Irlanda



¡Feliz jueves! ¿Te apetece a viajar a esa isla verde tan fascinante? Si es así permíteme que te proporcione la música para ir ambientándote. Creo que quien va a aportárnosla hoy aparece por aquí por primera vez. No es la primera vez que lo digo pero, ¿te has dado cuenta de la cantidad de música que nos queda aún por escuchar y descubrir? Sin duda mucha más de la que hemos escuchado. Esto es lo grandioso de la música: que no deja de proporcionarnos grande momentos, como el de hoy.

Te presento a Augusta Holmès (1847-1903), compositora francesa nacida en París. No está considerada entre los compositores de primera fila, lo cual es injusto. Era de familia irlandesa y que creciese en el entorno de Versalles hizo que recibiese la más esmerada formación: con solo doce años hablaba francés, alemán, italiano, inglés y ya estaba componiendo. Su vida está rodeada de mitos al más puro estilo romántico que ella mismo fomentó para lanzar su carrera. En 1875 era discípula de César Franck o por lo menos estuvo relacionada con él, y sin duda bebió de su arte. Un poco más tarde comenzó a componer óperas que no tuvieron demasiado éxito. Fueron sus poemas sinfónicos los que adquirieron mayor éxito, en ambiente nacionalista y que fueron también fomentados por otro mito: el de que ella luchaba por la causa de los pueblos extranjeros oprimidos, componiendo obras inspiradas en ellos. Sea como fuere sus obras muestran una gran solidez, como comprobarás.

Te traigo hoy la que quizá es su obra más famosa, uno de esos poemas sinfónicos; concretamente el titulado Irlande, compuesto en 1882. Es una obra que está llena de nostalgia pero también de fuerza y de olor a naturaleza, como el que puebla Irlanda. Se intuyen batallas y se oyen triunfos. La compositora también hace gala de su carácter nacionalista ya que intenta reflejar en la obra algo del espíritu antibritánico. Ella misma escribió la leyenda en la que aparece una Irlanda poblada de antepasados celtas que se ven oprimido por le imperio británico. Comienza con un estremecedor lamento del clarinete solo que se ve interrumpido por una orquesta que toca en modo dórico casi en forma sonata. Vuelve el lamento esta vez interpretado por el corno inglés con aires wagnerianos. Un fortísimo toque del timbal llama a la revolución y la obra termina con un triunfal do mayor al que se solapan ecos de los motivos introductorios.

La interpretación es de la Orquesta Filarmónica de Rheinland-Pfatz dirigida por Samuel Friedmann.

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