Dios nos hace misericordia
23 de diciembre: IV Martes de Adviento
En tu caso ¿el silencio es de expectación y de asombro?
“«Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.” (Lc 9, 35-36)
Los discípulos, después de la Transfiguración del Señor, quedaron en silencio. En el desierto el silencio es respiración, arropo, cobijo, manto. Es melodía, susurro, gemido. Se palpa, envuelve con extrema suavidad, acerca los aromas que anticipan la presencia. Deja gustar la compañía de los pasos invisibles y el sabor grato de la relación.
No siempre el silencio es estancia grata, pero se debe confiar que conduzca a la experiencia fascinante. Dice Santa Teresa del Niño Jesús: “Pero a veces viene a consolarme una frase como la que he encontrado al final de la oración (después de haber aguantado en el silencio y en la sequedad): «Este es el maestro que te doy, él te enseñará todo lo que debes hacer. Quiero hacerte leer en el libro de la vida, donde está contenida la ciencia del amor».
“Si quieres saber cómo se realizan estas cosas pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos. (San Buenaventura)
En tu caso ¿el silencio es de expectación y de asombro?
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