XXXI Aniversario de la muerte trágica del obispo guatemalteco 31 años sin Gerardi

31 años sin Gerardi
31 años sin Gerardi

Este 26 de abril se cumplen 31 años de la muerte trágica del obispo guatemalteco, defensor de los derechos humanos, Juan Gerardi, asesinado en la capital guatemalteca en 1988

Fue asesinado a golpes en la cabeza el 26 de abril de 2008, dos días después de que hubiera presentado el informe de la Iglesia Católica sobre violaciones de derechos humanos cometidas durante el conflicto armado (1960-1996)

Mons. Juan José Gerardi nació en ciudad de Guatemala el 27 de diciembre de 1922. Fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1946, en la Catedral Metropolitana de la ciudad de Guatemala. Fue párroco en varias parroquias hasta el año 1967, cuando Pablo VI lo nombra Obispo de la Diócesis de La Verapaz.

Su lema episcopal fue “Constituido al servicio de Dios a favor de todos”. Tomó posesión de su Diócesis el 11 de agosto de ese mismo año; en septiembre de 1974 fue elegido tercer Obispo de la Diócesis de Santa Cruz del Quiché.

Su participación en la vida de la Iglesia en Guatemala fue siempre muy activa; era sumamente apreciado y querido entre el clero y los obispos, de forma que desde 1972 fue elegido para el cargo de Presidente de la Conferencia Episcopal (CEG) por dos períodos consecutivos, 1972-1974, y luego, 1974-1976; repetirá de nuevo este cargo, de 1980 a 1982, al que renunció por encontrarse en el exilio. En 1974 la Conferencia Episcopal lo eligió como delegado al Sínodo de los Obispos, que se celebró en Roma sobre el tema de la Evangelización.

Monseñor Juan José Gerardi fue asesinado a golpes en la cabeza el 26 de abril de 2008, dos días después de que hubiera presentado el informe de la Iglesia Católica sobre violaciones de derechos humanos cometidas durante el conflicto armado (1960-1996).

Como coordinador de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG), Mons. Gerardi fue el impulsor del proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI). Basado en el estudio de más de 55,000 violaciones de derechos humanos perpetradas durante los 36 años del conflicto, el informe estableció que la gran mayoría de las violaciones fue a mano del ejército y sus auxiliares civiles.

Testigos de la fe por la Paz

Obispo del Quiché

Poco después del Sínodo fue trasladado al Quiché, una realidad nueva, también indígena; con pocos agentes de pastoral. En esta Diócesis también ejerció su ministerio en un territorio muy extenso, difícil y diversificado, en años en los que la situación de la violencia crecía considerablemente.

El Quiché era una Diócesis reciente, creada en 1967, con poco clero autóctono; todo el trabajo pastoral desde 1955 fue configurado según el hacer propio de los Misioneros del Sagrado Corazón, que trabajaron denodadamente en la evangelización, la promoción religiosa, social, económica y cultural del pueblo.

La Diócesis contaba con un contingente grande de catequistas en cada parroquia, sumamente disponibles y generosos; verdaderos hombres de fe, con sabiduría y probados en todo.

En 1976 fue asesinado el P. Guillermo Woods, encar­gado de las cooperativas en la región del Ixcán Grande, norte del departamento. Su avioneta cayó cerca de San Juan Cotzal (Quiché), en un accidente difícil de entender únicamente como un accidente casual.

Este fue uno de los signos más claros y el inicio de una sistemática persecución contra la Iglesia. Progresivamente las acciones violentas de diversa índole se fueron entrecruzando en un departamento donde el accionar del Ejército contra los grupos guerrilleros fue recrudeciendo.

El 4 de junio de 1980 fue asesinado el Padre José María Gran en Chajul (Quiché), MSC, junto con su sacristán, Domingo del Barrio Batz, cuando regresaban de una gira misionera, de las que acostumbraban frecuentemente, por las aldeas de la parroquia.

A los pocos días de estos hechos violentos y de dolor para la Diócesis del Quiché, se conoce el atentado planificado contra el mismo Obispo, Monseñor Juan Gerardi; los catequistas del pueblo de San Antonio Ilotenango, donde el Obispo debía ir a celebrar una Santa Misa de primeras comuniones, avisaron, y el hecho trágico, afortunadamente no se consumó. El Obispo se ve obligado a salir temporalmente de la diócesis el 20 de julio, como signo de denuncia de los hechos que se venían dando contra la Iglesia.

En agosto de 1984 fue nombrado Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Guatemala y encargado de la pastoral social.

Nunca más

Defensor de los perseguidos

“El sufrimiento de Cristo en su cuerpo místico es algo que nos debe hacer reflexionar. Es decir, si el pobre está fuera de nuestra vida, entonces quizás, Jesús está fuera de nuestra vida” (Juan Gerardi, 10 de marzo de 1998)

Una vez nombrado Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Guatemala, se comprometió de diversas maneras en la animación pastoral de la misma; participó en el Sínodo Arquidiocesano, pero sobre todo llevó adelante la creación y coordinación de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (1989), que durante varios años ha venido trabajando en beneficio de las víctimas de la violencia en Guatemala, y en la promoción y defensa de los Derechos Humanos.

Como fue Monseñor Gerardi

Pastor bueno y fiel. Obispo como era, y que lo reconocían como “pastor bueno y fiel”, asumió en su vida la causa de Jesús y como Iglesia, trabajó siempre para superar divisiones y enfrentamientos; quería para Guatemala una gran comunidad de pueblos reconciliados.

Sabía escuchar. Ciertamente, nos ha enseñado a vivir desde nuestras raíces; escuchaba, en situaciones en las que pocos parecen querer ya aprender lecciones, sino más bien darlas. No se clasificaba entre los hombres intelectuales, dedicados pacientemente a la investigación; no producía mucho, escribía más bien poco; pero sí era perspicaz, intuitivo, práctico, atento, con capacidad de escucha para saber discernir y decidir acertadamente. Son características las imágenes suyas en el gesto del hombre que escucha, que acepta al otro, que entra dentro de su pensamiento.

Sueños no realizados

Precisamente en los sueños de felicidad frustrados de las víctimas se encuentra una ignorada fuente de esperanza: por no haber sido realizados esos sueños encuentran su realización pendiente. Recordar esos sueños tiene la función política de ayudar a transformar este país que sigue presentando heridas sangrantes por todos lados.

Ese legado inconcluso que dejó Gerardi es el sueño de un país distinto, reconciliado consigo mismo, en el que los ideales de verdad y justicia sean actuales. Recordar estos sueños puede aportar algo para ver el presente con otra luz y pensar, de nuevo, en un futuro distinto.

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