Luminosa invitación infantil a las letras, al teatro para todos y a la fiesta hispanoasturiana de los premios Princesa por Juan Mayorga. Luminosa invitación infantil a las letras, al teatro para todos y a la fiesta hispanoasturiana Princesa

PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS DE LAS LETRAS 2022

TRAYECTORIA

JuanAntonio Mayorga Ruano nació el 6 de abril de 1965 en Madrid. Estudió Filosofía y Matemáticas y amplió su formación filosófica en las universidades de Münster, Berlín y París. Se doctoró en 1997 con un trabajo sobre el pensamiento de Walter Benjamin. Previamente se había iniciado en talleres de escritura con Marco Antonio de la Parra y José Sanchís Sinisterra, y también había participado en cursos de la Royal Court Theatre International Summer School de Londres.

En 1989 publicó su primera obra dramática, Siete hombres buenos, que le valió un accésit del Premio Marqués de Bradomín del Instituto de la Juventud de España. Ha sido profesor de Dramaturgia y Filosofía en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid y dirigió el seminario «Memoria y Pensamiento en el Teatro Contemporáneo» en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). También ha sido profesor de Matemáticas en distintas universidades e institutos de enseñanza secundaria. Actualmente dirige el Teatro de La Abadía y el Corral de Comedias de Alcalá de Henares, y es director de la cátedra de Artes Escénicas y del Máster de Creación Teatral de la Universidad Carlos III (Madrid).

Reconocido como uno de los más destacados dramaturgos del panorama teatral actual, Mayorga fundó en 1993, junto con otros autores, el grupo de escritura teatral El Astillero y, un año después, se estrenó la primera adaptación de un texto suyo, Más ceniza (Premio Calderón de la Barca, 1992), dirigido por Adolfo Simón en la sala Cuarta Pared de Madrid. En 2011 fundó la compañía La Loca de la Casa, con la que puso en escena en 2012 su obra La lengua en pedazos. Con sus creaciones, en las que la crítica ha encontrado referencias al teatro de Tom Stoppard, David Hare o Harold Pinter, busca enfrentar al público con la realidad a través del conflicto, desafiando las convicciones, la sensibilidad y el punto de vista del espectador, sin eludir los asuntos de la actualidad política y social.

Entre sus primeras obras se encuentran El traductor de Blumemberg (1993), El sueño de Ginebra (1993), Cartas de amor a Stalin (1997), El jardín quemado (1999), La mujer de mi vida (1999) y El Gordo y el Flaco (2001). Su trayectoria creativa ha estado vinculada a la compañía Animalario y al también dramaturgo Andrés Lima. Con él escribió varias obras, como Alejandro y Ana. Lo que España no pudo ver del banquete de la boda de la hija del presidente (2002) –con la que Mayorga acuñó la expresión de «teatro histórico de urgencia»–, Últimas palabras de Copito de Nieve (2004) y Hamelin (2005), todas para Animalario. Otros textos suyos son El chico de la última fila (2006), La paz perpetua (2007), El cartógrafo (2009), Reikiavik (2012), El Golem (2015), El mago (2017) e Intensamente azules (2018), entre otros. En 2019 el Centro Dramático Nacional estrenó Shock 1 (El cóndor y el puma) y en 2021 hizo lo mismo con Shock 2 (La tormenta y la guerra), coescritas por Mayorga y Lima, Albert Boronat y Juan Cavestany, cercanas al llamado «teatro documental» de marcado carácter político y social y basadas en el libro La doctrina del shock de la escritora canadiense Naomi Klein. Su última obra es Silencio (2022), escrita a partir de su discurso de ingreso en la Real Academia. Mayorga también ha adaptado obras clásicas y ha sido traducido a más de treinta idiomas y representado en escenarios de todo el mundo. Ha reunido en Teatro 1989-2014 (2014) una gran parte de su obra escénica, en Teatro para minutos (2020) sus obras breves y en Elipses(2016) recoge los ensayos, conferencias y artículos escritos entre 1990 y 2016.

