Dales, Señor, el descanso eterno



¡Feliz viernes! Termina la semana laboral con este día en el que tradicionalmente nos acordamos de nuestros difuntos, de aquellos quienes se fueron pero dejaron alguna llama de luz en nuestras vidas que hace que aún nos acordemos de ellos. La música siempre ha sido buena consejera para mantener ese recuerdo y la que te ofrezco hoy creo que es soberbia para ello. Su compositor es uno de los grandes de nuestra música y hoy he decidido tirar la casa por la ventana. Porque nuestros difuntos lo merecen.



Nos visita hoy Francisco Guerrero (1528-1599), maestro español nacido en Sevilla. Solo Victoria, mayor que él, podía hacerle sombra. Estudió con los hermanos Pedro y Cristóbal de Morales y era un joven tan prodigio para la música que también tocaba la vihuela, el arpa, el corneto y el órgano, además de ser un cantor de bellísima voz. Precisamente gracias a esta cualidad pudo entrar como niño de coro en la catedral de Sevilla hasta que fue nombrado maestro de capilla de la de Jaén, con solo diecisiete años. Su reputación fue creciendo cada vez más. En la década de 1550 la catedral de Málaga intentó contratarle dos veces pero fue la metropolitana hispalense quien se lo llevó. En 1554 un breve papal le nombraba sucesor de Pedro Fernández de Castilleja, anterior maestro. En 1579 consiguió un permiso de un año para viajar a Roma y en 1588 fue a Tierra Santa y luego pasó varios meses en Venecia para preparar diversas publicaciones. Otro intento de viaje a esas tierras le dejó casi en la indigencia debido a los piratas por lo que volvió a su trabajo como profesor de música. No dejó de soñar con volver a pisar la tierra que pisó Jesús pero no pudo ya que una epidemia acabó con su vida en la ciudad que le vio nacer.

Para este día de los difuntos, Guerrero nos ofrece su Missa pro Defunctis. Se trata de una obra a cuatro voces publicada en 1582. Fue una obra muy popular porque fue interpretada en Lima en la década de 1650. Es más, es muy posible que fuese la obra elegida para poner música a las exequias por el rey Felipe II que tuvieron lugar en Sevilla en 1598. Guerrero compuso la obra en 1566 pero la revisó luego siguiendo las órdenes del Concilio de Trento. Así, omitió el tracto «Sicut cervus» y lo reemplazó con el «Absolve Domine». En maestro, siempre un perfeccionista, tuvo oportunidad de mejorar esta composición que seguramente se interpretaba con ministriles, como era habitual, en la catedral hispalense para la que trabajaba el maestro. Una obra impresionante, que puede catalogarse entre las más espectaculares del compositor.

La interpretación es de la Orchestra of the Renaissance dirigida por Richard Cheetham.

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