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¿Buscas o huyes de la soledad?
“Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo” (Jn 6, 15).
Jesús huye del plebiscito, de la reacción populista que intenta proclamarlo rey. A Él le gusta apartarse lejos del aplauso, como lo señala el evangelista san Marcos: “Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar” (Mc 1, 35).
La soledad es la compañera más íntima en el desierto, la oportunidad única de poder saber más de uno mismo, ocasión de conocer que uno está hecho para el Absoluto. La soledad es la puerta de la relación amiga con Dios, llamada fascinante a entrar más adentro, sello de divinidad y identifica a los que saben ser de todos.
Santa Teresa de Jesús aprecia los lugares donde hacer sus fundaciones: “Está esta casa en un desierto y soledad harto sabrosa” (F 28, 20) Y enseña: “Pues vengamos con el favor del Espíritu Santo a hablar en las sextas moradas, adonde el alma ya queda herida del amor del Esposo y procura más lugar para estar sola y quitar todo lo que puede, conforme a su estado, que la puede estorbar de esta soledad” (M VI, 1, 1).
¿Buscas o huyes de la soledad?
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