Ahora, como provincial jesuita, se enfrenta a un nuevo reto: sobre sus hombros está una de las órdenes católicas más activas en Venezuela, con obras de profundo arraigo e impacto social en el ámbito educativo y comunitario. En esta oportunidad, en una entrevista cercana, ha respondido para la revista SIC, su gran escuela de formación y pensamiento, algunas interrogantes sobre el contexto en que emprende esta nueva misión.

¿Qué ha significado la revista SIC en la trayectoria de Alfredo Infante? 

–Me encuentro con la revista SIC desde muy joven. Los jesuitas en Maracaibo se habían ido al barrio y el padre Acasio Velandia, que es muy emblemático en la historia de la Provincia de Venezuela en lo que tiene que ver con la opción por los pobres, quería que tuviésemos una experiencia espiritual y que desde ella pudiéramos comprender nuestro compromiso social y político. Era una formación integral. 

Desde muy joven nace mi vocación por la educación, entonces, cuando me toca discernir profesionalmente, por supuesto, la educación era el fuerte, pero además yo venía de esa experiencia eclesial, de formación social, política y teológica. Todos esos elementos se conjugan en un discernimiento que me lleva a estudiar en la Normal de Fe y Alegría. En ese proceso, tanto en el barrio como en Fe y Alegría, aparece la revista SIC.  Fue como ponerme unos “lentes nuevos” para analizar la realidad. Desde entonces, la revista SIC llega a mi vida, siendo docente, como un insumo central para conocer –a profundidad– la situación del país y poder transmitirla a la gente. 

Cuando ingreso a la Compañía de Jesús, recuerdo que la revista SIC era de lectura obligatoria en el noviciado. Una propuesta formativa de la Compañía de Jesús para que compartiéramos los análisis que, desde esa plataforma, se hacían sobre el país. En aquella época, la revista contenía escritos teológicos y espirituales muy importantes que nutrían la experiencia formativa del joven jesuita.

Concebir a SIC como una comunidad de solidaridad, me permitió ponerme en contacto con una buena cantidad de actores y profesionales que quieren aportar al país, y eso también a uno le da esperanza ¿no?

Honestamente, a mí me generaba mucha ilusión escribir en la revista SIC. De hecho, mi primer artículo lo escribo llegando a la etapa de Filosofía (1989), lo cual era para mí como “un gran sueño cumplido”. Después de eso, por mis raíces colombianas, me piden que le haga seguimiento al conflicto colombiano desde la perspectiva de Venezuela y sobre eso versan mis primeros artículos. 

Más adelante, cursando mis estudios de Teología (1992-1993), me invitan a ser miembro del Consejo de Redacción de la revista. No obstante, poco después tengo que ausentarme para viajar a África, pero desde allá sigo escribiendo artículos sobre las minas antipersonales y el problema de Angola… Hoy, lo que más valoro de esta experiencia es que, gracias a la revista SIC, desarrollé el hábito, también alimentado por mi afán de educador y pensador social, de reflexionar sobre el quehacer y la situación de los distintos contextos donde me desenvolvía, a través de procesos de escucha y reflexión constantes que me permitieron ir rumiandolas cosas, para escribirlas y divulgarlas en SIC como plataforma. 

Más adelante, cuando fundo el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS, por sus siglas en inglés) de Venezuela, comienzo a escribir sobre temas de migración, refugio, Iglesia y derechos humanos, que vienen a constituirse como la constante temática más importante de mi acción social y pastoral en estos últimos años. En ese contexto, cuando me proponen la dirección de la revista SIC, yo la asumo con gran alegría, pero también con temor. Con alegría porque la revista SIC fue una escuela de formación para mí, era como ver materializado frente a mis ojos un gran sueño, pero al mismo tiempo con temor por la responsabilidad que este cargo implicaría. 

Venezuela entraba en una situación muy difícil (2014-2020) y dirigir una plataforma como la revista SIC, con tantos años de trayectoria, para reflexionar sobre la complejidad del contexto nacional y generar una palabra de esperanza para la gente, en medio de las circunstancias que se vivían, era algo de mucho peso. No obstante, fue una experiencia de mucho aprendizaje, puesto que en el ejercicio de “pensar al país posible”, era indispensable dialogar y conectar con los demás actores involucrados. Concebir a SIC como una comunidad de solidaridad, me permitió ponerme en contacto con una buena cantidad de actores y profesionales que quieren aportar al país, y eso también a uno le da esperanza ¿no?, porque descubres que en medio de todo esto hay mucha gente apostando por la reconstrucción de Venezuela, gente de buena voluntad que, aunque está fragmentada y dispersa, genera espacios de encuentro en la revista SIC, cargados de conversaciones edificantes, que ayudan no sólo a crecer profesional y vocacionalmente, sino a pensar un país y construir esperanza.

Más adelante, cuando me fui para La Vega (parte alta), como párroco designado, para compartir la vida allí y tener un aporte específico desde los pobres, desde donde vive la gente que está padeciendo más esta realidad, me di cuenta que repensar la realidad desde allí es bien interesante, pero además necesario. La riqueza del pensamiento surge de las conversaciones y la convivencia con la gente. Recuerdo que me decían: –“Padre, usted es de los nuestros, usted es nuestra voz”, pero yo no he hecho otra cosa que pensar las preguntas que me hacen, de repensar sus reflexiones y ser altoparlante de las mismas, poniendo siempre a la revista SIC como una plataforma al servicio de ellos… 

Con esto quiero decir que yo no podría comprender mi formación y trayectoria existencial vital sin la revista SIC en medio.

