Dios nos hace misericordia
23 de diciembre: IV Martes de Adviento
Piensa en una razón trascendente al comenzar el día.
“¡Oh Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo. ¡Mi alma está sedienta de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua!” (Sal 62, 1-2)
Una de las manifestaciones del síndrome de la acedia se detecta al iniciar el día, cuando no se tienen deseos de levantarse y uno cede ante la pereza, la desgana y la apatía, porque se enfrenta a un tiempo sin alicientes.
Sin embargo, si en esos momentos se logra encontrar una razón trascendente y amorosa, se puede evitar la tentación de permanecer en la desgana y comenzar el día con una actitud de ofrenda y oración.
Sin duda, hay muchas personas que darían todo por poder levantarse. Esto incluye a quienes están en hospitales, o aquellos que por enfermedad o edad necesitan asistencia. Para mí, el salmista señala la razón más eficaz para no sucumbir a la debilidad de la voluntad: “Tú eres mi Dios, por ti madrugo”.
Piensa en una razón trascendente al comenzar el día.
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