Rusia emplea el frío como arma contra los civiles. La primera gran nevada en Ucrania congela a los ciudadanos: “Ni siquiera tenemos leña para afrontar el invierno”

Más de diez millones de ucranios viven sin electricidad tras la oleada de ataques rusos, según Zelenski

Una anciana da de comer este jueves a un perro, poco después de recoger una ración de pan en un puesto de reparto de ayuda humanitaria en la localidad ucrania de Kupiansk.Foto: LUIS DE VEGA | Vídeo: LUIS DE VEGA, PATRICIA LIZEVICHE

¿Qué es una nevada en el noreste de Ucrania? Un granito de arena en medio del Sáhara. Si a algo está habituada esta población es al rigor del invierno. Todos están siempre preparados cuando este aterriza con sus bajas temperaturas, la ventisca y el hielo. Siempre menos este año. El de la invasión. El año en que Rusia emplea el frío como arma contra los civiles. Un manto blanco dio los buenos días este viernes a los habitantes de Járkov y de otras regiones del país. Pero no es el mismo manto que otros años. Es un manto de miedo y de ansiedad. Nadie piensa eso de año de nieves, año de bienes. Sabían que la nevada llegaría irremisiblemente. Pero nadie quería que se hiciera realidad. En un país en el que, según su presidente, Volodímir Zelenski, 10 millones de personas no tienen acceso a la luz, los copos han caído como metralla, como misiles, como perdigones de bombas racimo que golpean indiscriminadamente a todo el que pilla por medio. Ha llegado el invierno de la guerra a Ucrania.

Apenas hay pisadas en la nieve de Petropavlivka porque apenas queda gente que la pise. A 125 kilómetros al este de la ciudad de Járkov y a menos de 10 del frente de batalla, en este pueblo habitaban unas 1.000 personas hasta el comienzo de la ocupación rusa del pasado 24 de febrero. Ahora apenas quedan 200. “Pensionistas, pensionistas, pensionistas…”, describe el ingeniero Ivan Nikolaevich, de 49 años, que trabajaba, como muchos de los vecinos, en una granja que se encuentra parcialmente destruida. La cobertura telefónica va y viene, hay que ir en su búsqueda, comenta. Junto a otro hombre, Ivan carga cajas de comida que van a repartir entre el vecindario que convive con camiones armados con ametralladoras, carros de combate y amasijos de lo que en su día fueron coches diseminados por el paisaje. Pese a que las hostilidades se han alejado algo, los proyectiles rusos siguen golpeando cada poco, al igual que en otras localidades de la zona. “Los jóvenes se han ido, pero yo nací aquí. No me voy”.

Las heridas de los combates en casas y edificios públicos van a doler más estas semanas de termómetro helador. La localidad no dispone de electricidad, de agua ni de gas para caldear las viviendas. Muchos, encima, viven sin cristales en las ventanas y con puertas, tejados o paredes dañados por los enfrentamientos. La inmensa mayoría de las casas del pueblo están conectadas a la red de gas y ya casi ninguna dispone de estufas de leña, explica Valentina, una médico de 52 años que vive con su marido. Sus hijos y su nieto de tres años volaron hacia zonas más seguras del país, cuenta.

Nadezhda, de 70 años, lamenta vivir sin luz, agua ni gas en Petropavlivka
Nadezhda, de 70 años, lamenta vivir sin luz, agua ni gas en PetropavlivkaLUIS DE VEGA

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Nadezhda, de 70 años, pasea su amargura junto a su vecina Valentina por una calle cuya quietud solo rompe el paso de un tractor. La nieve no ha conseguido camuflar un proyectil que permanece incrustado en el terreno. Nadezhda no es que no tenga ni luz, ni agua ni gas… es que se quedó el mes pasado hasta sin su hijo Aleksei, de 47 años. Un disparo en la cabeza acabó con él. No tienen claro desde qué bando se apretó el gatillo. Llora sin consuelo, y se lleva las manos al rostro mientras su dolor es sacudido de fondo por los combates. “Es horrible”, repite quejándose de la incesante banda sonora. Junto a Valentina va en busca de ayuda humanitaria con la que poder sobrevivir. Junto a otros vecinos recurren a un generador para obtener algo de agua. “A las cuatro ya es de noche y una vela nos cuesta 20 grivnas (medio euro)”, se quejan. Las dos se aferran a su casa, a su pueblo y no tienen pensado irse. La médico, que vive con su marido, hasta la invasión empleado en los ferrocarriles, teme que saqueen su casa. Mientras ambas conversan con el reportero, una mujer deambula por la zona buscando ayuda. La nevada le ha pillado sin cristales en casa y necesita que alguien cubra las ventanas. Un drama lleva a otro drama en Petropavlivka.