Miembro desde 2019 de la Real Academia Española (Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2000), es académico de número de la Real Academia de Doctores de España, socio de honor de la Real Sociedad Matemática Española y miembro del Comité Científico de la Biblioteca Nacional de España. Ha recibido, en España, el Premio Ojo Crítico de RNE (2000), el Telón de Chivas a las Artes Escénicas (2005), el Premio Nacional de Teatro (2007), el Premio Valle-Inclán (2009), el Nacional de Literatura Dramática (2013) y cinco premios Max de las Artes Escénicas. En 2016 le fue otorgado el Premio Europa Nuevas Realidades Teatrales.

ACTA DEL JURADO

Reunido en Oviedo el jurado del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2022, integrado por Xosé Ballesteros Rey, Xuan Bello Fernández, Blanca Berasátegui Garaizábal, Anna Caballé Masforroll, Gonzalo Celorio Blasco, Jesús García Calero, José Luis García Delgado, Pablo Gil Cuevas, Francisco Goyanes Martínez, Carmen Millán Grajales, Rosa Navarro Durán, Leonardo Padura Fuentes, Ana Santos Aramburo, Jaime Siles Ruiz, Diana Sorensen, Juan Villoro Ruiz, presidido por Santiago Muñoz Machado y actuando de secretario Sergio Vila-Sanjuán Robert, acuerda conceder el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2022 al dramaturgo español Juan Mayorga, por la enorme calidad, hondura crítica y compromiso intelectual de su obra: acción, emoción, poesía y pensamiento. Desde sus comienzos, Mayorga ha propuesto una formidable renovación de la escena teatral, dotándola de una preocupación filosófica y moral que interpela a nuestra sociedad, al concebir su trabajo como un teatro para el futuro y para la esencial dignidad del ser humano.

Oviedo, 1 de junio de 2022

DECLARACIONES

Declaraciones de Juan Mayorga tras la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2022.

“Siento una enorme gratitud hacia el jurado del Princesa de Asturias de las Letras por haberme concedido un premio que tanto excede a mis méritos. Pienso que no se me da por lo que he hecho, sino por lo que se espera que haga, y prometo trabajar a fin de merecerlo algún día. Para ello, insistiré en buscar esas fuerzas que el jurado ha querido ver en mi teatro: acción, emoción, poesía y pensamiento”.

Juan Mayorga
Madrid, 1 de junio de 2022

DISCURSO

Un lluvioso atardecer, mi hija Raquel, entonces muy pequeña, se acercó a sus hermanos, Miguel y Beatriz, que dibujaban en una hoja blanca.

- ¿Qué hacéis?
- Las letras
- ¿Todas?
- Todas.

Aquello fue un enorme descubrimiento para Raquel, quien no sabía leer pero sí que se escribe con letras y no imaginaba que no hubiese una cantidad infinita de ellas y menos que fuesen tan pocas. Ella ya había oído muchas palabras, y resultaba que todas podían hacerse con aquel puñado de signos. Por eso, miraba fascinada la hoja blanca, como si fuera un lugar mágico.

Y la verdad es que, si pensamos a fondo en ello, no dejará de parecernos cosa de magia que las letras, esos pocos dibujos, esos pocos sonidos, puedan tanto. Que puedan darnos tanta felicidad y hacernos tanto daño. Que puedan amenazar a una persona o enamorarla, unir a un pueblo o dividirlo, declarar una guerra o detenerla. Y que incluso se junten para formar esas frases de que solo los niños son capaces como “En la tripa de mamá viví en un castillo” o “¿Por qué las nubes se chocan todos los días con las montañas?”.

Los niños todavía saben que hay un vínculo entre las letras, el juego y el milagro. Lo que me transporta a aquella tarde anterior en que Beatriz, quien entonces aún no había aprendido a escribir, estuvo, sin embargo, haciéndolo largo rato y con honda seriedad sobre otra hoja blanca que luego enseñó a Miguel para preguntarle:

- ¿Qué he puesto?

Si hoy quiero explicarme mi relación con las letras, íntima y apasionada, tengo que evocar una casa, la de mi propia infancia, en que se leía en voz alta. Y después debo, cuanto antes, hablar de mi descubrimiento del escenario, que se me apareció como un lugar no menos mágico que a la pequeña Raquel aquella hoja marcada. También el escenario, tuviese el tamaño que tuviese, era un espacio infinito. En un escenario cabía el mundo. En un escenario cabíamos todos.

