Qué-ismo retórico en El Quijote (reed. 2016)


¿Qué ...?, ¿Qué ...?, ¿Qué ...?, ¿Qué ...?

La serie de tres o más preguntas, directas o indirectas, exclamativas o no, con qué interrogativo, en la misma réplica de un mismo personaje, es un recurso retórico que encontramos cincuenta y cuatro veces en El Quijote.

Rico la observa en I.30.68 y piensa que en ese caso puede ser una imitación de las que le hace Calisto a Celestina en el acto VI de la tragicomedia, sin advertir la importancia de este recurso para caracterizar a ciertos personajes (don Quijote, Cardenio, Anselmo, Teresa Panza) en ciertas situaciones en el conjunto de la fábula:

«¿Dónde, cómo y cuándo hallaste a Dulcinea? ¿Qué hacía? ¿Qué le dijiste? ¿Qué te respondió? ¿Qué rostro hizo cuando leía mi carta? ¿Quién te la trasladó?»,

El Q.I.30.68.

He aquí, en su contexto vivamente emotivo, este quéismo retórico en boca de don Quijote:

68. —Echemos, Panza amigo, pelillos a la mar en esto de nuestras pendencias, y dime ahora, sin tener cuenta con enojo ni rencor alguno: ¿Dónde, cómo y cuándo hallaste a Dulcinea? ¿Qué hacía? ¿Qué le dijiste? ¿Qué te respondió? ¿Qué rostro hizo cuando leía mi carta? ¿Quién te la trasladó? Y todo aquello que vieres que en este caso es digno de saberse, de preguntarse y satisfacerse, sin que añadas o mientas por darme gusto, ni menos te acortes por no quitármele.

69. —Señor—respondió Sancho—, si va a decir la verdad, la carta no me la trasladó nadie, porque yo no llevé carta alguna.

70. —Así es como tú dices—dijo don Quijote—; porque el librillo de memoria donde yo la escribí le hallé en mi poder a cabo de dos días de tu partida, lo cual me causó grandísima pena, por no saber lo que habías tú de hacer cuando te vieses sin carta y creí siempre que te volvieras desde el lugar donde la echaras menos.


Conviene distinguir el qué-ismo retórico, que nos ocupa aquí, del queísmo sintáctico vicioso, que el DRAE define:

1. m. Gram. Empleo indebido de la conjunción que en lugar de la secuencia de que; p. ej., *Me da la sensación que no han venido.

m. quéismo De qué e -ismo.

1. m. Empleo frecuente de qué en frases interrogativas sucesivas.

qué Del lat. quid.

1. adj. interrog. Pregunta por la identidad de una o varias personas o cosas de un conjunto identificable. ¿A qué amigo hay que llamar? No sé qué vestidos de estos le gustarán.
2. adj. interrog. Pregunta por el tipo o la clase a que pertenecen una o varias personas o cosas. U. sin referencia deíctica ni anafórica. ¿Qué vino te gusta?

-ismo

Del lat. -ismus, y este del gr. -ισμός -ismós.

1. suf. Forma sustantivos que suelen significar 'doctrina', 'sistema', 'escuela' o 'movimiento'. Socialismo, platonismo, impresionismo.
2. suf. Forma sustantivos que significan 'actitud', 'tendencia' o 'cualidad'. Egoísmo, individualismo, puritanismo.
3. suf. Forma sustantivos que designan actividades deportivas. Atletismo, alpinismo.
4. suf. Forma sustantivos que designan términos científicos. Tropismo, astigmatismo.

Don Quijote se autorretrata con mucha frecuencia empleando esta figura retórica. La primera de ellas aparece en el contexto de una confidencia nocturna a Sancho, el testigo por antonomasia de sus aventuras, sobre lo que él cree haber sido una dulcísima aventura amorosa con la hija del señor del castillo, "la cual, vencida de su gentileza, se había enamorado dél y prometido que aquella noche, a furto de sus padres, vendría a yacer con él una buena pieza" (El Q.I.16.20)

La supuesta aventura amorosa en un supuesto castillo, - lugar privilegiado para un caballero andante, en una de cuyas alcobas cree don Quijote haber pasado la primera noche de amor de la segunda salida de su aldea con la supuesta hija del señor del castillo, ésta vez acompañado por un testigo fidedigno -, ha sido de hecho la caída por error, en su maltrecho lecho, de la amiga de un arriero, que esperaba impaciente su visita prometida, error que la hizo caer en el más "duro, estrecho, apocado y fementido" lecho del camaranchón de la venta.

