“Te pedimos que este niño, lavado del pecado original, sea templo tuyo, y que el Espíritu Santo habite en él. Bautizados

Por el bautismo nos incorporamos a Jesucristo,

Bautizados 

Evangelio 

“Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»” (Mc 1, 7-11). 

Comentario 

Me ha sorprendido la lectura del día 7 de enero, que ofrece la Liturgia de las Horas para el oficio de maitines, en la que san Pedro Crisólogo encuentra una correspondencia entre la paloma con la rama de olivo, en tiempos de Noé, y el relato evangélico del bautismo de Jesús: “Hoy el Espíritu Santo se cierne sobre las aguas en forma de paloma, para que así como aquella otra paloma anunció a Noé que el diluvio había cesado en el mundo, así ahora ésta fuera el indicio por el que los hombres conocieran que había terminado el naufragio del mundo; y no lleva, como aquélla, una pequeña rama del viejo olivo, sino que derrama sobre la cabeza del nuevo progenitor la plenitud del crisma, para que se cumpla lo profetizado en el salmo: «Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros»” (San Pedro Crisólogo, Sermón 160). 

Se ha podido relativizar la narración del evangelista san Marcos cuando describe el momento solemne de la declaración de Dios de que Jesús es su hijo amado mientras desciende una paloma que bajaba del cielo. Sin embargo, los padres de la Iglesia han sabido interpretar esta imagen desde la correspondencia bíblica, y ver en ella la presencia del Espíritu Santo, quien consagra a Jesús como Mesías de Dios. 

El olivo es una referencia directa al aceite. Reza la oración de consagración del sagrado crisma: “Al principio del mundo, tú mandaste que de la tierra brotasen árboles que dieran fruto, y entre ellos, el olivo que ahora nos suministra el aceite con el que hemos preparado el santo crisma.” La paloma con el ramo de olivo, superado el diluvio, evoca proféticamente, según san Pedro Crisólogo, la teofanía que tiene lugar en el momento en que Jesús sale del agua, después de ser bautizado por Juan en el Jordán. 

Paloma, olivo, aceite, unción sagrada y Espíritu Santo se corresponden. La Iglesia ha asumido esta relación a la hora de administrar el sacramento del bautismo, cuando unge al bautizando con el óleo santo: “Te pedimos que este niño, lavado del pecado original, sea templo tuyo, y que el Espíritu Santo habite en él. Por Cristo nuestro Señor.” Y, después de bautizado, el ministro unge con el sagrado crisma: “Dios  todopoderoso,  Padre  de  nuestro  Señor  Jesucristo,  que  te  ha  liberado  del  pecado  y dado  nueva  vida  por  el agua  y  el Espíritu Santo,  te  consagre con el crisma  de  la salvación, para  que  entres  a  formar  parte  de  su  pueblo  y  seas  para  siempre  miembro  de  Cristo, sacerdote, profeta y rey”. 

Por el bautismo nos incorporamos a Jesucristo, a quien es el Ungido, declarado Hijo amado de Dios. Estamos ungidos por el Amor divino que es el Espíritu Santo, y hechos hijos adoptivos de Dios. “Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios” (Gal 4, 6-7). ¡Enhorabuena!

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