Virgen de la Esperanza
18 de diciembre: III Jueves de Adviento
¡Recuerda, eres hijo de Dios!
“Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».” (Mc 3, 31-35)
Jesús, en el Evangelio, enseña unas nuevas relaciones que superan a la carne y a la sangre. La biología no es la razón de la filiación divina ni de la fraternidad humana. Somos hijos de Dios y todos hermanos por gracia del misterio de la Encarnación. María es más madre de Jesús por su fe que por haberle dado a luz.
En otro lugar leemos: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37). Jesús parece un tanto inhumano, sobre todo cuando llega a decir a un discípulo: «Sígueme». Él respondió: «Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre». Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios» (Lc 9, 59-60).
Y, sin embargo, lo que se afirma es una posibilidad inimaginable: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios” (Jn 1, 11-13).
Recuerda, eres hijo de Dios.
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