Ésta era una moza asturiana que servía en la venta, "ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana. Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera" (El Q.I.16.01) :

"17. Había el arriero concertado con ella que aquella noche se refocilarían juntos, y ella le había dado su palabra de que, en estando sosegados los huéspedes y durmiendo sus amos, le iría a buscar y satisfacerle el gusto en cuanto le mandase. Y cuéntase desta buena moza que jamás dio semejantes palabras que no las cumpliese, aunque las diese en un monte y sin testigo alguno, porque presumía muy de hidalga, y no tenía por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la venta, porque decía ella que desgracias y malos sucesos la habían traído a aquel estado."

El Q.I.16.17.

He aquí el contraste entre la versión retórica de don Quijote y la prosaica de Sancho Panza

"2. —Sancho amigo, ¿duermes? ¿Duermes, amigo Sancho?
3. —¿Qué tengo de dormir, pesia a mí—respondió Sancho, lleno de pesadumbre y de despecho—, que no parece sino que todos los diablos han andado conmigo esta noche?
4. —Puédeslo creer ansí, sin duda—respondió don Quijote—; porque, o yo sé poco, o este castillo es encantado. Porque has de saber... Mas esto que ahora quiero decirte hasme de jurar que lo tendrás secreto hasta después de mi muerte.
5. —Sí juro—respondió Sancho.
6. —Dígolo—replicó don Quijote—, porque soy enemigo de que se quite la honra a nadie.
7. —Digo que sí juro—tornó a decir Sancho— que lo callaré hasta después de los días de vuestra merced, y plega a Dios que lo pueda descubrir mañana.
8. —¿Tan malas obras te hago, Sancho—respondió don Quijote—, que me querrías ver muerto con tanta brevedad?
9. —No es por eso —respondió Sancho—, sino porque soy enemigo de guardar mucho las cosas, y no querría que se me pudriesen de guardadas.
10. —Sea por lo que fuere—dijo don Quijote—; que más fío de tu amor y de tu cortesía; y así, has de saber que esta noche me ha sucedido una de las mas estrañas aventuras que yo sabré encarecer; y, por contártela en breve, sabrás que poco ha que a mí vino la hija del señor deste castillo, que es la más apuesta y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se puede hallar. ¿Qué te podría decir del adorno de su persona? ¿Qué de su gallardo entendimiento? ¿Qué de otras cosas ocultas, que, por guardar la fe que debo a mi señora Dulcinea del Toboso, dejaré pasar intactas y en silencio? Sólo te quiero decir que, envidioso el cielo de tanto bien como la ventura me había puesto en las manos, o quizá, y esto es lo más cierto, que, como tengo dicho, es encantado este castillo, al tiempo que yo estaba con ella en dulcísimos y amorosísimos coloquios, sin que yo la viese ni supiese por dónde venía, vino una mano pegada a algún brazo de algún descomunal gigante y asentóme una puñada en las quijadas, tal, que las tengo todas bañadas en sangre; y después me molió de tal suerte, que estoy peor que ayer cuando los gallegos, que, por demasías de Rocinante, nos hicieron el agravio que sabes. Por donde conjeturo que el tesoro de la fermosura desta doncella le debe de guardar algún encantado moro, y no debe de ser para mí.
11. —Ni para mí tampoco—respondió Sancho—; porque más de cuatrocientos moros me han aporreado a mí, de manera que el molimiento de las estacas fue tortas y pan pintado. Pero dígame, señor, ¿cómo llama a ésta buena y rara aventura, habiendo quedado della cual quedamos? Aun vuestra merced menos mal, pues tuvo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho; pero yo, ¿qué tuve sino los mayores porrazos que pienso recebir en toda mi vida? ¡Desdichado de mí y de la madre que me parió, que ni soy caballero andante, ni lo pienso ser jamás. y de todas las malandanzas me cabe la mayor parte!
12. —Luego ¿también estás tú aporreado?—respondió don Quijote.
13. —¿No le he dicho que sí, pesia a mi linaje? —dijo Sancho."

El Q.I.17.10-13.

