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El resumen 2025 de RD

Guatemala: Instituciones, presupuesto y futuro democrático; la bisagra del 2026

Parte III: Estado capturado, justicia postergada y democracia en disputa

Nada está garantizado, pero todo está en disputa: En el núcleo decisivo del poder político-institucional se define si el Estado seguirá administrando la herida o si existen márgenes reales para transformar las causas

Bandera de Guatemala
Bandera de Guatemala
Víctor M. Ruano P. Pbro. Diócesis de Jutiapa
30 dic 2025 - 18:02

Si la Parte I mostró el marco estructural y la Parte II evidenció sus efectos sociales, esta tercera parte se sitúa en el núcleo decisivo del poder político-institucional. Aquí se define si el Estado seguirá administrando la herida o si existen márgenes reales para transformar las causas. El Presupuesto 2026 y las elecciones de segundo grado no son asuntos técnicos ni administrativos: son los mecanismos a través de los cuales se reproduce o se disputa la captura del Estado. En ellos se juega el futuro inmediato de la democracia guatemalteca.

El Presupuesto General de la Nación 2026: gobernar la escasez, proteger privilegios

La aprobación del Presupuesto General de la Nación 2026 constituye uno de los actos políticos más reveladores del modelo de gobernabilidad que Guatemala consolida en la antesala del 2026. No se trata únicamente de un debate técnico sobre montos y asignaciones, sino de una decisión profundamente política y éticamente cargada, que define quiénes importan, quiénes esperan y quiénes continúan siendo sacrificables en nombre de la estabilidad.

Presupuestos
Presupuestos

El proceso de aprobación —marcado por negociaciones opacas, acuerdos extraparlamentarios y una deliberación pública debilitada— no solo erosiona la legitimidad democrática del presupuesto, sino que confirma la captura del instrumento fiscal más importante del Estado. En un país con una de las cargas tributarias más bajas y regresivas de la región, el presupuesto no redistribuye desigualdad: la administra.

Particularmente preocupante es la asignación significativa de recursos a los Consejos Comunitarios de Desarrollo (COCODES) sin mecanismos robustos, independientes y vinculantes de fiscalización y rendición de cuentas. El problema no reside en la organización comunitaria en sí misma —históricamente una de las pocas formas de articulación territorial—, sino en su instrumentalización clientelar desde arriba. Fragmentar el gasto, diluir responsabilidades y debilitar los controles no fortalece la participación; legaliza la opacidad y descentraliza la corrupción.

Este diseño presupuestario produce varios efectos convergentes: dificulta auditorías integrales, desdibuja responsabilidades políticas y convierte el gasto público en moneda de intercambio territorial. En términos éticos, se normaliza una práctica perversa: el Estado aparenta cercanía con las comunidades mientras renuncia deliberadamente a garantizar justicia social estructural. En términos políticos, el presupuesto no solo financia políticas; condiciona lealtades, prepara el terreno electoral y limita cualquier intento posterior de reforma profunda; y sobre todo aceita la corrupción a niveles escandalosos.

Más grave aún es lo que el presupuesto no hace. No enfrenta la raíz fiscal del problema: la evasión, la elusión, los privilegios tributarios y la ausencia de una reforma progresiva que permita financiar derechos. Sin este giro estructural, todo presupuesto —por voluminoso que parezca— termina gobernando la escasez para las mayorías y protegiendo la abundancia de unos pocos. No es falta de recursos; es decisión política.

Así, el Presupuesto 2026 no puede leerse como un instrumento neutro. Es parte de una arquitectura de poder que contiene el malestar social sin transformar sus causas, que distribuye fondos sin redistribuir poder y que posterga, una vez más, la justicia fiscal como condición de la democracia.

La macroeconomía resiste, pero la vida cotidiana no

Esto da origen a la realidad de un perverso fenómeno, que podemos definir así: Crecer sin desarrollar, que es la trampa de la estabilidad aparente. Lo cual significa que el crecimiento económico y el récord de remesas conviven con desigualdad persistente. La macroeconomía resiste, pero la vida cotidiana no. Sin reforma agraria mínima, política industrial inclusiva y fiscalidad progresiva, Guatemala crece sin cambiar. La profecía denuncia lo que el dato no dice: cuando el crecimiento no reduce la exclusión, la paz es ficticia.

