Prepara dentro de ti el lugar donde quiere nacer Jesús.
19 de diciembre: III Viernes de Adviento
Pregúntate ¿Dónde estás?
“A Adán le dijo: «Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol del que te prohibí, maldito el suelo por tu culpa: comerás de él con fatiga mientras vivas; brotará para ti cardos y espinas” (Gén 3, 16-18).
Dios puso a Adán en el jardín, con quien paseaba todas las tardes a la hora de la brisa. Mas, por la desobediencia de los primeros padres, el jardín se convirtió en tierra de cardos y abrojos, desierto. Jesús hereda de Adán la tierra yerma, y gracias a la obediencia del Nazareno se convierte en huerto, y el huerto en jardín.
El desierto es el lugar donde Dios enamora al pueblo: «Por eso, yo la persuado, la llevo al desierto, le hablo al corazón, le entrego allí mismo sus viñedos, y hago del valle de Acor una puerta de esperanza. Allí responderá como en los días de su juventud, como el día de su salida de Egipto. Aquel día —oráculo del Señor— me llamarás “esposo mío”, y ya no me llamarás “mi amo” (Os 2, 16-18).
La tierra árida, seca, sin habitantes, habitada por demonios, se convierte en lugar donde Dios vuelve a enamorar a su pueblo. En el desierto o se muere o se renace. Se enloquece o se adquiere la sabiduría, uno o se hunde en su fragilidad o alcanza el heroísmo de los mártires y de los padres y madres del desierto.
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