga, sino compenetración profunda. Esto se manifiesta también en las experiencias humanas comunes del amor y de la verdad. Como el amor sacramental une a los esposos espiritualmente en «una sola carne» (Gn 2,24; Mt 19,5; Ef 5,31), y de dos que eran hace de ellos una unidad relacional y real, de manera análoga la verdad une los espíritus entre sí y los hace pensar al unísono, atrayéndolos y uniéndolos en ella” (CV 54).

De ahí que la familia, la cultura, la política y la economía han de reflejar esta esencia (sentido) de una antropología y ética trinitaria con sus relaciones fecundas de vida y amor fiel, fraternas, solidarias y justas. La Trinidad nos lleva a comprometernos por un sistema político que respete la libertad, la subsidiariedad y el protagonismo todo sujeto humano en la gestión pública orientada al bien común, frente al comunismo colectivista (colectivismo). De igual forma, orienta a esa responsabilidad social por una organización económica, del trabajo y empresarial basada en el don (gratuidad), solidaria y promotora de la justicia social al servicio de las necesidades humanas, en contra del neoliberalismo capitalista, en oposición al capitalismo global.

El Dios Trinidad pone así las bases para una ética de la mundialización solidaria, una globalización en (y de) la solidaridad, la paz, la justicia y sostenible. Un desarrollo humano y ecología integral con unas inter-relaciones de comunión entre los seres humanos, los pobres, la naturaleza humana y ambiental, toda la creación y Dios mismo. Una sociedad y mundo, icono de la Trinidad que, respetando la diversidad, sea garante de la unidad fraterna frente a toda desigualdad, injusticia y exclusión.  Tal como enseña el Papa Francisco:

“El Padre es la fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe. El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón del universo animando y suscitando nuevos caminos. El mundo fue creado por las tres Personas como un único principio divino, pero cada una de ellas realiza esta obra común según su propiedad personal. Por eso, «cuando contemplamos con admiración el universo en su grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad».

Para los cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar que toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. San Buenaventura llegó a decir que el ser humano, antes del pecado, podía descubrir cómo cada criatura «testifica que Dios es trino». El reflejo de la Trinidad se podía reconocer en la naturaleza «cuando ni ese libro era oscuro para el hombre ni el ojo del hombre se había enturbiado». El santo franciscano nos enseña que toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria, tan real que podría ser espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria.

Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (LS 238).

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