Elecciones de segundo grado 2026: la bisagra del régimen político

Las elecciones de segundo grado previstas para 2026 —Corte de Constitucionalidad, Tribunal Supremo Electoral, Contraloría General de Cuentas, autoridades universitarias en la Universidad de San Carlos y, de manera decisiva, el Ministerio Público— representan mucho más que un relevo institucional. Constituyen la verdadera bisagra del régimen político guatemalteco: de su desenlace dependerá si el Estado recupera capacidad de arbitraje democrático o si se consolida definitivamente la captura institucional.

Elecciones de segundo grado 2026
Elecciones de segundo grado 2026

En Guatemala, la legalidad procedimental ha sido utilizada reiteradamente para producir resultados formalmente válidos, pero políticamente ilegítimos. Comisiones de postulación débiles, partidos transaccionales, pactos opacos y presiones externas han convertido estos procesos en espacios donde el poder real define, por anticipado, los márgenes de lo posible. La elección no es entre legalidad e ilegalidad, sino entre instituciones al servicio del bien común o del encubrimiento estructural.

El riesgo central no es abstracto: un sistema de justicia cooptado vuelve reversibles todas las reformas, tal como sucedió con la extinta Comisión Internacional Contra la Impunidad, CICIG, neutraliza la fiscalización del gasto público, protege redes de corrupción y criminaliza selectivamente a quienes incomodan al poder. Sin independencia judicial, el presupuesto se vuelve intocable, la corrupción se normaliza y la democracia se vacía de contenido sustantivo.

La debilidad del sistema de partidos agrava este escenario. Partidos personalistas, sin proyecto programático ni arraigo social, facilitan la captura de los procesos de elección de segundo grado. La representación política deja de ser mediación democrática y se convierte en correa de transmisión de intereses económicos y corporativos. En este contexto, hablar de elecciones libres sin instituciones autónomas es una ficción peligrosa.

Por ello, las elecciones de segundo grado no pueden tratarse como un asunto técnico ni corporativo. Son un acto fundacional del orden democrático. De su transparencia, independencia y escrutinio público dependerá si Guatemala avanza hacia un Estado que garantice derechos o si profundiza un modelo donde la ley se utiliza para blindar privilegios y castigar disidencias.

Aquí, la responsabilidad es compartida pero diferenciada: del Congreso que nombra, del Ejecutivo que influye o calla, del sector empresarial que presiona, del sistema de justicia que se juega su credibilidad, de la comunidad internacional que observa —o mira hacia otro lado— y, de manera crucial, de una ciudadanía que debe decidir si acepta pasivamente la captura o ejerce vigilancia activa y organizada.

Presupuesto 2026 y elecciones de segundo grado no son capítulos separados: forman una misma trama.

El presupuesto financia la arquitectura del poder; las elecciones de segundo grado la blindan o la desmantelan. Entender esta conexión es indispensable para comprender lo que realmente está en juego en Guatemala hacia el 2026.

Una clave ética internacional: la Jornada Mundial de la Paz

El Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del papa León XIV ofrece un marco ético-político de alto valor para leer esta coyuntura. Su llamado a una paz desarmada y desarmante cuestiona la seguridad sin justicia, el orden sin derechos y la neutralidad frente a la injusticia estructural; también cuestiona el rol del Imperio norteamericano en su afán por la seguridad y militarización, sin justicia y desarrollo humano integral.

León XIV
León XIV

Aplicado a Guatemala, el mensaje es inequívoco: no hay paz posible cuando la ley se usa contra los pobres, cuando el presupuesto financia redes clientelares, cuando el Estado de excepción sustituye al derecho, cuando el salario mínimo resulta un engaño para los excluidos. La opción por los pobres no es retórica moral; es criterio para evaluar presupuestos, políticas públicas y decisiones institucionales.

Un camino posible: gobernar con justicia, no administrar la herida

Si Guatemala quiere salir del círculo vicioso de violencia, pobreza y desconfianza institucional, debe asumir una verdad incómoda: no basta con reaccionar ante las crisis; es necesario gobernar sus causas. Esto exige una reconfiguración profunda de responsabilidades, prácticas y prioridades, donde cada actor asuma su papel histórico y ético. No se trata de buenas intenciones, sino de decisiones políticas concretas.