Así lo supe, inmediatamente, cuando fui por primera vez al teatro, gracias a que nos mandó hacerlo la profesora de Lengua y Literatura del instituto. Un poema sobre el misterio del tiempo, que es el gran misterio de la vida, Doña Rosita, la soltera, de Federico García Lorca, fue la primera obra a la que el asombrado muchacho asistió. Luego acudió a otras, ya sin que nadie se lo impusiese. Entre ellas, esa cuyo protagonista asegura que toda la vida es sueño, lo que el chico escuchó y el adulto escucha todavía como si el actor que lo interpretaba se lo revelase al oído, personalmente.

Recuerdo con gratitud cada una de las obras que vi y oí en mi adolescencia y la emoción que sentía al ir hacia los teatros. Yo había encontrado en ellos un lugar en que me respetaban -y no hay nada más atractivo para un adolescente que sentirse respetado-. La forma mayor del respeto es esperar algo bueno del otro, y yo iba hacia allí donde esperaban que me atreviese a escuchar, a pensar, a recordar, a imaginar.

Poco después empecé a escribir para esos sitios, los teatros, y creo que siempre lo he hecho teniendo presente a aquel chaval que encontró en ellos un lugar de respeto. He escrito siempre, en todo caso, para personas de las que espero mucho: espectadores que me acompañen con su pensamiento, con su memoria, con su imaginación.

Ustedes, espectadores, están siempre a mi lado, desde la primera palabra que pongo en la hoja blanca, aun desde antes de la primera palabra. Lo que decide a un autor a escribir

para el teatro, lo que distingue tan singular forma de escritura, es la voluntad de reunión. Los autores reunimos letras con el deseo de que un día unos actores se reúnan en torno a ellas y luego abran su reunión a la ciudad.

Entre todas las expresiones de la bella jerga teatral, mi favorita es “compañía”. Un amigo cuyo afán es la historia de las palabras me ha dicho que “compañía” nombraba, en su origen, a “los que comparten el pan”. Los que escribimos teatro lo hacemos, desde luego, para compartir con otros. Para compartir un tiempo, un espacio, una vocación de examinar la vida y, cuando lo hay, un pan.

Por eso, porque el teatro es compañía, son tantos los que hoy reciben conmigo este premio y lo agradecen a quienes nos lo otorgan. Este Premio de las Letras, además de con mi mujer, madre de mis hijos y dueña de mis nombres, lo recojo junto a las actrices, los directores, los escenógrafos, las figurinistas, los iluminadores, los músicos, las tramoyistas, los maquilladores, las productoras, las traductoras y cuantos compañeros y compañeras, en complicidad con ustedes, han dado vida a las mías, mis letras, en un escenario.

Precisamente ahora estamos en uno, hermoso y antiguo. ¿Cuántos personajes habrán pisado estas tablas antes que nosotros?

Entre ellos, doña Rosita, que vivió esperando. Y aquella criatura que despertaba unas veces en un palacio tratada como príncipe y otras en una gruta encadenada como fiera y llegó a no saber separar la vigilia y el sueño.

Tampoco el personaje que hoy pongo ante ustedes -para el que en esta ocasión no encontré otro intérprete dispuesto a representarlo-, tampoco él se siente seguro de no estar soñando. Después de verse acogido por gentes tan afectuosas como solo suele haber en los cuentos, ahora comparte escena con personas admirables en sus importantes empeños. Acercarse a ellas ya sería, sueño o no, un gran premio.

Quizá recuerde todo esto como sueño cuando, mañana, busque en una hoja blanca letras que, si me esfuerzo y tengo suerte, acaso una noche unos actores quieran pronunciar ante unos espectadores en un escenario en que quepa el mundo. Y quizá ellos, actores y espectadores, sepan mejor que yo qué habré puesto en la hoja.

Mañana buscaré esas letras. Hoy, en este precioso teatro de la preciosa Asturias, solo diré unas pocas más. Cuatro palabras.

De corazón, muchas gracias.

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