Bach, partita BWV 826

Bach, suite BWV 826

¡Feliz domingo! Bach siempre imprime cierto aire como «pascual» a nuestra vida cuando escuchamos sus obras, ¿no te parece? Con la obra de hoy pasará algo similar, a pesar de que sea una composición secular (es decir, no religiosa). Se trata de composiciones grandes dentro de su catálogo y que los intérpretes (clavecinistas y pianistas) llevan siempre en su repertorio. Vamos a disfrutar, una vez más, de una obra tan impresionante como la de hoy.

J. S. Bach

De nuevo vamos a conocer algo de la biografía de Johann Sebastian Bach (1685-1750), compositor alemán nacido en Eisenach. Habíamos dejado al joven (bueno, niño) Bach huérfano y desolado en Eisenach. Él y su hermano Jacob fueron acogidos por su también hermano (el mayor) Johann Christoph. El único problema es que no era en Eisenach sino en otra localidad: Ohrdruf. Christoph había sido nombrado recientemente allí organista, en la iglesia de San Miguel. El pequeño Johann Sebastian se podría haber marchado con su padrino Sebastian Nagel, pero este había muerto en 1687. Por tanto, irse a Ohrdruf fue casi una obligación. Sin embargo, para el pequeño esto fue una oportunidad porque los órganos (dos) que había en San Miguel estaban en una condición algo precaria y necesitaban de frecuente reparación. Los organeros hacían allí de forma continua acto de presencia. Bach asistía a todos esos procesos y aprendía así el arte de construir órganos, que tanta satisfacciones le daría en su vida posterior.

Disfrutemos de su Partita n.º 2 en do menor, BWV 826. Parece que fue compuesta en 1726. Aunque la sucesión de movimientos puede indicar que Bach se muestra aquí ligero, vemos aquí sus mejores dotes para el contrapunto. Mientra que todas las suites de esta colección tienen siete movimientos, esta solo dispone de seis. Se abre con una sinfonía, en la que Bach nos muestra toda su grandeza. Está dividida en tres secciones, con tempi cada vez más rápidos. Le sigue una allemande refrescante pero meditativa. La courante es luminosa y una articulación tan asombrosa que de la que solo Bach era capaz de conseguir. Disfrutramos luego de la sarabande, lenta, casi e forma de himno, con una solemnidad especial. El contrapunto movido lo pone el rondeau, con una alegría especial, que contagia al capriccio final, cuyo músculo requiere de un intérprete de la más alta técnica.

La interpretación es de Scott Ross al clave.

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