El Estado, empezando por el Ejecutivo y sus entidades técnicas, tiene una deuda impostergable con el territorio y con el mundo del trabajo y de los trabajadores, con los pueblos Mayas, Garífuna, Xinka y mestizo, los defensores de la democracia y de la independencia judicial, de los Derechos Humanos y de los territorios. No habrá paz ni gobernabilidad mientras persistan conflictos limítrofes irresueltos durante más de un siglo y desalojo violento de comunidades de sus territorios ancestrales, ni mientras el salario mínimo sea una cifra en el papel y no un derecho efectivo en la vida cotidiana. Gobernar implica trazar límites claros, mediar con autoridad legítima y garantizar certeza jurídica. Implica también fortalecer la inspección laboral, combatir la informalidad y sancionar con firmeza a quienes incumplen la ley. Un Estado que no protege el trabajo digno ni la tierra de quienes la habitan renuncia a su razón de ser.

El Congreso de la República no puede seguir siendo un antro de la corrupción ni espectador funcional del deterioro institucional ni espacio para la mediocridad en la elaboración de Leyes y el clientelismo al servicio de sus financistas de campañas. Su responsabilidad es crear marcos legales que prevengan la violencia, no que la legitimen a posteriori. Esto supone leyes que obliguen a la mediación previa en conflictos territoriales y agrarios, que fortalezcan la inspección laboral y que reformen radicalmente los procesos de elección de segundo grado contra la captura del Estado por redes político-económicas ilícitas. Cuando el Legislativo abdica de su función, el costo lo pagan los pobres, no los pactos de élite.

El sistema de justicia enfrenta una prueba histórica. La Corte de Constitucionalidad, la Corte Suprema de Justicia y todo el Organismo Judicial, y el Ministerio Público deben decidir si serán árbitros del orden democrático o instrumentos serviles del poder de turno. La independencia judicial no es un discurso; es una práctica que se demuestra investigando la corrupción estructural, protegiendo a operadores de justicia y priorizando los conflictos que desgarran al país: tierra, trabajo, violencia y despojo. Sin justicia creíble, cualquier política social es frágil y cualquier elección es vulnerable.

El sector empresarial debe abandonar la lógica de la resistencia permanente y asumir su corresponsabilidad en la cohesión social y en la inversión a gran escala en todo el país. Trasladar los costos del salario mínimo a los precios, precarizar el empleo o alimentar la informalidad, atesorar sus ganancias en la banca española o en cualquier país europeo puede ser rentable a corto plazo, pero es socialmente suicida. Un empresariado que apuesta por la productividad, la formalización y el diálogo social genuino contribuye a la estabilidad real del país. La competitividad no se construye empobreciendo a quienes trabajan, sino dignificando el trabajo.

Iglesias y comunidades de fe
Iglesias y comunidades de fe

Las Iglesias y las comunidades de fe están llamadas a recuperar con valentía su voz profética. No como actor partidario, sino como conciencia crítica de la nación. Defender la vida, la tierra y el trabajo digno no es ideología; es fidelidad al Evangelio y al clamor de los pobres. La mediación comunitaria, el acompañamiento a víctimas de despojo y la formación ética y ciudadana son aportes irrenunciables en un país donde la violencia se ha normalizado y la esperanza se ha vuelto frágil.

La academia y los medios de comunicación tienen la tarea de romper la pedagogía del miedo y del cinismo. Investigar con independencia, explicar con claridad y denunciar sin sensacionalismo es una forma concreta de servicio público. Cuando el conocimiento se pone al servicio de la verdad y no del poder corrupto e impune, se fortalece la ciudadanía y se amplía el horizonte democrático. En este punto es clave el rol de la Universidad de San Carlos, liberándola de las mafias que la han secuestrado en los últimos años hasta el presente. Se debe alentar y favorecer el periodismo independiente y romper el monopolio de los grandes medios.

La comunidad internacional, por su parte, no puede limitarse a declaraciones diplomáticas. Su acompañamiento técnico y político debe estar vinculado a condicionalidades democráticas claras, especialmente en los procesos de elección de autoridades clave. La observación activa y la protección a defensores de derechos humanos no son injerencia; son corresponsabilidad frente a un Estado frágil. La Estrategia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos tendrá un impacto negativo para los migrantes y la ciudadanía, la democracia y el desarrollo integral de los pueblos. 

Pero ningún cambio será duradero si no se reconoce el protagonismo de las mujeres, los jóvenes, los pueblos originarios, los movimientos populares, sindicales y la sociedad civil organizada. No como beneficiarios pasivos, sino como sujeto histórico del cambio. La defensa de la democracia, del territorio, del trabajo y de la vida digna se ha sostenido, en los momentos más oscuros, desde abajo. La organización comunitaria, la acción no violenta, la incidencia sostenida y la construcción de economías solidarias han demostrado que el poder no reside solo en las instituciones, sino en la ciudadanía consciente y organizada.