–¿Cuáles son los principales desafíos que Venezuela presenta como provincia jesuita?

–Yo creo que uno de esos desafíos tiene que ver con una parábola que evidencié, estando de misión en Angola: los árboles que se mantienen en medio de la tormenta son los árboles que tienen raíces profundas y que, aunque maltratados, se mantienen de pie porque fueron capaces de leer el tiempo y supieron afrontar, con flexibilidad, los vientos. Las raíces, en la experiencia del jesuita y del apostolado de la Compañía, es todo lo que tiene que ver con la espiritualidad. La contemplación de Cristo que nos revelan los Evangelios nos hace un llamado a seguir a Jesús y tener una correlación con él, pero esa relación debe estar situada en este contexto, y en ese sentido tengo que discernir qué implica seguir a Jesús hoy, y creo que seguir a Jesús hoy, dentro del carisma ignaciano es un gran desafío. Uno que pasa por la reconciliación y esto significa que, en nuestro país, por muchas razones –entre ellas la polarización política que ha afectado familias, grupos, comunidades religiosas, la Iglesia y otros– hay muchas heridas por sanar. El reto es apostar por el reencuentro desde el amor. Y amar implica apostar por el otro, por la convivencia con el otro, reconociendo su existencia y entendiendo la unidad en la pluralidad; es decir, asumiendo la pluralidad no como una amenaza a la unidad, sino como un horizonte. La unidad no es tanto una cosahomogénea, sino algointerrelacionado, interconectado, simbiótico, recíproco…

Crédito: Jesús Montilla Arellano

Venezuela está fragmentada, está herida; somos un país en duelo. Y los duelos hay que procesarlos también…

Por otra parte, a nivel económico hay una gran desigualdad. Para ello, tenemos que plantearnos el tema de la justicia socioeconómica, de la justicia ante la ley, pero más allá, nos toca sanar los corazones de las personas. No basta el restablecimiento de las instituciones y de la justicia, que es necesaria, hay una tarea de largo aliento que es de sanación, de reconciliación y pasa por el restablecimiento de la confianza.

El gran desafío es atender la emergencia humanitaria compleja en su totalidad, que se expresa en un deterioro y una crisis económica, pero también en una desigualdad socioeconómica y sociocultural aún más grave. Existe toda una serie de elementos estructurales de tipo económico, político, social y cultural por atender; una crisis sistémica de derechos humanos que ha hecho mucho daño personal y socialmente. Se trata de un daño antropológico tal que, desde la perspectiva teológica-espiritual, podría decirse que la mayor crisis que atraviesa hoy el país es espiritual; una crisis de confianza que se nos presenta también como la oportunidad para repensarnos como sociedad y para que surja un nuevo sujeto.

Así, la crisis no sólo es un desafío, sino también un llamado de esperanza. Para repensarnos personalmente, como comunidad y como país, pero recuperando la confianza de nuestra población. 

Y, como la Compañía de Jesús es parte de la Iglesia, y la Iglesia es madre, y la madre acompaña, estamos llamados en este momento, sin dejar de atender la dimensión económica, a atender esa crisis de confianza. Tenemos que plantearnos cómo rehacer el país responsablemente.

–Alfredo Infante el párroco ¿qué tiene que decirle a Alfredo Infante el provincial?

–El Alfredo párroco le dice al Alfredo Infante provincial que ore mucho. Como decía Pedro Arrupe, s.j. en su “Canto del Cisne” (Bangok, 1981): Recen. Recen mucho. Los esfuerzos humanos no resuelven problemas como estos… necesitamos el auxilio del Señor

Le diría también que no se olvide de la cercanía con la gente, de escucharles, porque un gobierno sordo hace mucho daño. También que apueste por sanar heridas, por reconciliar, por perdonar, que siga apostando por la gente. 

Una obra de Dios, como lo es la Compañía de Jesús, no se puede gobernar si no se es discípulo, si no se escucha la palabra de Dios, si no se discierne la realidad

Y le recordaría que los gobiernos son transitorios, pero que la misión que el Señor nos encomienda hoy en Venezuela es un camino a largo plazo, de largo aliento, por tanto, que trabaje en aquellas cosas que realmente sean fecundas más que exitosas, y esa diferencia me parece importante precisarla. Se trata de dos paradigmas: uno es el del éxito y el otro radica en la fecundidad, es decir, el paradigma cristiano, por eso Jesús insiste en que, si el grano de trigo no muere, no da fruto. Visto así, el grano de trigo que quiere ser exitoso y conservarse, pues no trasciende. Entonces, le diría también que apueste por la fecundidad, por esos procesos de aprendizaje que generan humanidad. 

Y, por último, que recuerde que una obra de Dios, como lo es la Compañía de Jesús, no se puede gobernar si no se es discípulo, si no se escucha la palabra de Dios, si no se discierne la realidad. 

Reconociendo mis limitaciones, yo asumo esta responsabilidad con profundo agradecimiento y deseo de servir. Pido las oraciones de nuestra gente, para que en todo momento me sostengan e impulsen también.

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