¡Feliz jueves! Hoy termina este año 2020 que no ha sido especialmente benévolo con la humanidad. A pesar de todo lo pasado, a pesar de los tiempos tan duros que nos ha dejado (y que pasarán el testigo al 2021) creo que no es mala idea terminar dándole gracias a Dios porque, por lo menos, hemos llegado hasta aquí (¡pero cuánto tocados!). Vamos a hacerlo con música.

La que ponga fin al año será la de Tomás Luis de Victoria (1548-1611), compositor español nacido en Ávila. Una vez dijo el maestro: «Si hubiese alguien que tratase de hallarle el propósito a todo, no encontrará nada tan útil como la música que, alcanzando nuestros corazones suave y profundamente, por medio del mensaje que deja en nuestros oídos, proporciona un claro beneficio no solo para nuestra alma sino también para nuestro cuerpo». No está nada mal. En 1587 Felipe II lo nombró capellán de su hermana la emperatriz María de Austria, que estaba en el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid. A este respecto, escribió unos años más tarde: «He aceptado, gracias a un favor especial de su madre, la augusta y cesárea emperatriz, se uno de los sacerdotes que la asistan en todo lo referente a cuestiones religosas». Escribía esto a Alberto de Austria, hijo de la emperatriz.

Escuchemos su Te Deum, que fue publicado en Madrid en 1600. El texto de este himno está dividido en treintaiún versículos, presentados de forma alternada entre polifonía y canto llano. En los cuatro primero, el texto esté presentado de forma casi antifonal. Luego, el texto toma forma casi del santo de la misa para volver a la forma antifonal.. Los versículos 13-15 son como una doxología y luego viene una sección de alabanza. El estilo general es homofónico pero se las arregla para destacar magistralmente el sentido de las palabras, con bellas cadencias y elegidos cambios de registros, con una tonalidad mayor que predomina en toda la composición.

La partitura de la composición puede conseguirse aquí.

La interpretación es de Il Convitto Armonico dirigido por Stefano Buschini.