Congreso de Guatemala
Congreso de Guatemala

Escenarios posibles hacia 2026

Escenario 1: Continuidad del modelo capturado. El presupuesto opaco, la cooptación institucional y la administración de la violencia se consolidan. Las elecciones de segundo grado refuerzan la captura del sistema de justicia. El país mantiene estabilidad aparente, sostenida por remesas y control territorial, pero profundiza su fragilidad democrática.

Escenario 2: Transición controlada y reformas limitadas. Se introducen ajustes parciales para reducir tensiones sociales y recuperar legitimidad mínima. Hay mejoras técnicas, pero sin tocar los núcleos de poder económico y político. La conflictividad disminuye, pero las causas estructurales permanecen intactas.

Escenario 3: Ruptura democrática desde la presión social. La movilización ciudadana, el escrutinio internacional y la articulación de actores sociales logran frenar la captura institucional. Se abren procesos reales de reforma en justicia, fiscalidad y gobernanza territorial. Es el escenario más difícil, pero el único que permitiría una transformación sostenible.

Conclusión: El 2026 como umbral histórico

El 2026 no será un año más en la secuencia de crisis acumuladas de Guatemala. Es un umbral histórico donde convergen decisiones fiscales, institucionales y éticas que pueden sellar la captura del Estado o abrir fisuras para su recuperación democrática. El presupuesto define prioridades; las elecciones de segundo grado blindan o desmontan el poder; la presión social y ética determina si la democracia será procedimiento vacío o proyecto de justicia. Nada está garantizado, pero todo está en disputa.

Conclusión general: 2026, entre administrar la herida o transformar las causas

Guatemala llega al 2026 ante una disyuntiva histórica que ya no admite ambigüedades. El país puede seguir administrando la herida —gestionando la conflictividad, conteniendo el malestar y normalizando la exclusión— o puede atreverse a transformar las causas estructurales que producen violencia, pobreza y captura institucional. No se trata de un dilema técnico; es una decisión profundamente política y ética.

Guatemala, futuro incierto
Guatemala, futuro incierto

Los hechos analizados convergen con claridad: Injerensismo norteamericano velando exclusivamente por sus intereses de seguridad y soslayando los desafíos del desarrollo humano integral y sostenible para el país; un presupuesto que gobierna la escasez y protege privilegios; un salario mínimo limitado por la informalidad y el veto empresarial; desalojos que aplican la ley sin justicia; conflictos territoriales gestionados con fuerza y no con derecho; y elecciones de segundo grado que pueden sellar la independencia institucional o consagrar su captura definitiva. Nada de esto es accidental. Responde a un modelo de poder que prefiere la estabilidad aparente a la justicia real y al cambio de sistema que garantice la construcción de una nación distinta y mejor.

El problema de Guatemala no es la falta de diagnósticos ni de capacidades técnicas. El país sabe qué le duele y por qué. Lo que ha faltado —y sigue faltando— es voluntad política para confrontar los intereses que se benefician del caos administrado. Cuando somos el “patio trasero” de los Estados Unidos, cuando el Estado es selectivo en su fortaleza, cuando la ley protege a los poderosos y castiga a los pobres, cuando la democracia se reduce a procedimiento y no a garantía de derechos, estamos ante una crisis ética del poder, no ante una simple falla administrativa.

Las elecciones de segundo grado de 2026 marcarán un punto de inflexión. De su transparencia y autonomía dependerá si la justicia recupera credibilidad o si se convierte definitivamente en instrumento de encubrimiento y al servicio del régimen de corrupción e impunidad. Pero ninguna institución se salvará sola. Sin presión social organizada, sin vigilancia ciudadana sostenida y sin una comunidad internacional coherente con sus discursos democráticos, la captura avanzará por inercia.

La esperanza no reside en un decreto ni en un indicador macroeconómico. Reside en la capacidad de los pueblos, las comunidades, los trabajadores y la ciudadanía organizada para exigir un Estado que gobierne con justicia y no solo con fuerza. Reside también en la valentía de quienes, desde dentro de las instituciones, decidan servir al bien común y no a los pactos de impunidad.

Guatemala
Guatemala

Guatemala no necesita más estados de excepción ni más estabilidad ficticia. Necesita una ética del gobierno que ponga la vida en el centro, que redistribuya poder y recursos, que dignifique el trabajo y que reconozca el territorio como derecho y no como botín. Solo entonces la profecía dejará de ser denuncia y podrá convertirse en esperanza histórica con rostro de pueblo que camina hacia los cielos nuevos y la tierra nueva.

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