Don Quijote es el mayor preguntón, lo cual queda probado reservándole series de cinco y hasta de ocho preguntas en momentos claves de la fábula; por ejemplo, cuando quiere saber qué se opina de él, antes de su tercera salida:

«dime, Sancho amigo: ¿qué es lo que dicen de mí por ese lugar? ¿En qué opinión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros? ¿Qué dicen de mi valentía, qué de mis hazañas y qué de mi cortesía? ¿qué se platica del asumpto que he tomado de resucitar y volver al mundo la ya olvidada orden caballeresca?»

El Q.II.2.21.


Nótese que don Quijote, dispuesto a salir de su lugar manchego por la tercera vez consecutiva, pide a Sancho que evoque las opiniones que tienen de sus aventuras los lugareños, entiéndase los vecinos de su propia aldea manchega; con lo cual da pie a que el socarrón de Sancho introduzca, además de las suyas propias, otras muchas perspectivas, que interpretarán como en un calidoscopio las acciones de la Primera parte, evocadas así con aire de resumen crítico al comenzar la Segunda. A estas perspectivas se añadirá la propia de don Quijote, cuyo punto de vista monomaniático refutará o desvalorizará los juicios desfavorables a su ideal de la caballería andante:

19. —Quiero decir —dijo don Quijote— que cuando la cabeza duele, todos los miembros duelen; y así, siendo yo tu amo y señor, soy tu cabeza, y tú mi parte, pues eres mi criado; y por esta razón el mal que a mí me toca, o tocare, a ti te ha de doler, y a mí el tuyo.

20. —Así había de ser—dijo Sancho—; pero cuando a mí me manteaban como a miembro, se estaba mi cabeza detrás de las bardas, mirándome volar por los aires, sin sentir dolor alguno, y pues los miembros están obligados a dolerse del mal de la cabeza, había de estar obligada ella a dolerse dellos.

21. —¿Querrás decir tú agora, Sancho —respondió don Quijote—, que no me dolía yo cuando a ti te manteaban? Y si lo dices, no lo digas, ni lo pienses; pues más dolor sentía yo entonces en mi espíritu que tú en tu cuerpo. Pero dejemos esto aparte por agora, que tiempo habrá donde lo ponderemos y pongamos en su punto, y dime, Sancho amigo: ¿qué es lo que dicen de mí por ese lugar? ¿En qué opinión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros? ¿Qué dicen de mi valentía, qué de mis hazañas y qué de mi cortesía? ¿Qué se platica del asumpto que he tomado de resucitar y volver al mundo la ya olvidada orden caballeresca? Finalmente, quiero, Sancho, me digas lo que acerca desto ha llegado a tus oídos: y esto me has de decir sin añadir al bien ni quitar al mal cosa alguna; que de los vasallos leales es decir la verdad a sus señores en su ser y figura propia, sin que la adulación la acreciente o otro vano respeto la disminuya; y quiero que sepas, Sancho, que si a los oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, otros siglos correrían, otras edades serían tenidas por más de hierro que la nuestra, que entiendo que de las que ahora se usan es la dorada. Sírvate este advertimiento, Sancho, para que discreta y bienintencionadamente pongas en mis oídos la verdad de las cosas que supieres de lo que te he preguntado.

22. —Eso haré yo de muy buena gana, señor mío—respondió Sancho—, con condición que vuestra merced no se ha de enojar de lo que dijere, pues quiere que lo diga en cueros, sin vestirlo de otras ropas de aquellas con que llegaron a mi noticia.

23. —En ninguna manera me enojaré—respondió don Quijote—. Bien puedes, Sancho, hablar libremente y sin rodeo alguno.

24. —Pues lo primero que digo—dijo—, es que el vulgo tiene a vuestra merced por grandísimo loco, y a mí por no menos mentecato. Los hidalgos dicen que no conteniéndose vuestra merced en los límites de la hidalguía, se ha puesto don y se ha arremetido a caballero con cuatro cepas y dos yugadas de tierra y con un trapo atrás y otro adelante. Dicen los caballeros que no querrían que los hidalgos se opusiesen a ellos, especialmente aquellos hidalgos escuderiles que dan humo a los zapatos y toman los puntos de las medias negras con seda verde.

