2Re 5, 1-15a; Sal 41; Lc 4, 24-30
“… muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.” (Lc 4, 27-30)
“No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza. En esto consiste la sublimidad del hombre, su gloria y su dignidad, en conocer dónde se halla la verdadera grandeza y adherirse a ella, en buscar la gloria que procede del Señor de la gloria. Dice, en efecto, el Apóstol: El que se gloría, que se gloríe en el Señor, afirmación que se halla en aquel fragmento: Cristo ha sido hecho por Dios para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención; y así -como dice la Escritura- «el que se gloría, que se gloríe en el Señor».” (San Basilio).
Al contemplar la escena que hoy presenta el Evangelio, ¿te descubres encerrado, un tanto endogámico, o abierto y universal?