Lucas Schaerer: "Sirviendo en nochebuena, me tocó la mesa 33; la edad de Cristo. Era mi noche bendecida"
Dentro del Santuario popular de San Cayetano, en el barrio periférico de Liniers, Buenos Aires, se dispusieron largas filas de mesas para cenar y compartir. El periodista Lucas Schaerer fue uno de los servidores. Contó su experiencia
Fui el último de los servidores en ser anotado y ser enviado. Me tocó la mesa 33: la edad de Cristo y delante de la imagen del Santo patrono del pan y el trabajo. A su lado los guardianes de santidad: San Cura Brochero (el cordobés de traslasierra a mula), la santa laica y jesuita, Mama Antula (en quichua), y Ceferino Namuncurá, el nativo mapuche de la Patagonia. Era mi noche bendecida. Fui mozo. Sólo de bebidas. Traía del otro lado del Santuario, donde siempre se da el agua bendita, justo al lado del nuevo local de la santería.
Los "aguateros" del Sanca, o servidores de bebidas, llevábamos una cartulina tamaño color verde en el pecho. Aquellos de comida color rosa. Allí estaba escrito nuestros nombres. Lo agujeré bastante. Mi torpeza y el alfiler no se entendieron.
En las mesas se dividían por un centro de mesa con el número, del lado izquierdo, pegado a la puerta de entrada, estaba Martin, un muchacho quizás un poco más joven que yo con su octavo año siendo servidor. Se acompañan con su madre. Del otro Rubén. Estaba emocionado: “El Padre Lucas me dejó en la puerta para recibir a la gente”, reveló este servidor de porte, laburante, que también debutó en el servicio y estaba conmovido con los ojos vidriosos por estar sirviendo a los descartados dentro del Santuario del pueblo pobre-trabajador. Me pidió una selfie. No tengo su contacto. Ojalá lea este artículo.
Mi compañera de mesa era Gisela. También su debut sirviendo. Se encargó de traer la comida desde la sacristía. Excepto cuando se fue a jugar con los niños. Tenían un sector para divertirse. La “moza” de la mesa colindante una atea. Malena me respondió: “Vine a vivir una Navidad distinta”. No se hacía la señal de la Cruz. Servía sin ser católica. Le gusta hacer fotos. Las compartía con sus amistades. Una piba de unos treinta o menos.
La entrada empanadas. El segundo plato fue pollo a la parrilla y tortilla de huevo con papas. Luego lo dulce. Exquisito: pan dulce, confites de chocolates, y demás. Sin alcohol. Agua, gaseosas, y agua saborizada.
Me tocaron personajes: el grandote filósofo de dos Rosarios al pecho, charleta y alegre. Un padre de familia con tres niños. Bolivianos. Un morocho, de la localidad de Moreno, que me mató con la pregunta y afirmación: “no existe la identidad argentina, nuestra Nación, ¿nuestra raza argentina cuál es?
Parados, casi siempre, moviéndonos para servir. Me tocaron personajes: el grandote filósofo de dos Rosarios al pecho, charleta y alegre. Un padre de familia con tres niños. Bolivianos. Un morocho, de la localidad de Moreno, que me mató con la pregunta y afirmación: “no existe la identidad argentina, nuestra Nación, ¿nuestra raza argentina cuál es?” Al otro día, el 25, almorzaba en la Catedral de la diócesis de Moreno.
Voló de espalda al piso una señora sentada en la larga cabecera de la mesa. La levanté. Pesaba poco. Sonreía. Estaba algo maquillada. Coqueta: “Decí que soy flaca, peso 50”. Era cierto sin embargo por alguna razón misteriosa se vencieron las patas de esa silla de plástico color negro. “Sólo me duele la nalga izquierda”. Gracias a Dios no fue nada grave. Estaba bien. Se reía de la caída. Fue lo más fuerte de la noche en cuanto algo violento.
El baile brotó. El trencito por todo el santuario. La iglesia que aman los trabajadores era una fiesta. Una chica alta, flaca, trans, bailaba en el altar con su vestido gris metalizado. En misa estaba con uno color rojo. Se fue a cambiar para la cena. Las mujeres bailaron todo y algunos muchachos más perfil borrachines pero desde sus lugares. Sin exponerse en el púlpito.
Haber vivido la misa con las mesas entre los bancos de la iglesia fue único. Los sacerdotes (Lucas, Guillermo, Federico y el diácono) temían a la lluvia por eso no fuimos al patio.
Bendiciones, bailes, alegrías cruzadas, servir, conversar y cenar con ellos, fue una noche única
Bendiciones, bailes, alegrías cruzadas, servir, conversar y cenar con ellos, fue una noche única. Casi sin cenar. Uno debía estar "pillo", que es activo, alegre para recibir y dar una mano. Había un obispo auxiliar. No se hizo alharaca de su presencia, de la autoridad eclesial, estaba como un cura más. A la salida él y el vicario del Santuario, Guillermo, daban un presente a los descartados. Otra caricia para los hermanos. Seríamos unos 60. Se levantó todo: Sillas, mesas, lo usado para cenar. Se barrió, pasó el trapo y se acomodaron los bancos. A las 8 de la mañana volvían las misas. Los sacerdotes duermen poco. Están felices. Están para el pueblo trabajador y excluido. Muchos laicos igual. Una iglesia para y con los pobres. Así recibimos el regalo de Dios, su hijo, Jesús.