Casi la mitad de las infraestructuras energéticas de Ucrania están dañadas por los últimos ataques rusos, ha señalado el primer ministro, Denis Shmihal. Esto ocurre con las temperaturas bajo cero una parte importante del día y la primera gran nevada de la temporada cubriendo de blanco algunas regiones. Es la coyuntura perfecta para que la población eleve un consumo que la red no soporta. “Desafortunadamente, Rusia continúa llevando a cabo ataques con misiles contra la infraestructura civil y esencial de Ucrania. Casi la mitad de nuestro sistema energético se encuentra desactivado”, dijo Shimal.

Volodímir, de 62 años, ante los daos causados por la guerra en su casa de Petropavlivka
Volodímir, de 62 años, ante los daos causados por la guerra en su casa de PetropavlivkaLUIS DE VEGA

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Volodímir, un tractorista de 62 años, tuvo la feliz idea de colocar en su casa un cartel advirtiendo de la presencia de niños, sus nietos. Está convencido de que eso fue lo que atrajo al dron que les dejó caer la primera bomba en casa, que cayó en el pajar. Después vinieron más. Y la vivienda es hoy un desastre. Falta medio techo del salón, hay escombros por todos sitios y las ventanas no sobrevivieron a los ataques pese a que las había tratado de reforzar por fuera con chapas y maderas. Pese a todo, Volodímir sigue habitando en ella. Fuera, el tractor, las gallinas, los patos y un perro nervioso por la presencia de extraños. El hombre guarda los fragmentos de alguna de las bombas y de un proyectil de mortero.

Los días más duros fueron durante septiembre y octubre, cuando la contraofensiva del Ejército ucranio empujó a las tropas invasoras hacia la vecina región de Lugansk. Nueve meses de guerra han hecho ya callo. “Espera, mira”, le dice al periodista mientras lo saca a la calle. Con precisión escarba en la nieve y extrae un primer proyectil sin detonar. Lo tenía perfectamente localizado. Unos metros más allá, dos más.

Nevada sobre la localidad de Kupiansk-Vuzlovi este viernes.
Nevada sobre la localidad de Kupiansk-Vuzlovi este viernes.LUIS DE VEGA

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Los daños en las infraestructuras del país causados por la guerra ascienden a 127.000 millones de dólares (una cifra similar en euros) hasta el pasado 22 de septiembre, según estimaciones del gobierno de Kiev junto a la Kyiv School of Economics (KSE). Además, más de 10 millones de ucranios viven sin electricidad tras la ola de ataques contra el sistema energético de ese país que puso en marcha Rusia en octubre, según datos ofrecidos por el presidente Volodímir Zelenski el jueves. Las regiones más afectadas son Kiev, Odesa, Sumi y Vinitsia, añadió.

“Nos estamos preparando para diferentes escenarios, incluyendo un apagón completo”, comentó en televisión Mykola Povoroznik, número dos de la autoridad municipal de Kiev. Desde el ataque del pasado 31 de agosto, las autoridades han contemplado la posibilidad de que haya que evacuar a población de la capital o su región homónima si la red no es capaz de sostener el consumo. No parece que es el plan en caso de que el hundimiento de la red vaya a afectar a Petropavlivka, donde la única concentración de varias decenas de habitantes es en el punto en el que se va a repartir la ayuda humanitaria.

Valentina, la médico de Petropavlivka, dibuja así el escenario invernal en el que se hallan ya inmersos: “Ni siquiera tenemos leña suficiente para afrontar el invierno. No lo teníamos previsto y nos compramos un coche. Cocinamos y nos calentamos con cocina y estufas artesanales, como en la antigüedad. Hemos vuelto a la edad de piedra”.

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SOBRE LA FIRMA


Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.

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