25. —Eso—dijo don Quijote—no tiene que ver conmigo pues ando siempre bien vestido, y jamás remendado; roto, bien podría ser; y el roto, más de las armas que del tiempo.

26. —En lo que toca—prosiguió Sancho—a la valentía, cortesía, hazañas y asumpto de vuestra merced, hay diferentes opiniones : unos dicen : «Loco, pero gracioso», otros «Valiente, pero desgraciado»; otros, «Cortés, pero impertinente»; y por aquí van discurriendo en tantas cosas, que ni a vuestra merced ni a mí nos dejan hueso sano.

27. —Mira, Sancho —dijo don Quijote—: donde quiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida. Pocos o ninguno de los famosos varones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia. Julio César, animosísimo, prudentísimo y valentísimo capitán, fue notado de ambicioso, algún tanto no limpio, ni en sus vestidos ni en sus costumbres. Alejandro, a quien sus hazañas le alcanzaron el renombre de Magno, dicen dél que tuvo ciertos puntos de borracho. De Hércules, el de los muchos trabajos, se cuenta que fue lascivo y muelle. De don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, se murmura que fue más que demasiadamente rijoso; y de su hermano, que fue llorón. Así que, ¡oh Sancho!, entre las tantas calumnias de buenos bien pueden pasar las mías, como no sean más de las que has dicho.

28. —¡Ahí está el toque, cuerpo de mi padre! —replicó Sancho.

29. —Pues ¿hay más?—pregunto don Quijote.

30. —Aún la cola falta por desollar—dijo Sancho—. Lo de hasta aquí son tortas y pan pintado, mas si vuestra merced quiere saber todo lo que hay acerca de las caloñas que le ponen, yo le traeré aquí luego al momento quien se las diga todas, sin que les falte una meaja; que anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller, y yéndole yo a dar la bienvenida, me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió.

El Q.II.02.19-30.

Nadie hasta Cervantes había dado cabida en su fábula a una tal polifonía, corriendo el riesgo, en pro de la verdad plural, último objetivo de Cervantes, de encontrarse con situaciones cacofónicas. Tal es el caso del balance que hace con Sancho y con Sansón Carrasco no sólo en este capítulo 2 de la Segunda parte sino también en los dos capítulos siguientes: el 3 y el 4.

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Fuente del texto: Salvador García Bardón, Taller cervantino del “Quijote”, Textos originales de 1605 y 1615 con Diccionario enciclopédico, Academia de lexicología española, Trabajos de ingeniería lingüística, Bruselas, Lovaina la Nueva y Madrid, 2005. Este artículo apareció el 23.02.05.

Fuente de la imagen: Salvador García Bardón, QGDSGB.I.016.B, en El Quijote ilustrado por G. Doré. Los textos ilustrados y su contexto textual.

Capítulo decimosexto.—De lo que le sucedió al ingenioso hidalgo en la venta que él se imaginaba ser castillo.


23. Maritornes estaba congojadísima y trasudando, de verse tan asida de don Quijote, y, sin entender ni estar atenta a las razones que le decía, procuraba, sin hablar palabra, desasirse. El bueno del arriero, a quien tenían despierto sus malos deseos, desde el punto que entró su coima por la puerta, la sintió, estuvo atentamente escuchando todo lo que don Quijote decía, y, celoso de que la asturiana le hubiese faltado la palabra por otro, se fue llegando más al lecho de don Quijote, y estúvose quedo hasta ver en qué paraban aquellas razones, que él no podía entender. Pero como vio que la moza forcejaba por desasirse y don Quijote trabajaba por tenella, pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre; y, no contento con esto, se le subió encima de las costillas, y con los pies más que de trote, se las paseó todas de cabo a cabo.

24. El lecho, que era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dio consigo en el suelo, a cuyo gran ruido despertó el ventero y luego imaginó que debían de ser pendencias de Maritornes, porque, habiéndola llamado a voces, no respondía...

El Q. I.16.23-24.

Aventura nocturna con Maritornes.

"El lecho, que era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dio consigo en el suelo"

El Q. I.16.24.

[Tome I. Première partie. Pl. en reg. p. 134 : Don Quichotte et un muletier se battant pour Maritornes, la domestique de l'hôtellerie, que Don Quichotte prend pour sa Dulcinée. ] Le lit qui était de faible complexion, s'enfonça et tomba par terre.

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