Inmaculada Madre de Dios

¡Feliz sábado! Para este sábado de mediados de marzo te ofrezco un compositor que es uno de los más importantes de su época. Aunque lo he etiquetado como medieval quizá puede afirmarse sin demasiado error que está ya con un pie en el Renacimiento. De hecho, como grandísimo maestro que era, su música influyó no solo en su tiempo sino en los venideros. Además, la pieza que te traigo hoy es una de las más famosas suyas, de esas que merece la pena disfrutar varias veces con tranquilidad.

Viene hoy con nosotros Johannes Ockeghem (1410/1425-1497), compositor franco-flamenco nacido en Saint-Ghislain. Pasó gran parte de su vida al servicio de la corte francesa y, junto con Binchois, Dufay, Busnois y Josquin, es uno de los grandes compositores del siglo XV. Fue cantor en la iglesia de Nuestra Señora de Amberes y luego para el duque de Borbón. A partir de 1450 comenzó a servir al rey y su vínculo se mantuvo hasta su muerte; vínculo con la capilla real porque sirvió a tres reyes: Carlos VII, Luis XI y Carlos VIII. El primero lo nombró tesorero de la abadía de San Martín de Tours, puesto muy lucrativo ya que el monasterio era rico. No se destacó por viajar mucho aunque sabemos que en 1464 visitó a Dufay en Cambrai y que en 1470 viajó a España con la capilla real. Su reputación solo puede calificarse de estrella entre sus contemporáneos. Parece ser que conoció a Binchois y Busnois era seguidor de nuestro maestro de hoy. Fue calificado por el teórico Tinctoris entre los mejores compositores de su tiempo e incluso el duque Galeazzo Sforza pretendió sus servicios. Varios autores de la época como los poetas Crétin y Molinet, el compositor Josquin y el pensador Erasmo de Róterdam, escribieron sendas obras cuando Ockeghem murió.

Hoy te traigo su motete Intemerata Dei Mater, a cinco voces. A día de hoy, parece ser que el texto no tiene ninguna vinculación litúrgica y está compuesto casi de forma libre. Tiene estructura tripartita y la presencia de una voz de alto grave, un tenor, dos bajos y un contrabajo le aporta una sonoridad especialmente baja y un ambiente general que casi lo acerca al de un lamento. La textura alterna momentos homofónicos con otros en trío. Ockeghem también introduce momentos melismáticos en los que intervienen las cinco voces. En cuanto a la armonía, se las arregla para viajar de unas regiones a otras, empezando desde el más quejumbroso modo frigio. Él mismo se cita al comienzo del motete y se ha sugerido que lo compuso después de una visita al maestro Dufay ya que las influencias también son claras.

La partitura de la composición puedes conseguirla aquí.

La interpretación es de The Mirandola Ensemble.

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