“Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Le visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarle: «¡Salve, Rey de los judíos!» Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle” (Mc 15, 16-20).
Jesús abraza la Cruz que le imponen, para que cada uno abrace la suya, porque es la que se adecua a la capacidad que posee. Nunca vamos a ser tentados más de lo que podemos resistir. Jesús nos invita: “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 27). No es por empeño, sino por seguimiento.
“El compromiso de “tomar la cruz” se convierte en participación con Cristo en la salvación del mundo. Pensando en esto, hagamos que la cruz colgada en la pared de casa, o esa pequeña que llevamos al cuello, sea signo de nuestro deseo de unirnos a Cristo en el servir con amor a los hermanos, especialmente a los más pequeños y frágiles” (Francisco, 30 de agosto, 2020).
Acepta tu situación personal.