¡Feliz domingo! De nuevo nos encontramos con la increíble música de Bach. Estas suites para chelo con las que estamos estos domingos cayeron en el olvido (como muchas de sus obras) hasta que el catalán Pau Casals las redescubrió y las pudo en el lugar que deberían ocupar: la cúspide del repertorio para el instrumento.

Antes de la música vamos con algo sobre la biografía de Johann Sebastian Bach (1685-1750), compositor alemán nacido en Eisenach. El contrato que Bach había firmado en Leipzig establecía que debía instruir «no solamente vocal sino también música instrumental». Este último tipo de música que tenemos de él parece ser que estaba orientado a la formación de sus discípulos. Además, Bach estaba al cargo de la música de cuatro templos de la ciudad: San Nicolás, Santo Tomás (las dos principales parroquias), la iglesia Nueva (una antigua iglesia franciscana) y la iglesia de San Pedro (que fue construida a comienzos del siglo XVI). Por tanto, los cincuenta y cinco alumnos fueron divididos en cuatro cantoreien que fueron asignados a diferentes funciones. El coro I era el más selecto y el que se dedicaba a las cantatas.

Escuchemos su Suite para chelo n.º 4 en mi bemol mayor, BWV 1010. Es muy rica desde el punto de vista del contrapunto, muy denso. En el primero, Prélude, está construido a partir de un arpegio repetido que da lugar a complejas frases que son verdaderas oleadas. La Allemande y la Courante tienen unas líneas simples y la Sarabande tiene una gran consistencia interna ya que mantiene la textura de toda la melodía y un acompañamiento bastante sólido, que sorprende porque todo se interpreta con un único instrumento. Los dos Bourrée tienen ese característico ritmo de danza que casi hace que se nos vayan los pies. La Gigue final está, como siempre, plaga de un ritmo bastante rápido, de nuevo dándonos la ilusión de que escuchamos distintos instrumentos, dando lugar a una increíble ambigüedad.

La partitura de la composición puede descargarse aquí.

La interpretación es de Bruno Cocset al chelo.