Violencia, religiones y víctimas: sobre los atentados de París

Los recientes atentados terroristas de París han conmocionado al mundo y a la opinión pública. En los medios de comunicación y en las redes sociales, se ha producido un mar de opiniones y debates en torno a esta tragedia, no siempre equilibrados y ponderados sobre lo sucedido con este crimen. A raíz de todo ello, nos parece necesario hacer una serie de reflexiones y consideraciones. Evidentemente, como ya hemos apuntado, lo primero que hay que hacer es mostrar nuestro más claro rechazo y repulsa ante dicho crimen contra la vida de las personas. Hay que denunciar toda violencia y agresión contra la vida humana, que nunca está justificada.. Y al mismo tiempo, como nos enseñan las Ciencias Sociales (CS) y la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), hay que buscar las raíces y causas que generan esta violencia como es el terrorismo islámico.

Estos estudios sociales y el magisterio social de la iglesia nos muestran como para erradicar toda violencia y guerra, en la búsqueda de la paz, hay que promover la justicia y los derechos humanos (Juan XXIII, PT). El desarrollo humano e integral de los pueblos (Pablo VI, PP). La solidaridad internacional, que transforme las estructuras sociales e internacionales injustas de pecado y ponga fin a todo imperialismo (Juan Pablo II, SRS). La cultura y ética del don (gratuidad) en la erradicación de toda dominación, desigualdad e injusticia global (Benedicto XVI, CV). La espiritualidad de la pobreza fraterna y liberadora con los pobres de la tierra que acabe con esta economía que mata, con la especulación económica-financiera, con los ídolos del mercado y de la riqueza, con el negocio de las guerras y de las armas (Papa Francisco, EG).

Como se observa, las CS y la DSI hace mucho tiempo que nos muestran que las ideologizaciones del individualismo posesivo y la violenta competitividad, las idolatrías del tener-poseer (riqueza y propiedad) y del poder, los imperialismos contemporáneos como el comunismo colectivista y, en especial por ser el vencedor y dominante, el capitalismo: son el caldo de cultivo de un mundo fracturado, injusto y violento. Como nos enseña Juan Pablo II (EV), vivimos en una guerra permanente de los poderosos y ricos contra los más débiles y los pobres, con sus estructuras de pecado y cultura de la muerte que atentan contra la vida y dignidad de las personas. Vivimos en una auténtica “guerra mundial, con guerras comerciales para vender armas, que impuestas por los mercaderes de la violencia y de las armas”, domina el mundo a la búsqueda del beneficio, de la riqueza y del poder, como está denunciado constantemente el Papa Francisco.

Por tanto, al igual que pone de relieve esa actual disciplina que es la neurociencia, el mejor y más efectivo antídoto contra la violencia, la solución más real es erradicar toda esta dominación e injusticia social-global, los atentados contra la dignidad y derechos de los pueblos. Con una cultura y espiritualidad de la paz que, en la promoción de la globalización fraterna de la justicia y solidaridad, impulse la no violencia, el desarme personal e internacional; erradicando las lacras de las guerras y de las armas que son un negocio e inmorales. Como nos enseñan las CS y la DSI, no habrá paz hasta que el poder e imperialismo económico-político mundial no cese de ejercer toda esta dominación y opresión global, de generar todas estas desigualdades e injusticias mundiales. Con la inequidad y expolio constante de los bienes a los pobres de la tierra, con esta cultura individualista, relativista y hedonista, con la in-cultura de la competitividad, de la guerra y de las armas. Todo ello está en el origen y raíces profundas de la violencia, de los terrorismos e integrismos o fundamentalismos que asolan al planeta.

En este sentido, conviene dejar claro que, como nos enseña la fe y la iglesia, las religiones como es el Islam son fuente de paz, de solidaridad y de fraternidad. Y, a pesar de sus límites o carencias, tienen mucho y bueno de verdad, de belleza, nos muestran el bien, la misericordia y la justicia. Por lo que el dialogo ecuménico, inter-religioso e inter-cultural es constitutivo e imprescindible en la misión, hoy más que nunca. Para esa búsqueda de la paz, de la no violencia y de la justicia global. Tal como han insistidos los Papas, por ejemplo, Juan Pablo II con los Encuentros de Asís y sus relaciones fraternas con el mundo del Islam y sus responsables, al que tanto estimaba y valoraba. Como nos muestran los estudios históricos, sociales y filosóficos en dialogo con la fe, las religiones e iglesias son un caudal esencial de cultura y ética, de vida y dignidad de la personas, de solidaridad y justicia con los pobres de la tierra, de paz y no violencia. Nada más hay que conocer la vida de infinidad de santos y testimonios de la fe, desde San Juan de Mata o Francisco de Asís hasta los más actuales como Gandhi y Luther King, Juan Pablo II, H. Camara o Mons. Romero. Tal como reconoce todo ello el mismo J. Habermas, considerado por muchos el filósofo y pensador vivo más significativo en la actualidad.

La fraternidad, la empatía o compasión y la ética son universales, no tienen barreras ni fronteras, no discrimina entre los supuestos “cercanos o lejanos, de los míos o de aquí y los de fuera…”. Y el desarrollo humano, psico-social y espiritual, la felicidad, se va realizado en este servicio y compromiso universal por la paz, por la justicia y la fraternidad en el mundo para toda la humanidad. Así nos lo enseña las CS como es la psicología.. Es la solidaridad y la lucha por la dignidad y vida de todas las víctimas, oprimidos y empobrecidos de la tierra, contra toda violencia, mal e injusticia.

En resumen y para terminar, como nos enseña de igual forma los Papas Benedicto XVI y Francisco, nada mejor que este antológico texto de Juan Pablo II: “Los Pontífices Benedicto XV y sus sucesores han visto claramente este peligro, y yo mismo, con ocasión de la reciente y dramática guerra en el Golfo Pérsico, he repetido el grito: «¡Nunca más la guerra!». ¡No, nunca más la guerra!, que destruye la vida de los inocentes, que enseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, que deja tras de sí una secuela de rencores y odios, y hace más difícil la justa solución de los mismos problemas que la han provocado. Así como dentro de cada Estado ha llegado finalmente el tiempo en que el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley, así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional. No hay que olvidar tampoco que en la raíz de la guerra hay, en general, reales y graves razones: injusticias sufridas, frustraciones de legítimas aspiraciones, miseria o explotación de grandes masas humanas desesperadas, las cuales no ven la posibilidad objetiva de mejorar sus condiciones por las vías de la paz. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, existe también la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo. Y así como a nivel interno es posible y obligado construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el bien común, del mismo modo son necesarias también intervenciones adecuadas a nivel internacional. Por esto hace falta un gran esfuerzo de comprensión recíproca, de conocimiento y sensibilización de las conciencias “ (CA 52)
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