¡Feliz viernes! Em realidad, no sé muy bien si es el violín quien es acompañado por el piano o es el piano quien lo es por el violín. La magia de la música del maestro de hoy hace que esas cosas, que parecen que no tienen importancia, cobren su verdadero cariz.

Hoy tenemos música de Ludwig van Beethoven (1770-1827), compositor alemán nacido en Bonn. El único que llevó el apellido Beethoven después del compositor fue su sobrino Karl, hijo de su hermano Carl y de Johanna y único hijo de los tres hermanos Beethoven. Incluso antes de la muerte del padre, el compositor ya se había apropiado del puesto de tutor del sobrino, creyendo que sería quien siguiese su arte a la hora de componer. Cuando consiguió la custodia incluso llegó a prohibirle que visitara a su madre, cosa que el joven incumplía cada vez que podía; el tío a veces llamaba a la policía para hacer regresar al sobrino... Matriculó al joven en buenas escuelas, como la de Giannatasio del Rio o la de Joseph Blöchlinger y pagó a Carl Czerny para que le diese lecciones de música. Se negaba a escuchar la opinión de este cuando le decía que el sobrino, muy a su pesar, no tenía ningún talento musical.

Disfrutemos de su Sonata para violín y piano n.º 8 en sol mayor, op. 30 n.º 3. La compuso en 1802 mientras estaba de retiro en Heiligenstadt para ver si, por prescripción médica, su oído se recuperaba (cosa que no pasó). El violinista Josep Szigeti describió esta obra como «la perfección sin conflictos». El Allegro assai inicial se abre de forma brillante y casi exuberante, de forma que parece que describe un soleado día en una bella forma sonata. En el segundo movimiento afloran las emociones de una forma muy tierna con forma de minueto, una danza que es la que se hace la protagonista. El final es verdaderamente retador para los intérpretes, pero totalmente generoso con los oyentes. Una verdaderamente grande obra maestra.

La partitura de la composición puede descargarse aquí.

La interpretación es de Bomsori Kim (violín) y Drew Petersen (piano).