Y LAS PRÓXIMAS NAVIDADES, ¡NOS VAMOS TODOS JUNTOS DE CRUCERO!

Chirría, chirría, chirría por todas partes… Y surge la pregunta ¿Qué ha pasado para que gente tan normal, del chirrido, ni se haya dado cuenta? 

Chirría
Chirría
No fue ninguna ricachona de toda la vida la que estas navidades propuso eso a su familia. 

Fue, sobre todo, una mujer trabajadora. Una mujer a la que, como ella dice, nadie regaló nada. A sus hijos les inculcó a sangre y fuego, el valor del esfuerzo y el trabajo. Ella trabajó siempre, y como una burra, hasta el momento de ir a parir a sus hijos, y al día siguiente de venir del hospital con ellos en los brazos.

Esa mujer no pasó hambre, pero cuenta cómo su madre sí la pasó, y en vida no consintió que se tirase ni un pedacito de comida en su presencia.

Esa mujer ya no es una niña, se acerca a los 70, y se cansa con los hijos, nietos, y nueras en casa cada Navidad. De vivir 2 en casa, pasa cada Navidad a convivir con 11, y esos 11 desayunan, y comen, y cenan, y hay que ir a comprar mucho, y romperse la cabeza con menús, y cocinar y cocinar... Ella no suelta la sartén, es la capitana del barco de su casa. El resto pelean poco por ser los primeros en levantarse y poner la mesa, quitarla, fregar o barrer. 

Por eso tiene una propuesta, la de pasar una semana de crucero por el Mediterráneo las próximas navidades toda la familia, 450 euros por persona, los más pequeños no pagan, y ¡todo incluido! 

El alboroto es general, ¡la idea es buenísima! ¡400 euros todo incluido una semana no es tanto! los niños por supuesto encantados, el deseo a mil revoluciones…

Pero no, el próximo año no todos vamos de crucero, hay quien no sabe bien cómo explicarlo, no quiere ni dar lecciones de moralidad, ni herir sentimientos, pero no va a coger ningún crucero… 

Y los niños preguntan a su mamá por qué no, por qué ellos no, si todo el mundo quiere, eso es…. ¡injusto! 

Y la mamá, que sabe que las palabras vuelan, y lo que manda es la vida, espera a contestar, aunque desea encontrar el momento adecuado, el momento en que la escucha sea posible, para decirle a sus hijos, que lo del crucero chirría todo el año, pero aún más en Navidad, cuando nace el niño pobre de Belén.

Chirrían la explotación laboral que se vive en los cruceros, las jornadas extenuantes de los trabajadores, la división de éstos en subclases (están los que comen de menú y lo que  comen a diario arroz y sobras de carne o pescado...), el pago según procedencia no según trabajo realizado...

Chirrían los lujos, cuando tantas personas y familias a las que conocemos, con las que compartimos y a las que queremos, llevan todo el invierno sin encender la calefacción por no gastar,  hacen malabares para llegar a fin de mes, y se tragan su orgullo varias veces cada mes respondiendo preguntas de la trabajadora social, escuchando sus consejos, antes de ir a buscar comida a su parroquia

Chirría la oferta permanente de ocio y distracciones, cuando el objetivo era convivir, compartir y estar juntos... 

Chirría, chirría, chirría por todas partes… Y surge la pregunta ¿Qué ha pasado para que gente tan normal, del chirrido, ni se haya dado cuenta? 

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