El Presidente Sánchez lo tiene muy difícil. Quiere cuadrar un círculo que no deja de ser círculo, es decir, que no es cuadrado. No genera, no ha generado desde la misma investidura, una confianza general que, contando con las lógicas discrepancias, le permita abordar este tipo de conversaciones. Y cuando digo confianza general no me refiero solamente a lo que se percibe internamente en España.

Tiene, el Presidente Sánchez, un problema de fondo: sus aliados, tanto dentro como fuera del gobierno. Dentro del gobierno no se aprecia cohesión, ni coherencia ni aquello que en el lenguaje ordinario se llama remar en la misma dirección. Fuera del gobierno, sus aliados no tienen ningún tipo de credibilidad democrática, ni en Cataluña ni en el País Vasco. En Cataluña porque no se quieren apear de la "construcción de su estado". En el País Vasco porque continúan gustando mucho las nueces. Estas disintonías, que sintonizan en torno a un interés, común pero doble, se aprecian continuamente. El interés común está en que el gobierno dure, aunque serían posibles alternativas que seguramente darían mayor coherencia y estabilidad a nuestra política, nacional, autonómica y europea. El interés doble aparece cuando los "aliados" tienen sus propios objetivos y ni tan siquiera los disimulan, aunque a veces, después de enseñar la patita tienen que volver a teñirla de blanco.

Así es imposible recrear el "espíritu" de los Pactos de la Moncloa. En aquellos años se quería instaurar una democracia y, para ello, se necesitaba una reestructuración económica que la sostuviera. Pero no se tenían los condicionantes exteriores que tenemos ahora: la inserción en Europa y la globalización. La inserción en Europa obliga a que toda reestructuración económica, que habrá que hacerla, con la ayuda europea, debe cumplir con el marco fijado en el ámbito de la UE. La globalización, aunque será distinta, continuará existiendo. Ello, todo ello, implica que lo que se tenga que analizar se inserte en ese multinivel que siempre indico: internacional, europeo, nacional, regional y local. Y que las políticas sociales que acompañen a esa reestructuración económica tengan apoyo general, porque de otro modo no servirán para nada.

Es evidente que la unanimidad es imposible. Tampoco la hubo en los setenta, cuando los famosos Pactos. Pero sí se buscó un acuerdo lo más amplio y razonable posible, fuera del cual sólo quedaron los extremos irrazonables, por la derecha, por la izquierda y por los identitarios. El resto, en la política, buscaron el acuerdo; en la economía utilizaron los recursos existentes en aquellos momentos para alcanzar el pacto social que se necesitaba; en la sociedad se percibió como positivo que se hubieran ido cerrando, desde el Contubernio de Múnich o la reconciliación nacional a la Junta Democrática y la Plataforma de Convergencia Democrática, las organizaciones sociales (sindicales prácticamente todavía no, pues eran, salvo las Comisiones Obreras, que no eran lo mismo que ahora, incipientes los sindicatos en aquel tiempo) y empresariales, los acuerdos necesarios para ir construyendo la democracia que queríamos.

No estamos en esa situación. Pero podríamos estarlo. Todo depende de qué se quiera hacer en estos nuevos acuerdos. Y del método que el Presidente Sánchez proponga para irlos trabajando. Porque si de algo estoy segura es de que no se trata de hacerse fotos sonriendo, o con pose grave según las circunstancias, sino de trabajar duro. Durísimo. Porque lo que nos espera, aún con la ayuda europea, no va a ser fácil. Se necesita conocimiento, razón y "savoir faire". Algo de lo que algunos que quisieran ser protagonistas de ello carecen.