“Si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5, 23-24).
La prueba de la autenticidad de nuestra fe se demuestra en la humildad, necesaria para acercarse a Dios, y para la relación interpersonal. El mayor ascetismo que se nos pide no es el ayuno corporal, sino la ascesis en el amor personal, en el amor interpersonal, y en la confianza en Dios. Cabe que celebremos prácticas piadosas, pero Jesús nos advierte de la ineficacia de nuestras ofrendas si no se está reconciliado con Dios, con los demás y con uno mismo.
En tiempos de pandemia hemos sufrido el efecto del distanciamiento de la relación cercana expresiva y sin embargo, necesitamos manifestarnos el amor, la amistad y la relación afectiva. El abrazo es reconciliador, y significa que se han derribado las barreras del prejuicio y del rencor. Dice la Biblia: “La justicia y la paz se besan” (Sal 84, 11).
El combate más recio que debemos establecer contra nuestros propios demonios es cuando sufrimos la tentación del orgullo, el resentimiento, el amor propio y el “falso ego”. Los viernes de Cuaresma son días propicios para celebrar la reconciliación con Dios, con los demás, y con uno mismo; esta última no siempre es fácil.
¡Reconciliaos con Dios! ¡Que nada te impida acercarte al altar!